Billy Lawrence
Desde que tengo memoria, mi madre intentó meterme en la cabeza que nuestra posición económica, me hace una especie de Dios, pero algo dentro de mi me convenció de todo lo contrario y justo eso, me llevó a ser el rechazado de la familia Lawrence.
Por suerte no todos son como mi madre y existían personas como mi abuelo, Hugh Lawrence, que me salvaba cada verano y me invitaba a pasar un mes en su casita de campo en Nápoles, Italia, a la que mi terrible madre no le gustaba acercarse, por lo que se volvió mi lugar favorito.
El abuelo tenía una tienda de antigüedades, cerca de la plaza y justamente en verano, las calles se llenaban de turistas. Me gustaba estar ahí, caminar por los pasillos, admirando las pinturas, esculturas y esas pequeñas esculturas, para todas tenía una historia magnífica.
— Y el rey, para no extrañar a su amada, mando hacer esa escultura que cuidó su sueño hasta el último día de su vida— no se cansaba de contar esa historia, siempre presumía a su escultura favorita y los clientes, salían creyendo en el amor.
— Es adorable— exclamó una chica rubia, guapa y terriblemente enamorada de su prometido.
— Lo es— contesté, fingiendo que era la primera vez que escuchaba esa pequeña anécdota— ¿Efectivo o tarjeta?— señalé los souvenirs que llevaban en la mano y rápidamente los registré en la libreta de mi abuelo.
— Efectivo— respondió su prometido, esperando su nota de compra.
La tienda se quedó sola y el abuelo se acercó al mostrador para descansar, ahí tenía una cómoda silla, dónde el sol calentaba su espalda.
— Eres mi mejor publicidad— murmuró, palmeando mi espalda— Esa sonrisa atrae a cientos de chicas— pellizcó mi mejilla, haciéndome reír.
— Mi madre ha gastado mucho en ella— sacudí la cabeza y observé mis zapatos— Cada vez que visito al dentista, me lo recuerda— estaba cansado de sus agrios comentarios, que siempre terminan por hacerme sentir culpable de existir.
— No es gracias al trabajo del doctor, Billy— apoyó sus dedos en mi mentón y me obligó a mirarlo a los ojos— Es una hermosa sonrisa porque tú corazón es bondadoso— puso su mano en mi pecho, solo él podía hacerme sentir amado y valioso.
— Abuelo— mordí mi lengua, había una pregunta que rondaba mi cabeza desde hace muchos años, pero no estaba seguro de decirla en voz alta. Mi abuelo, tomó mi mano y me dió el valor de hablar— ¿Por qué mi madre es así conmigo?— sentí mis ojos arder, pues las lágrimas picaban.
Hugh, estiró las piernas y miró al techo, ese que estaba asombrosamente pintado con tiernos querubines y molduras doradas.
— Aún no encuentro el momento en que me equivoqué— dejó salir el aire de sus pulmones y cuando me miró, tuve miedo a perderlo, se veía más cansado que nunca— Jamás pretendí que se dejara consumir por esa ambición tan enferma por el dinero— gruñó, golpeando el mostrador con furia y fue un descubrimiento el saber que estaba decepcionado de ella.
— Yo no creo que sea tu culpa, de hecho, me has enseñado todo lo contrario— dije, esperando que le sirviera de consuelo, pero me atreví a añadir algo más— Si te hace sentir mejor, dí que soy tu hijo— en realidad, era yo quien secretamente quería que me llamara así, pues no recuerdo a mi padre y el nuevo esposo de mamá, era una estúpida marioneta.
— Mi muchacho— soltó una alegre carcajada y me abrazó. Nunca olvidaré ese momento.
Empezaba a creer que era posible soñar con el día en que pudiera irme, a pesar de que aún no buscaba la solución que me daría mi libertad y tampoco me gustaba darle vueltas al asunto porque me agobiaba. Todo cambio un caluroso sábado de Julio, ella se detuvo detrás del cristal, con su larga cabellera oscura, al igual que sus hermosos ojos y su pequeña boca rosada, adornada perfectamente por un pequeño, pero inigualable lunar en su labio inferior.
No recuerdo tener esa sensación con alguien más, a pesar de que veía chicas hermosas a diario, pero nunca me había llamado la atención una, y en un segundo hizo que mi mente colapsara, solo existía ella y mi necesidad por escuchar su nombre y sin dudarlo, salí por mi oportunidad.
— Hola— murmuré, perdiéndome en la fascinante oscuridad de su mirada.
— ¡Danielle! ¿Quieres apresurarte?— su madre le gritó, pues ella se había quedado varios metros atrás.
— Un minuto— pidió apresurada y extendió su mano hacia mí— Hola...— Hizo una pausa, dando a entender que quería saber mi nombre.
— William Lawrence — respondí el saludo y resolví su duda.
— ¡Danielle!— insistió la señora, perdiendo la paciencia.
— Debo irme— se disculpó, haciendo una mueca de fastidio.
— Te esperaré aquí— susurré, sabiendo que no me había escuchado.
A partir de ese atropellado saludo, peleaba por ir al local y esperar por verla de nuevo. Pasé más de una semana con la mirada fija en la empedrada calle llena de turistas y temí porque ella fuera una extranjera más, pues así mis posibilidades de encontrarla se reducían al mínimo. Sin embargo, no desistí y comencé a caminar por la plaza cercana, cada tarde yendo más lejos, mirando en todas direcciones, en busca de algo que me diera una pista de su paradero.
— No deberías estar aquí, tu padre te necesita— una melodiosa voz llegó a mis oídos, podía reconocerla sin problema.
ESTÁS LEYENDO
Ordinary Day
RomanceBilly Lawrence y Danielle Harrison, se embarcarán en un romance que inicia en un verano. Unas semanas les bastan para enamorarse y aunque todo parece ser perfecto, la vida los llevará a sortear obstáculos, solo para comprobar si su destino es juntos.