Capitulo II

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Billy Lawrence

Ya me había cansado de mirar la plaza, aun cuando disfrutaba de la sombra que daban los árboles bajos que crecían detrás de la banca de madera. Llevaba días buscando a Danielle y justo cuando estaba por rendirme e ir con el abuelo a repetir mi historia de fracaso, su voz se hizo presente a mis espaldas.

— Es mi hora de descanso— expliqué, usando la sonrisa de la que mi abuelo estaba tan orgulloso

— Lamento haberme ido así, mi madre necesitaba ayuda con las compras— se disculpó, mientras mordía su labio

— ¿Eres extranjera?— la pregunta no salía de mi cabeza, debía saberlo de una vez por todas

— ¿Te lo parezco?— Me cuestionó divertida y giró sobre sus talones.

— Tu belleza, no parece de éste planeta— me arrepentí de lo que había salido de mi boca, pero a ella le pareció gracioso

Sigo sin comprender cómo es que ese vergonzoso halago le gustó y la convenció de conocernos, me justifico diciendo que tenía 13 años y cero experiencia.

Esa tarde supe que nació en Roma, pero el trabajo y nacionalidad de su padre la llevó al otro lado del océano, a Mississippi y sólo pasaba las vacaciones en casa de su familia cada tres años, para estar con sus abuelos, no tenía hermanos y soñaba con ser una magnífica periodista.

Está de más decir que le dije quién soy, de dónde vengo y porqué estaba ahí. Traté de describir dónde vive mi abuelo, lo mucho que me gusta estar en el local y también mencioné que mi bicicleta tenía marcadas mis iniciales, esperando la buscara la próxima vez que pasara por la plaza o las calles.

Fue una agradable sorpresa verla fuera de la tienda a la tarde siguiente, saludó a mi abuelo y después de una semana, se volvió una agradable costumbre. Solíamos recorrer el puerto en bicicleta y subíamos al techo de la panadería a ver el atardecer, pues tenía una vista insuperable del océano y ahí, descubrí lo maravilloso que es encontrar una persona que me daba tanta paz.

Danny me escuchaba sin quejarse, tampoco trataba de solucionar mis problemas, solo me miraba a los ojos y dejaba que hablara por horas, hasta que me cansaba y en ese momento, sonreía.

— Debo irme, me esperan a cenar— anunció, cada noche decía lo mismo— Billy— me llamó, a la vez que bajaba los primeros peldaños de la escalera.

— ¿Si?— la observé, sus mejillas estaban un tanto tostadas por el sol y su cabello revuelto, culpa de la brisa.

— Nada— sonrió mostrando sus dientes, que aún parecían grandes para su pequeño rostro.

Algunos días después, la invité a la tienda. Mi abuelo tenía que realizar su visita anual al médico y no debía acompañarlo, pues Annalisa, una enfermera joven y si, guapa, que vive en su misma calle, es quien se encarga de esa tarea, aunque mi responsabilidad era atender a los clientes y tener listo todo para recibirlos.

— ¿Billy?— me buscó, no era fácil verme, estaba detrás de una escultura que casi rozaba el techo.

— ¡Aquí arriba!— exclamé, empujando la escalera que se deslizaba sobre el estante— Debo sacudir el polvo de éstos libros, son viejos y necesitan más atención— los señalé y no mentía, tenía una colección enorme de novelas o libros en latín.

— ¿Te ayudo?— preguntó aún buscándome, le era difícil pues se dejó maravillar por el arte que nos rodeaba

— ¿Te molesta sacudir polvo?— se veía muy linda, con unos jeans claros y una blusa holgada en tonos pastel

— No— por fin levantó la mirada y me encontró. Las mariposas en mi estómago aparecieron, disfrutaba de admirar la sonrisa que me dedicaba al saludarme

El día me pareció rápido y ligero. Me apoderé del papel de mi abuelo, yo acompañaba a los clientes y les hablaba de los pequeños secretos de cada obra, señalando los pequeños detalles en las pinturas o siendo sincero con los cuidados extras que necesitaban los libros

— ¿Y ahora?— Danny, estaba apoyada en el alféizar de la marquesina, las personas abandonaban la calle, era hora del descanso

— Podemos ir a comer— abrí la puerta y la campanilla sonó— ¿Pizza?— esperé a que ella se acercara, ya conocía cuáles eran sus favoritas

Caminábamos lentamente por la avenida, en silencio, pero era cómodo estar así, dejando que los dedos de nuestras manos rozaran de vez en cuando. En agradecimiento, yo invité la comida y mientras disfrutábamos de las rebanadas de pizza roja, volvimos a la pequeña galería.

— ¿Has notado que tu acento se volvió más italiano?— señaló, a la vez que recogía la salsa que se resbalaba de la masa con el dedo.

— ¿Eso es malo?— me preocupé por su respuesta, pero negó.

— Es solo que extraño no ser la única con acento extranjero— sonrió un tanto tímida, limpió su boca y arrugó la servilleta de papel.

La parte más aburrida y pesada de estar en el local, es la primer hora después de comer, hay pocas personas por ahí, pues la mayoría toma una larga siesta, además el calor adormece y es difícil espabilarse.

— ¿Hay alguna historia detrás de ésto?— señaló una pintura que necesitaba restauración, la pintura estaba amarilla y para mí, no tenía nada de especial, solo era una cabaña en medio de un campo con el césped crecido y al fondo, el cielo que era atravesado por un rayo de sol.

— No lo sé, nadie había preguntado por ella— me acerqué, tratando de encontrar eso que se robó su atención.

— Me gusta como la luz se refleja en la hierba alta— levantó el dedo índice y lo acercó al cuadro, sin tocarlo.

— ¿Lo hace?— entrecerré los ojos, tal vez ayudaría con la perspectiva, pero no encontré ese reflejo y la miré— Espera, tienes un poco de tomate aquí— limpié la comisura de sus labios.

No esperaba lo que ocurriría después, no planee nada de lo que pasó, Danny miró mi dedo sucio, después se fijó en mis ojos y por último, en mis labios. Tenía el presentimiento de que daría mi primer beso y podía apostar que se escuchaba como mi corazón golpeaba contra mis costillas, quería correr, pero tampoco dejaría pasar el momento, era mi momento, con la chica que hizo único ese verano y a la pintoresca costa de Nápoles.

Ella fue quien dió un paso al frente y sin darnos tiempo a sentir más nervios, nos unimos en un beso, simple, sin lengua, ni bocas abiertas, pero perfecto para ser el primero. Mi mente era una autopista de preguntas ¿Debía separarme pronto?, ¿Era mejor si esperaba a que ella rompiera el contacto?, ¿Que debía decir? ¿Gracias?, ¿Lo estaba haciendo bien?

Harrison, se separó de mí, pero yo no quería abrir los ojos, temía que hubiese sido algo creado por mi imaginación, ¡Me sentía en las nubes! Entre pestañas, noté que me miraba sonriente y me animé a devolver el gesto, ambos teníamos las mejillas ardiendo. Estaba enamorado.

— ¿William?— toda alegría abandonó mi cuerpo al escuchar mi nombre, solo una persona me llama así, mi madre.

— ¡Madre!— grité asustado, no sabía que tanto había visto o si iba a regañarme frente a Danny— tú...es qué...— tartamudeé, no encontraba las palabras

— Es mejor que se vaya a casa, señorita— señaló a Danny y con una mueca de fastidio, hizo lo mismo con la puerta.

Me limité a observarla, su cara de confusión y vergüenza, como si mi madre le hubiera dado una bofetada y yo, no la defendí, no pude. Eso aún me llena de arrepentimiento.

— ¿Qué haces aquí?—la cuestioné y recibí un fuerte golpe, que dejó sus dedos marcados en mi mejilla y el labio reventado.

— Confirmar que eres un estúpido— sus palabras dolieron más que la bofetada, pero no podía quitar la mano de mi cara, ni parar las lágrimas— ¡No llores y cierra éste maldito lugar! Debo hablar con el viejo de mi padre.

Ordinary Day Donde viven las historias. Descúbrelo ahora