Capítulo 1: viviendo de ilusiones

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-Joven Martín, despierte-

Gretta, era la criada que los padres de Martín habían contratado para su cuidado hace más de diez años. Era una señora no mayor de cincuenta años, bajita y de cabello rizado claro. Al haber fallecido el señor y la señora, y a pesar de no recibir un salario, ella aún seguía cuidando de él. Una vez vió que el muchacho había despertado, fue a correr las cortinas. Estas eran inmensas, tenían el mismo tamaño de la ventana y su color vino tinto bloqueaba perfectamente los rayos del sol.
La escasa luz de la mañana no alcanzaba a iluminar toda la habitación, por lo que esta mantenía un aspecto sombrío.

Martín incorporó su torso lentamente mientras bostezaba. Sentado en su cama, se quedó mirando al infinito mientras Gretta alistaba su ropa. Tenia que estar en el instituto a las 7:30.

-Buenos días, joven Martín.- saludó Gretta respetuosamente mientras dejaba la ropa en el vestidor.

-Buenos días- respondió Martín en un susurro casi inaudible.

-Le serviré el desayuno. Por favor, vaya al comedor una vez esté listo- dijo ella mientras salía de la habitación y cerraba la puerta.

Así eran todas las mañanas en la casa Cortez. Aunque nunca lo expresaba, a Martín le molestaba mucho lo monótona que era su vida. Siempre era lo mismo; el mismo instituto, las mismas personas, las mismas situaciones y las mismas actividades. Solo había una cosa que le gustaba hacer todos los días sin excepción.

Allí estaba él otra vez, frente a la gran boutique del centro comercial. Era uno de los lugares más frecuentados por las jóvenes de aquella ciudad, ya que sus vestidos eran de la más alta costura francesa, pero con un toque muy juvenil que a todos les agradaba. Sin embargo, lo que a Martín le interesaba no era la ropa. A través del cristal, podía ver al fondo un maniquí blanco con forma de mujer, que se asomaba a un lado de los vestidores. No sabia por qué, pero había algo en ese maniquí que le atraía profundamente, hasta el punto de soñar con el e imaginar un sin fin de historias alocadas y retorcidas; pero al mismo tiempo, muy felices. Podía sentir como el tiempo se detenía y el maniquí parecia notar su presencia. El relog en su muñeca sonó, indicando que ya eran las 7:00. Los de la seguridad, los dueños de los negocios y el bullicio de las personas empezaron a llegar al centro comercial. Ya era hora de volver a la realidad.

Mientras caminaba hacia el instituto, Martín se quedaba observando a la gente. Había una anciana que siempre pasaba con un puddle mas o menos a las 7:05. Cinco minutos después, un hombre obeso de mediana edad que tenía una sudadera azul pasaba corriendo a su lado. Al llegar al semáforo, un deportivo rojo siempre se estacionaba frente al supermercado con los parlantes a todo volumen, escuchando algo de DragonForce. Finalmente, a unas calles del instituto, una universitaria se recostaba contra un poste mientras discutía con el que parecía ser su novio.

Al atravesar las enormes puertas del instituto, el ambiente cambiaba. El Belgrano era un prestigioso instituto conocido por su alta exigencia y sus altos ideales de comportamiento. Nadie iba con uniforme, pero todo tenía que ser elegante y de marca. Después de todo, Los padres de la mayoría de estudiantes allí eran hijos de los dueños de la grandes empresas, que manejaban la economía del país.

El salón de Martín era el 701. No tenía amigos, ni siquiera alguien con quién sentarse a conversar. Su única compañía era su cuaderno de dibujos, en el cual dibujaba cualquier cosa que se le ocurriera. Había veces que incluso se dormía en clase. Sin embargo, siempre le iba bien en los exámenes y sus notas eran impecables. Habían personas que se le acercaban de vez en cuando para pedirle tareas. El simplemente les pasaba su cuaderno en silencio sin mirar a nadie a los ojos, mientras mantenía una profunda expresión de indiferencia. Todos pensaban que era muy extraño. Pero a el no le importaba, ya que siempre parecía estar en un mundo paralelo. Hablando de su ropa, siempre usaba lo que Gretta le diera. Normalmente eran camisas a cuadros con suéteres de rombos. El estilo perfecto para un niño como el.

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