1. Los recién nacidos.

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—¡Noah, ni se te ocurra!

—Eres una insensible. Papá, dile a Olivia que es una insensible. —Mi padre me miró.

—Olivia, tu hermano tiene razón, eres una insensible.

—¿Soy una insensible por no querer pararme a ayudar a unos desconocidos en medio de la carretera? —Mi hermano y mi padre tuvieron una mirada de complicidad. Noah conducía y mi padre era el copiloto para ayudarlo a aprender, hacía poco que se había sacado el carnet de conducir.

—Sí.—Dijeron al unísono. Puse los ojos en blanco y dejé a los chicos Hall con sus aventuras.

Mi hermano, después de dar cinco vueltas a la misma rotonda mientras debatíamos si pararnos o no, cogió la segunda salida y paró el coche justo detrás del que tenía una rueda pinchada.

—Señora, ¿necesita ayuda?—Le preguntó mi padre a la mujer rubia que llevaba un chaleco reflectante.

—¡¡Gracias a Dios!! Sois como unos ángeles caídos del cielo.

—Mi madre nos enseñó a ayudar a todo el mundo. —Noah me echó una mirada para que me hiciese sentir mal por no haberme querido parar.

—¿Tiene rueda de repuesto?—Le preguntó mi padre. La mujer y mi padre comenzaron a hablar, yo me quedé con mi hermano a un lado de la carretera.

—A este paso voy a llegar tarde. —Miré la hora en mi móvil. Hoy empezaba el último trimestre antes de la universidad y estaba deseando salir del instituto para empezar una nueva etapa.

—Sería muy propio de ti llegar tarde el primer día.

—Pues sí, para qué engañarnos.

Noah y yo nos acercamos a mi padre y a la señora para ver cuánto iban a tardar.

—Señora, mejor que llame a la grúa. Esta rueda no le va a aguantar ni diez kilómetros.

—Santo cielo... —Hizo una pausa—Voy a decirle a mi hijo que coja un taxi para ir al instituto y vuelvo en dos segundos para agradecerle que se haya parado. —La mujer fue al asiento del copiloto para hablar con su hijo, y este bajó del vehículo.

Tenía el pelo ligeramente rizado y de un tono cobrizo brillante, sus ojos eran de un verde azulado muy poco común. Medía en torno a 1,80, tenía la mandíbula marcada y unos hoyuelos que saltaban a la vista. Su presencia debía intimidar, eso estaba claro. Tenía esos andares que gritaban <<Mírame, mira que guapo soy. No soy como los demás, soy diferente y misterioso>>.

Un momento...

—¡Anda! Si lleváis el mismo uniforme. —Exclamó mi padre.

—Nos mudamos hace poco y a Gabriel le pareció muy buen instituto, así que decidió matricularse.

—¡Nosotros te llevamos, tío! No querrás llevar la etiqueta del nuevo y del que llega tarde a la vez, ¿no? —Dijo Noah. Quise fulminarlo con la mirada, pero mantuve la compostura.

Gabriel. Con que así se llamaba... No le pegaba nada, pero bueno. Estuve unos segundos diciendo su nombre en mi mente, a mi boca casi le da un lapsus y dice el nombre en voz alta.

—¡No, de veras! Ya habéis sido muy amables. Más amables que cualquier persona que hayamos conocido aquí en Malibú. —Gabriel rió, también hizo reír a mi padre y a mi hermano. Yo estaba embobada. El hijo de puta sabía que era guapo y lo sacaba a relucir. Tenía esa belleza desinteresada, de esas personas que son guapas en cualquier momento del día.

—Mientras que tu madre llama a la grúa tus compañeros ya se habrán comido hasta el bocata. Anda, sube. —Dijo mi padre.

Decidí montarme en el coche y luego lo hizo Gabriel. Mi querido hermano decidió acompañar a mi padre mientras que hablaban con la madre de Gabriel. Se va a enterar por dejarme sola con este desconocido.

Guion escrito por el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora