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"Bajo la tenue luz un hombre de altura prominente se oculta en las sombras, acaparando mi atención."

La música es embelesante y el ambiente emana un oscuro erotismo. Mi cuerpo se mueve con agilidad, subiendo, bajando, deslizándose, a través del tubo. Como el sol en medio de una galaxia la atención de cada uno de esos repugnantes hombres gira en torno a mis movimientos, me pertenece al igual que sus billetes aterrizando a mis pies.

Las luces bajan anunciando mi final, rápidamente abandono el escenario y el silencio es ocupado por ovaciones.

Las voces femeninas en el camerino cesan ante mi presencia. Sus ojos cubiertos en cosméticos acechan mis pasos, apuñalándome con sus profundas miradas en mi recorrido. Los extraños no son bienvenidos en Bernabell y sus expresiones de intriga e incluso temor lo dejan por sentado.

—¡Tú, nueva! —Una grave voz hace omisión en el pequeño espacio compartido, de soslayo puedo observar a algunas de las mujeres temblar en respuesta.

Dashiell escanea la habitación repleta de mujeres hasta dar conmigo. Con determinación se aproxima, dejando tras de sí su esencia a whisky barato.

—Greta —indico.

Alex, mi nombre es Alex. Pienso, sin intención alguna de revelarlo.

—Greta —corrige el. Sus huesudas manos se encajan en mis hombros con intención de deslizarse hacia mis senos. Con severidad observo su pálido rostro a través del espejo frente a mi. Me remuevo ante su tacto y sus dedos cubiertos en incomprensibles tatuajes viajan hasta mi mandíbula. Con fuerza endereza mi cabeza—. Mírate, eres preciosa, un rotundo éxito.

—Necesito el dinero —respondo con frialdad, liberándome de su agarre.

El brillo de mi navaja oculta en mis medias de red irradia de forma cautivadora, el cuello del proxeneta clama su filo. Colapso mis pulmones en aire y lo libero, aclarando mis pensamientos. Un impulso desacertado bastaría para desmoronar el plan entero en mil pedazos.

—Un nuevo integrante de la policía quiere conocerte. —En su sonrisa sugerente destacan unos dientes cubiertos en oro—. No se irá hasta verte.

—Solo bailo, no tengo sexo con desconocidos —digo tajante. Su risa estalla vigorosa, las rostros presentes tan solo reflejan preocupación.

—Hoy es tu día de suerte, él solo quiere hablar.

Asiento y tomo la bata de seda a mi lado.

—No —dice tomándome de la muñeca con fuerza —. Dale un motivo para volver.

Mis largas piernas avanzan con sigilo a través del oscuro y frio pasillo hacia las habitaciones privadas. Como una gran bola de disco la falda de lentejuelas ceñida a mi cuerpo emite pequeños destellos en el reducido espacio. En su final el corredor se expande y desemboca en un gran circulo rodeado de puertas rojas. El ruido se filtra a través de la fina pared de ladrillo, gemidos de placer, cabezales chocando contra las paredes y risas seductoras se incrementan hasta colmar mis oídos. Mi corazón da un vuelco cuando el llanto y los golpes se fusionan al bullicio. Sabía que adentrarme a la perversion de Bernabell sería duro, pero nunca imaginé lo desgarrador de contemplar en primera persona los rostros de desesperanza y sumisión.

Repentinamente me detengo, refugiandome en una distancia de pocos metros. Bajo la tenue luz un hombre de altura prominente se oculta en las sombras, acaparando mi atención. Su pecho agitado sube y baja rápidamente, puedo sentir sus ojos examinar cada uno de mis movimientos. Él asiente y yo avanzo decidida.

—Te estaba esperando.


...

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