2.- URSS

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Si algo entendía el pequeño URSS sin necesidad de explicaciones complejas, es que su padre no lo quería cerca a menos que fuera estrictamente necesario.

Nunca lo dejaba comer con él, siempre le obligaba a comer en la cocina junto a la servidumbre, y a URSS llegó un punto donde no le molestaba, sino que le gustaba, porque todos se preocupaban por él y lo tomaban en cuenta.

Las mucamas le dejaban ayudar a cocinar y a colocar el servicio en la mesa en la que solían comer todos juntos, la cual estaba dentro de la cocina.

Le dejaban probar lo que iban haciendo y siempre le preguntaban que quería comer y como lo quería, además que se evitaba la incomodidad de comer en silencio con su papá ya que esté solía ser alguien muy callado en la comida y le perturbaba solo escuchar el ruido de los cubiertos en el plato.

Pero, siempre había excepciones, y una de esas es que no podía comer con los sirviente si había visitas en casa, en esas ocasiones es cuando se veía obligado a comer con su padre y la visita, que regularmente era Rumania.

La mujer me agradaba por eso y porque siempre le daba dulces a escondidas, además de ser cariñosa.

Era incluso esas veces donde su padre lo mandaba a vestir de forma elegante, en lugar de su usual ropa cómoda que le servía para correr y escabullirse por los rincones del palacio.

— Necesito que te quedes quieto, pequeñin — decía Irina, frunciendo el ceño al ver qué URSS no dejaba de moverse.

— No puedo, no quiero está cosa, me pica — declaró el menor, llevando su mano al cuello para moverlo y rascarse un poco con su dedo.

— Cielo, sé que te pica pero debes aguantar, tu papá hoy tiene visita y comerás con ellos — la mujer volvió a acomodar el cuello de la camisa y le terminó de colocar un saquito azul.

— No quiero comer con mi papá, quiero estar en la cocina con ustedes.

A pesar de tener apenas seis años y medio, URSS era muy firme con lo que quería y lo que no.

— Lo sé, pero son órdenes de tu papá, y no quiero que después nos vaya mal a todos, incluyendote.

El pequeño suspiró derrotado, dejó que Irina le colocará bien una pajarita y le ayudó a bajar de la cama. A pesar de que Imperio no quería a su hijo tampoco lo tenía viviendo en la porquería.

Eso sí se vería excesivamente mal hasta para el zar, que hacía visitas a la casa de forma regular para ver al pequeño descendiente por curiosidad.

Le había dado un cuarto grande con cosas igual grandes, y siempre suministraba la ropa en función a las necesidades de su hijo.

Una vez el niño estuvo completamente vestido, la cuidadora le tomó la mano y lo llevó fuera del cuarto, fueron hasta las escaleras y, sin aún bajar por estás, ya podían escuchar la voz de Rumania.

A la servidumbre les gustaba cuando Rumania iba al palacio, era como un rayo de sol para ellos a pesar de ser algo arisca.

Imperio Ruso solía portarse mejor, trataba bien a su hijo y no era una bestia con la gente del servicio, a veces deseaban que se casarán para que el dueño del lugar se portara siempre así.

Bajaron con cuidado por aquella opulenta escalera y caminaron al comedor, donde de inmediato Rumania centró su vista y atención en el menor.

— ¡Mi niño!, que lindo verte, ven aquí — dijo bastante alegre la tricolor, agachándose a la altura del eslavo y abriendo los brazos para poder abrazarlo.

— Hola, señorita Rumania — respondió tímidamente el niño, abrazó igual a la mujer y aferrándose a ella cuando lo levantó del suelo.

— Puedes irte, querida; yo me haré cargo ahora de esta cosita hermosa — despidió con dulzura la mujer a la cuidadora.

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