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𝙃𝙖𝙬𝙠𝙞𝙣𝙨, 𝙄𝙣𝙙𝙞𝙖𝙣𝙖. 𝟭𝟵𝟴𝟯
El típico sonido de campanilla ante alguien pasando por la puerta resonó captando la atención de los cajeros del lugar, los presentes giraron sus cabezas con rapidez buscando al individuo que entraba. Katherine Kettleburn guardaba una identificación falsa en su bolso con la única excusa de querer cervezas, falsificar un documento era de lo más sencillo al menos para ella.
Ignorando a toda persona que pasara a su lado, con la frente en alto la veían pasearse por las góndolas de alcohol con cejas levantadas. La música de sus auriculares sonaba lo suficientemente fuerte como para que el resto la escuchará. Se tomó la molestia de sacarse los lentes, rebelando unas ojeras marcadas y un delineado oscuro como su cabello.
Ni siquiera evitaba mirar al resto a los ojos, le salía natural no querer hacerlo. Simplemente no encontraba al resto relevante como para desgastar su tiempo en mirarlos por un segundo.
Conociendo el local, a pasos lentos dejaba sonar los golpes del tacón bajo sus pies sobre el suelo haciendo de su presencia algo más indimidante. Sabías que ella venía, podías escuchar sus botas desde al menos tres metros a la distancia.
Y si corrías con suerte, no tendrías que correr de ella. No todos tenían esa suerte, no últimamente. En un movimiento decidió tomar dos packs de seis cervezas, llevando uno en cada mano. Las mujeres mayores la veían con repulsión, al haber pasado las semanas ya era conocida por su trabajo de niñera, ver a alguien que se suponía debía ser responsable comprando alcohol les resultaba espantoso.
Kettleburn no dudaba que hablarían de ello con todas las madres de Hawkins si eso quisieran. Aún así le seguía importando una mierda, al fin y al cabo hacía bien su trabajo y lo que hiciera fuera de este no hablaba de ella como niñera.
