Muerte

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Había una vez una anciana llamada Esperanza, que había vivido toda su vida en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Ella sabía que algún día tendría que enfrentarse a la muerte, pero siempre trató de evitar pensar en ello.

Un día, Esperanza enfermó gravemente y su familia llamó a un médico. A pesar de los esfuerzos del médico, Esperanza sabía que estaba llegando el momento de partir. Con una sonrisa en sus labios, se despidió de cada uno de sus seres queridos, agradeciéndoles todo lo que habían hecho por ella.

Esperanza cerró los ojos y se entregó a la muerte. Durante un momento, todo quedó en silencio. Luego, una luz brillante inundó la habitación y una figura le tendió la mano. Era la muerte, que había venido por ella.

Esperanza tomó la mano de la muerte sin miedo y juntas caminaron hacia la luz. Mientras avanzaban, Esperanza sintió una sensación de paz y serenidad. Ya no sentía dolor ni miedo, sólo un profundo amor por todo lo que había dejado atrás.

La muerte se detuvo en la entrada de la luz y Esperanza se dio cuenta de que había llegado a su destino final. Miró hacia atrás, viendo a sus seres queridos llorando y despidiéndose de ella. Entonces, la muerte le susurró al oído: "No hay que temerme, solo soy un paso más en el camino que todos debemos recorrer".

Esperanza sonrió, sabiendo que esa era la verdad. Era el fin de su vida, pero no el fin de su camino. Estaba lista para continuar, para explorar lo desconocido y seguir adelante. Con una última mirada a sus seres queridos, se adentró en la luz infinita, dejando atrás todo sufrimiento y dolor.

Y así, Esperanza se fue en paz, sabiendo que su vida había sido maravillosa y que su muerte era sólo una transición hacia la siguiente aventura.

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