~CAPÍTULO 10~

22 3 8
                                    

El viento y la lluvia me azotaron la cara en cuanto salí de la clínica. Estaba diluviando y apenas podía ver más allá de mis narices. O quizá fueran las lágrimas que tenía acumuladas por estar tardando más de la cuenta en volver a parpadear. En cuanto la puerta se cerró tras nosotros exhalé como si hubiera estado aguantando la respiración un minuto entero. Torrentes de agua bajaron por mis mejillas y se mezclaron con las gotas de lluvia. Lucas abrió el paraguas que nos habían dejado. No era demasiado grande pero sí lo suficiente como para cubrirnos a los dos casi al completo.

—¿Estás bien? —preguntó.

Yo asentí, clavando la vista en un charco a mis pies.

—Ey —susurró y posó su mano en mi hombro, —ya las has oído. Se pondrá bien. Una semana aquí y podrá volver a casa.

Volví a asentir intentando controlar el temblor de mi barbilla. Una semana. O cinco días. Habían dicho que, si había suerte y se recuperaba antes de lo esperado, podría volver a casa en cinco días. Tenía la cabeza hecha una papilla, por eso no me di cuenta de que Lucas estaba llamando a alguien hasta que colgó el teléfono y se lo metió en el bolsillo de los vaqueros otra vez.

—Las empresas de taxi estás saturadas por la lluvia —comenzó a explicar. —No habrá ni uno disponible por lo menos hasta dentro de una hora. Si quieres podemos esperar en el bar o ir poco a poco hasta el metro.

Negué con la cabeza antes de que acabase de pronunciar la última palabra.

—No. Gracias —. No esperé respuesta, le di la espalda y me enfundé al máximo la capucha de la sudadera. —Ya has hecho demasiado por mí esta tarde. Por nosotros, más bien. No quiero seguir monopolizándote. Tenías planes. A lo mejor aún no es tarde y puedes retomarlos. Yo me voy en metro.

—¿Retomarlos? Tú no estabas en la misma sala de espera que yo, ¿verdad? —preguntó con sorna. —Estaría loco si quisiera retomar algo con una chica así.

Lo único que hice fue encogerme de brazos, aún dándole la espalda.

—¿Tan mal te caigo que prefieres cojear sola bajo la lluvia hasta la parada del metro antes que esperar conmigo una hora en un bar? —dijo tirando de la tela de mi capucha, haciendo que volviese a caer a mi espalda justo cuando iba a salir de debajo del paraguas.

Pude ver en sus ojos como su mente maquinaba la siguiente réplica aún sin haber escuchado la mía y algo me decía que la conversación iba a tomar un rumbo que no me iba a gustar ni un pelo.

—Lo que pasa —me apresuré en decir, —es que no tengo mi cartera y no voy a dejar que después de todo lo que has hecho por mí, tengas que pagarme también el taxi. Es solo eso.

Lucas arqueó la ceja del piercing.

—Si no tienes tu cartera tampoco te podrás pagar el metro.

Touché.

—Tengo monedillas en el bolsillo.

—Enséñamelas —me retó.

Fruncí los labios y me palpé los bolsillos disimuladamente esperando notar algún bulto, alguna moneda que hubiera aparecido ahí por arte de magia durante los últimos diez segundos.

Lucas alzó la vista lentamente de mis bolsillos a mi cara y yo estaba segura de que me había puesto roja como un tomate.

—A ver, es de noche, está lloviendo, no tienes dinero y encima vas coja —. Fue levantando un dedo con cada cosa que decía y al final señaló mi pie con ellos. —Vas más coja que el Jorobado de Notre Dame.

—¿El Jorobado de Notre Dame? ¿Qué clase de comparación es esa?

—Una que una verdadera amante de la animación apreciaría. Y ahora deja que me haga el tonto, te acompañe hasta tu casa y me crea que de verdad no te caigo mal. Además, alguien va a tener que pagarte el billete del metro a no ser que quieras colarte... Y algo me dice que no eres de las que podrían burlarse del segurata sin que la pillasen. Sin ofender, claro está. Además, tengo la moto aparcada justo en la puerta de tu edificio, así que por narices he de hacer el mismo camino que tú. Podemos hacerlo juntos como dos personas normales o podemos parecer un asesino en serie que va detrás de su víctima. Tú decides.

Algodón con KiwiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora