•capitulo 19•

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Me despierto con el sonido del despertador que me taladra los oídos. No puedo creer que ya sean las siete de la mañana. Siento que no he pegado ojo en toda la noche. Me duele la cabeza, los ojos me arden y el cuerpo me pesa como una losa. Me cuesta trabajo abrir los párpados y enfocar la vista. El sol entra por la ventana y me molesta. Me tapo la cara con la almohada y suspiro. No tengo ganas de levantarme, ni de enfrentarme al día. Me siento cansada, irritable y deprimida.

Pero sé que no tengo otra opción. Así que con un gran esfuerzo, apago el despertador, me quito la almohada de la cara y me incorporo en la cama. Me estiro un poco y bostezo. Me levanto con torpeza y me dirijo al baño. Me miro al espejo y no me reconozco. Tengo el pelo revuelto, las ojeras marcadas y el rostro pálido. Me lavo la cara con agua fría y me cepillo los dientes. Me pongo una crema hidratante y un poco de maquillaje para disimular el cansancio. Me peino y me visto con lo primero que encuentro en el la mochila.

Salgo de la habitación y voy a la cocina. Preparo un café cargado y me lo tomo de un trago. Espero que me ayude a despertarme y a tener algo de energía. El aire fresco me hace bien, pero también me recuerda que he pasado una noche en vela.

Me siento diferente a ellas, las mánagers, como si viviera en otro mundo, como si no perteneciera a este lugar. Me siento y saco el móvil del bolso. Lo enciendo y veo que no tengo ningún mensaje ni ninguna llamada perdida. Nadie se ha preocupado por mí, nadie se ha interesado por cómo estoy, nadie me ha echado de menos, fuera del campamento. Hasta que me llega un mensaje de mi padre preguntando por mi.
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En cuanto me meto en la residencia escribo un poema en mi libreta

Amores no correspondidos

Son como flores marchitas
Que nunca recibieron agua ni sol
Que se quedaron en el olvido
Sin aroma ni color

Son como estrellas fugaces
Que cruzan el cielo sin dejar huella
Que se pierden en la oscuridad
Sin brillo ni belleza

Son como pájaros enjaulados
Que no pueden volar ni cantar
Que se resignan a su destino
Sin libertad ni felicidad

Son como lágrimas silenciosas
Que caen por el rostro sin cesar
Que se evaporan en el aire
Sin consuelo ni alivio

sólo podía pensar en el, y en el voley. Pero estaba perdiendo el miedos contarle mi pasado. Pero soy cobarde. Así que escribí una carta nunca entregada.

Querido Tobio,

Te escribo esta carta para confesarte algo que llevo guardando mucho tiempo. Quiero que sepas quién soy realmente, de dónde vengo y qué he vivido.

Sé que te sorprenderá, pero mi pasado no es tan feliz como parece.

Mi padre es una buena persona, pero mi madre se divorció de él cuando yo era pequeña y se fue con otro hombre. Un hombre horrible, que me hacía la vida imposible. Me maltrataba, me insultaba, me humillaba. Mi madre no hacía nada por defenderme, solo se preocupaba por él.

Yo me sentía sola, triste, asustada. No tenía amigas, no tenía ilusiones, no tenía esperanza. Pero antes me apunté al equipo de voleibol, mi pasión desde siempre. Me gustaba jugar, saltar, bloquear. Me sentía libre, feliz, fuerte.

Pero no todo fue fácil. Un día, después de un partido, el último de la temporada, ocurrió algo que me marcó para siempre. Cuando salí del vestuario, me encontré con mis compañeras de equipo. Eran mayores que yo, más altas, más fuertes. Me rodearon, me miraron con desprecio, con odio, con burla.

Me dijeron cosas horribles, cosas que no quiero repetir. Me dijeron que yo no era una buena para nada, que yo era una zorra, que yo no tenía derecho a jugar al voleibol. Me dijeron que yo les daba asco,Me dijeron que yo era una vergüenza, que yo debía morirme.

Así fue como cambié de casa, de colegio, de vida. Empecé de cero, con la ayuda de mi padre y de su nueva pareja, que me trató como a una hija. Poco a poco, fui recuperando la confianza en mí misma y en los demás.

Y gracias al apoyo de mi padre, de su pareja, de mis mejores amigos, de mis profesores, de mis psicólogos. Me curé las heridas físicas y las emocionales. Seguí adelante con mi vida.

Y entonces te conocí a ti.

Tú eres lo mejor que me ha pasado nunca. Tú eres el motivo por el que sonrío cada mañana. Tú eres el único que me hace sentir bien conmigo misma y con el mundo.

Tú eres diferente a todos los demás. Tú eres dulce, atento, divertido. Tú eres inteligente, talentoso, apasionado. Tú eres valiente, leal, honesto. Tú eres el mejor jugador de voleibol que he visto jamás.

Tú me has enseñado a amar el deporte, a amar la vida, a amarme a mí misma. Tú me has dado tu confianza, tu respeto, tu cariño. Tú me has dado tu tiempo, tu espacio, tu corazón.

Tú me has dado todo lo que nadie más me había dado nunca.

Y yo quiero darte lo mismo.

Quiero estar contigo, compartir contigo, crecer contigo. Quiero apoyarte, animarte, admirarte. Quiero abrazarte, besarte, amarte.

Quiero ser tu novia, tu compañera, tu amiga.

Quiero ser tuya y que tú seas mío.

Por eso te escribo esta carta, para decirte lo que siento por ti y lo que significas para mí.

Para decirte que te quiero.

¿Tú qué sientes por mí?

Espero tu respuesta con ilusión y nerviosismo.

Con amor, Mai.

Cerré mi libreta color amarillo y blanco, con delicadeza, sin dañarla, mi vida entera estaba ahí.

𝙑𝙤𝙡𝙚𝙞𝙗𝙤𝙡 [|] Kageyama TobioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora