~CAPÍTULO 1~

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Bip. Bip. Bip...

El sonido que hacían los productos de la Señora Bernard cada vez que Jeremie, mi compañero, los pasaba por el lector de código de barras era un eco lejano en mi mente, aunque les tuviera solo a dos metros de distancia.

Estaba sentada en mi silla aparentando normalidad por si algún cliente aparecía por mi cinta, pero mi cabeza y uno de mis ojos estaban inmersos en el libro que me había comprado el día anterior. Aún me quedaban unos quince minutos para acabar el turno, pero estaba tan enganchada que no era capaz ni de esperar a llegar a mi casa ni de pensar en otra cosa que no fuera la historia y al final había sucumbido. Los diecisiete euros con noventa y cinco céntimos mejor gastados de mi vida: un escocés apasionado que por la noche se transforma en el monstruo del Lago Ness, decidido a conquistar al amor de su infancia quien ha perdido la memoria y está injustamente prometida con el hombre más rico de la región. Y también el más peludo. Dramón y salseo asegurados. E historia, porque la cultura general es importante.

El carraspeo de mi compañero hizo que volviera a la realidad. Levanté la cabeza de golpe y un latigazo me sacudió las cervicales antes de ver como un chico moreno empezaba a poner su compra en la cinta. Cerré el libro de golpe y me lo escondí debajo del muslo repitiendo mentalmente varias veces el número de la página en la que me había quedado porque no había podido ponerle ningún punto, la ciento cuarenta y dos.

Los primeros productos llegaron frente a mí y comencé a pasar los códigos de barras por el lector, mientras por el rabillo del ojo vigilaba que el chico dejara bien colocada la cesta junto a las otras.

Bip. Bip. Bip...

—Hola, ¿vas a querer bolsa? —le saludé con mi sonrisa "de caja".

—No hace falta —dijo señalándose el asa de la mochila que llevaba colgada al hombro.

Era moreno, con el lateral izquierdo de la cabeza rapado y el resto de pelo peinado con gomina hacia la derecha en mechones desiguales. Tenía que admitir que le quedaba muy bien con el conjunto. Dilataciones negras de las pequeñas en las orejas, un aro fino en la ceja izquierda, camiseta negra, cazadora negra. Todo negro, como sus ojos.

Sonrió de lado y yo me di cuenta de que me había quedado mirándole demasiado tiempo. Volví a bajar la vista corriendo, incómoda. Seguí pasando productos a un ritmo vertiginoso hasta que noté como las mejillas dejaban de arderme. Sirope de caramelo, sirope de chocolate, avellanas y almendras cubiertas de chocolate, regaliz, nubes, caramelos de fresa, de sandía, de nata... Y una, dos, y hasta tres cajas de preservativos XL que se me fueron amontonando justo delante de mis narices.

Respiré hondo recordando lo que me había dicho la psicóloga y, actuando lo más normal que pude, fui pasando las tres cajas por el lector de códigos mientras me recordaba a mí misma que debía expulsar los pensamientos intrusivos.

Agradecí que metiese todas las cosas en la mochila que llevaba colgada de un hombro porque no habría sido capaz de abrirle ninguna de las bolsas que tenía en el cajón. Mis dedos estaban tiesos como ramas. Me vino justo coger el billete que me tendió y devolverle las monedas del cambio. Cuando las dejé caer sobre su palma abierta me fijé en como unas líneas finas, negras, se entrecruzaban rodeando cada uno de sus dedos. Era como si tuviera humo tatuado y el dibujo desaparecía debajo de la manga de su cazadora.

—Muchas gracias —dijo haciendo que levantase la vista y le mirase a la cara. Sonrió guardándose el dinero en el bolsillo delantero de los vaqueros. Acabó de cerrar la cremallera de la mochila y se la colgó mientras caminaba hacia la salida, pero justo cuando las puertas automáticas se abrieron, él se giró. Y lo sé porque yo seguía mirándole y él me acababa de pillar. —Bonito pelo, Algodón.

Algodón con KiwiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora