Danielle Harrison
Traté de estar con Hugh, todos los días de mi última semana en el pueblo. Mamá, pasaba a visitarnos y a veces, hablaba con él, pero cuando eso ocurría no me dejaban quedarme cerca, justificando que eran "cosas que solo los adultos entendían".
— Mamá— la llamé.
Mi mamá y yo, estábamos en la cocina, preparando pasta para la cena. Me gustaba estar con ella, ver como su cabello se esponjaba con el calor de la estufa o las pausas que hacía mentiras hablaba para añadir condimentos a las ollas, era el mejor lugar para platicar con ella, dónde más cómoda se sentía.
— ¿Si?— no me miraba, estaba concentrada en triturar la albahaca.
— ¿Conoces a la mamá de Billy?— tal vez ella podía explicarme mejor lo que ocurría.
— No, cariño— suspiró, le entristecía la situación— Hugh, llegó aquí después de jubilarse— explicó, antes de caminar al estante y tomar el frasquito con orégano.
— ¿Debo preocuparme por él?— ya sabía cómo llegar a lo que quería escuchar, sobre todo, cuando no querían que me enterara.
— Estará bien— besó mi frente y siguió pendiente de la flama.
— Mamá...— hice una pausa, no sabía cómo decirle que me había enamorado de Billy, era la primera vez que sentía algo así, pero ella era mi mejor amiga y quería contárselo.
— Lo sé, Danny— suspiró y me dedicó un rápido vistazo— Él siente lo mismo, su abuelo me lo dijo— guiñó un ojo, pero dejamos el tema para después, mi papá se acercaba.
Antes de subir al avión, les hice prometer a mis primas que visitaría al abuelo de Billy de vez en cuando y que le entregarían las cartas que prometí escribirle.
Llegando a Mississippi, tomé el directorio telefónico y busqué por el número de la familia Lawrence, de San Francisco, pero resultó más complicado de lo que imaginé y con el paso de las semanas, dejé de pensar en ello. Mi vida siguió, volví a la escuela y traté de mejorar mis notas, no siempre lo conseguía, pero era necesario intentarlo, pues quería ser parte del periódico escolar y sin un buen promedio, mamá no me iba a dar permiso.
Con el tiempo, empecé a salir con mis amigas y chicos que me gustaron. Llegué a enamorarme, pero como el amor no era mi prioridad, las cosas no duraron mucho o el suficiente tiempo para convertirse en una relación importante. Prefería pasar las noches editando la columna que publicaba cada lunes, o investigando sobre el tema que creía interesante para el próximo reportaje, yo era feliz entre tinta y papel.
Un año antes de volver a Nápoles, mamá enfermó y nuestros ahorros los gastamos en su salud. Fuimos a varios hospitales, hablamos con todos los médicos y nadie podía encontrar el porqué de todos sus malestares. Había empezado con fuertes dolores de cabeza, después mareos y vómito, luego dejó de tolerar los alimentos sólidos y finalmente, sus articulaciones le dolían intensamente.
Dejé el periódico y todas las actividades que tenía después de la escuela, pues después de clases, volvía a casa para hacerme cargo de lo que mamá no podía realizar, mientras papá trabajaba horas extras y así, pagar las cuentas.
— ¿Mamá?— me asomé a su habitación, las luces estaban apagadas, seguramente tenía jaqueca.
— Hola, cariño— murmuró, debí confesar que odiaba su débil voz.
— ¿Quieres comer algo?— opté por acercarme y tocar su frente. El doctor Jackson, nos había advertido sobre la fiebre, pero estaba bien— Pide lo que sea, lo prepararé rápido.
— No, solo agua— puso su mano en mi mejilla e intentó sonreír— Muy fría ¿Si?
— Ya vuelvo— besé su frente y bajé a la cocina.
Oía a mi papá llorar todas las noches, sabía que se quedaba a una calle de casa y encerrado en el auto, trataba de desahogarse y así llegar con nosotros, fingiendo que tenía todo bajo control, pues creía que mamá lo necesitaba fuerte.
— ¿Que haces?— me cuestionó papá, había llegado aún más tarde de lo habitual.
— Es hora de que tome su medicamento— era él, quien se encargaba de esa tarea y yo estaba molesta, pero se debía a lo cansada que me sentía.
— Yo me encargo— me hizo a un lado y tomó la bandeja que llevaba las pastillas y espesos jarabes o suspenciones— Ve a dormir
— Si— nuestra relación se había desgastado por la tensión y las discusiones se hicieron comunes.
— Danny— me detuvo y giré a verlo, esperaba un regaño, ya ni siquiera se molestaba en encontrar una razón para hacerlo— Mamá, estará bien— tenía meses sin escuchar su voz suave y apacible, esa que usaba para tranquilizarme y me quebré.
— Tengo miedo— susurré, un instante antes de ponerme a llorar
— Yo también— sentí como sus brazos me rodeaban y su pecho se sacudía, también estaba llorando. Estuvimos así unos minutos, se sintió demasiado liberador— Pero no podemos rendirnos, porque ella quiere vivir— me alejó un poco, solo para secar mis lágrimas
Tratamiento, tras tratamiento, mamá recobraba sus fuerzas, aunque había días terribles dónde decaía y nos llenábamos de pánico, pero después de dos años, sus malestares habían desaparecido casi por completo. Nadie sabía exactamente lo que la había enfermado, ni que era lo que la ayudaba a recuperarse, pero estaba feliz de recuperar a mi mamá.
— Te amo, Rachelle— escuché a papá hablar.
Al asomarme a la sala, los ví bailar abrazados. No necesitaban música o una razón especial para hacerlo, solo disfrutaban del hecho de estar juntos y me quedé parada, sin hacer ruido, sintiendo mucha ternura y felicidad por ellos. Mamá aún se veía pequeña y frágil, pero su amplia sonrisa me ayudó a ignorar eso.
— No voy a dejarlos— le dijo mamá y se besaron tiernamente— Me necesitan— peinó su cabello con amor.
— Y mucho— aclaró papá. A pesar de su gran tamaño, todos sabíamos que mamá es el pilar fuerte de la familia.
— Hola, cariño— ella me saludó y sonreí avergonzada, no quería arruinar su momento.
— Ven aquí— papá extendió su brazo, invitándome al abrazo familiar.
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Ordinary Day
RomanceBilly Lawrence y Danielle Harrison, se embarcarán en un romance que inicia en un verano. Unas semanas les bastan para enamorarse y aunque todo parece ser perfecto, la vida los llevará a sortear obstáculos, solo para comprobar si su destino es juntos.