Bajo la lluvia

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El cielo estaba cubierto de nubes grises y densas, anunciando la llegada de una tormenta inminente. Las primeras gotas comenzaron a caer tímidamente, besando el suelo con su suave caricia. La ciudad se preparaba para recibir la lluvia, y los paraguas abrían su danza en las calles, ondeando como un mar de color.

En medio de aquel bullicio urbano, se encontraba Carolina, una joven de espíritu aventurero. Sus ojos brillaban con entusiasmo mientras observaba cómo la lluvia transformaba el mundo a su alrededor. Tomó su vieja bicicleta y se aventuró a recorrer las calles mojadas.

Pedaleando con rapidez, Carolina sentía cómo las gotas de lluvia se estrellaban contra su rostro y empapaban su ropa. Sus risas resonaban en el aire mientras sus pies se hundían en los charcos que se formaban en el suelo. La ciudad parecía tomar vida propia bajo el manto acuoso, y Carolina se sentía parte de esa magia.

En su travesía, Carolina llegó a un parque cubierto de árboles frondosos. Allí se detuvo y bajó de su bicicleta, dejándola apoyada contra uno de los troncos. Se adentró entre la vegetación, donde la lluvia caía más suavemente. El aire estaba fresco y lleno de un aroma a tierra mojada.

Carolina encontró refugio bajo un gran árbol, cuyas ramas extendidas la protegían de la lluvia intensa. Se sentó en una banca de madera y cerró los ojos, dejándose envolver por la melodía de la lluvia al golpear las hojas. El sonido era un susurro que acariciaba su alma, invitándola a soñar.

Mientras Carolina disfrutaba de aquel momento de tranquilidad, vio a lo lejos a un niño que corría bajo la lluvia, riendo y saltando en los charcos. Sus ojos brillaban con una alegría pura e inocente, contagiando a Carolina con su entusiasmo. El niño se acercó a ella y la invitó a jugar.

Carolina aceptó encantada y juntos comenzaron a saltar en los charcos, chapoteando sin preocuparse de ensuciarse. Sus risas se mezclaban con el sonido de la lluvia, creando una sinfonía de felicidad. Fue en ese momento, bajo la lluvia, que Carolina entendió el poder de dejarse llevar por la magia del presente, de disfrutar los pequeños placeres de la vida.

Después de un rato, el niño se despidió y siguió su camino. Carolina se quedó allí, bajo el árbol, observando cómo la lluvia comenzaba a amainar. El cielo se iluminó con tímidos rayos de sol, anunciando el final de la tormenta.

Carolina se levantó, agradecida por aquel encuentro efímero pero significativo. Subió a su bicicleta y pedaleó de regreso a casa, con el corazón lleno de alegría y una sonrisa en su rostro.

Desde aquel día, Carolina aprendió a no temer a la lluvia, sino a abrazarla como una invitación a vivir intensamente. Porque bajo la lluvia, descubrió que incluso en los días más grises, siempre existe la posibilidad de encontrar la belleza y la felicidad.

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