La puerta se cerró.
Los pájaros dejaron de cantar y el mundo se detuvo.
Diana dio media vuelta y comenzó a caminar por las calles de tierra.
Estaba en Zaranda, tenía aproximadamente unos quince años y volvía del basurero enorme, que se extendía hasta más allá del horizonte.
Sus pasos eran cortos y torpes, el cuerpo le dolía mucho, pero no se detuvo. Continuó con su rumbo sin inmutarse, aguantando las lágrimas por el dolor.
De pronto, el ambiente a su alrededor no era más el vertedero de chatarra, sino la parte de arriba del terreno baldío en dónde vivía. El espacio entre las casas era en extremo estrecho, tenía que aguantar la respiración, subir el mentón y desplazarse de medio lado, con paredes en el pecho y la espalda. Era realmente difícil moverse, por el esfuerzo y el roce el llanto logró escapar de sus ojos, pero las lágrimas solo hacían encoger el espacio entre las paredes. Cuando el espacio ya era extremadamente cerrado, dónde no cabía ni un suspiro y las lágrimas no tenían espacio para deslizarse, supo que estaba a mitad de camino.
Avanzó por un tramo tan estrecho que hasta la más pequeña de las cucarachas se desplazaría a duras penas. La presión era mucha y su visión se limitaba a ver un hilo de una tenue luz.
Unos pasos más y llegó a la casa.
Abrió la puerta de hojalata y se cortó la mano inexplicablemente. Al mirarla su piel estaba quemada y tan maleable que se le caía de los huesos sin problema alguno. Diana comió un pedazo y entró.
Adentro estaban Manuel, Jhosmel, Isaías, Arelis, Omuna, Noman, Yaicaneska, Zolimar, Cabriel y otros muchachos sin rostro, pero que también vivían ahí aparentemente. Habían más de los que realmente hubo alguna vez.
Diana entró sin hacer notar su presencia, todos estaban hablando entre sí, unos fumando, otros tres en la esquina besándose sin pudor y uno estaba tirado en el mueble botando saliva por la boca, orinado encima y riendo como bobo. Tenía una inyectadora sucia en la mano y la trenza de uno de sus zapatos amarrada al brazo. Diana se sintió terrible por él y corrió a abrazarlo; era José, el único chico que fue como un hermano para ella, que la cuidó y le enseñó muchas cosas. Quería hablar de nuevo con él y limpiarlo como siempre, pero cuando rompió el abrazo y se separó para verlo, su piel de derritió cual barro espeso. El resto del cuerpo se volvió un fango sucio y oloroso que poco a poco el mueble absorbió hasta no dejar rastro.
Parpadeó y ahora el mueble eran un cúmulo de bolsas negras rodeadas de moscas con dos grandes huesos podridos sobresalientes.
Asustada se abrió paso entre el cúmulo de jóvenes y se metió al cuarto que todos compartían.
Hacía un calor insoportable adentro, la luz amarilla la cegaba y las gotas de sudor le carcomían en la comisura de los labios, el polvo, la urea y el olor a suciedad ajena eran penetrantes. En una de las camas al fondo había alguien durmiendo que temblaba. Diana se acercó a un colchón tirado en la esquina, curtido y con un olor no muy agradable. Tomó una sábana de otra de las camas, se sentó y se cubrió de pies a cabeza, solo quería esconderse.
Pero del interior de la sábana comenzaron a brotar manos hechas de la misma tela. Comenzaron a agarrarle las piernas y los brazos, Diana se movió brusco evitando el contacto, intentó quitarse la sábana de encima pero parecía que ésta, por más que lo intentara, no iba a salir; como si fuera infinita.
Una mano más grande que las demás la tomó del cuello.
̷T̷e̷ ̷c̷r̷e̷e̷s̷ ̷m̷u̷y̷ ̷l̷i̷s̷t̷a̷ ̷¿̷N̷o̷?̷
Diana comenzó a llorar y a pelear por su vida.
̷N̷o̷ ̷e̷r̷e̷s̷ ̷l̷i̷s̷t̷a̷,̷ ̷e̷r̷e̷s̷ ̷u̷n̷a̷ ̷m̷i̷e̷r̷d̷a̷.̷
Un golpe fuerte le dio en el estómago, sacándole todo el aire retenido.
̷U̷n̷a̷ ̷p̷u̷t̷a̷ ̷c̷o̷n̷ ̷m̷i̷e̷r̷d̷a̷ ̷e̷n̷ ̷l̷a̷ ̷c̷a̷b̷e̷z̷a̷.̷
Más golpes dirigidos a sus costillas. Mientras que las demás manos la apretaban con increíble fuerza.
̷¡̷C̷á̷l̷l̷a̷t̷e̷!̷ ̷H̷a̷z̷ ̷l̷o̷ ̷q̷u̷e̷ ̷t̷e̷ ̷d̷i̷g̷o̷.̷
Otra mano grande le tapó los ojos y apretó su cráneo con fuerza, haciendo que las lágrimas salieran solas.
̷N̷o̷ ̷s̷i̷r̷v̷e̷s̷,̷ ̷e̷n̷t̷i̷e̷n̷d̷e̷.̷ ̷T̷e̷ ̷v̷a̷s̷ ̷a̷ ̷q̷u̷e̷d̷a̷r̷ ̷a̷q̷u̷í̷,̷ ̷n̷o̷ ̷t̷i̷e̷n̷e̷s̷ ̷m̷á̷s̷ ̷¡̷P̷u̷t̷a̷ ̷d̷e̷ ̷m̷i̷e̷r̷d̷a̷!̷.̷
El dolor era insoportable, solo quería que se detuviera.
̷¡̷M̷u̷é̷r̷e̷t̷e̷ ̷d̷e̷ ̷u̷n̷a̷ ̷v̷e̷z̷!̷
Las manos eran innumerables, eran demasiadas que su tacto ya era confuso. El cuerpo le dolía, sentía como si sus huesos estuvieran rotos.
¡Vieja! ¡Suelta a la niña!
̷¡̷V̷e̷t̷e̷ ̷d̷e̷ ̷a̷q̷u̷í̷ ̷J̷o̷s̷é̷,̷ ̷a̷n̷t̷e̷s̷ ̷d̷e̷ ̷q̷u̷e̷ ̷t̷e̷ ̷h̷a̷g̷a̷ ̷l̷o̷ ̷m̷i̷s̷m̷o̷!̷
Se escucharon golpes secos.
̷¡̷M̷a̷l̷d̷i̷t̷o̷ ̷d̷r̷o̷g̷a̷d̷i̷c̷t̷o̷!̷ ̷V̷e̷t̷e̷ ̷c̷o̷n̷ ̷a̷l̷g̷ú̷n̷ ̷t̷i̷p̷o̷,̷ ̷m̷a̷r̷i̷c̷ó̷n̷.̷
Más gritos, golpes, muchos golpes. Los sonidos se hicieron tan intensos que lastimaban los oídos y no se entendía nada; era como estática con voces distorsionadas a alto volumen.
Y finalmente las manos la liberaron de la presión. Las voces cesaron y sólo quedó un pitido ensordecedor, entre el cual se podía distinguir una voz conocida y amable:
¿Estás bien, Diana?
No hubo una respuesta, simplemente todo se detuvo de nuevo. Reinó el silencio, ahora había una especie de calma cálida.
Pero seguía habiendo oscuridad. Una terrible oscuridad.
Nada pasó.
La puerta seguía cerrada.
Un rostro emergió lentamente de la oscuridad, pero no se notaban sus facciones.
¿José?
Hubo una luz brillante, cegadora, intensa.
Después no hubo nada.
…
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Ciudades Malditas.
HorrorLas sociedades finalmente han caído. Ciudades enteras son consumidas por maldiciones de origen desconocido. Cosas como la justicia, leyes, gobierno y economía ya no tienen sentido; son vagos recuerdos que quedan en un continente fracturado regido po...