Capítulo 3: El arbol marchito

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Al salir corriendo, Martín no se percató de que no había sacado su lonchera. Pero cuando se dio cuenta, las aulas ya habían sido cerradas con llave. Sin tener otra opción, volvió a dirigirse hacia el bosque. Ese día, el clima estaba fuera de lo usual. Normalmente hacia frío en la capital, pero hoy estaba haciendo bastante calor. Los niños corrían y jugaban ruidosamente, mucho más de lo normal. Definitivamente, había algo diferente en la atmósfera de aquel lugar.

Martín empezó a dirigirse lentamente hacia el lugar del bosque que siempre frecuentaba. No obstante, se aseguraba de no perderse ningún detalle, observando con detenimiento a su alrededor. En serio le agradaba ese bosque. Los árboles medían más de dos metros y entre sus ramas se colaba la luz del sol. No habían ardillas o animalitos pequeños de ese tipo. De vez en cuando, venían grandes cuervos que escarbaban con su pico entre la tierra para encontrar alguna rata muerta. Hasta el momento, no había tenido oportunidad de recorrer el bosque completamente, ya que el tiempo que podía estar allí era algo corto. Caminó por cinco minutos seguidos y la niña no apareció. Se sentó por un momento en una gran roca y suspiró profundamente. De repente, sintió que alguien lo tocaba por detrás. Se sobresaltó un poco, pero de una manera apenas notable.

-¡hola! Que bien, pensé que ya no ibas a venir- saludó Anabelle atrás de él.

-hola- dijo Martín con su tono de siempre.

En ese momento, el estómago de Martín sonó fuertemente. Le dió un poco de vergüenza, pero al ver la cara sonriente de Anabelle se sintió molesto. La niña pareció entenderlo y lo tomó del brazo bruscamente.

-ven- dijo casi riéndose.

Luego de eso, haló a Martín mientras corría, obligándolo a correr también. La velocidad a la que iban no era la gran cosa, pero él se consideraba alguien más de ciencia que de acción. Naturalmente, cuando Anabelle paró, el niño cayó de rodillas al piso, tocándose el pecho como si le doliera mientras el sudor le escurría por las mejillas. Al cabo de unos minutos, se incorporó y pudo ver donde estaba.

Era un campo abierto, justo en medio del bosque. Lo único que había allí era un enorme árbol marchito. Este se encontraba en todo el centro del lugar. Sus ramas grisáceas se enredaban entré si, formando una especie de red desordenada. Su tronco era muy ancho, y tenía un gran hoyo en su centro. Detrás de el, se asomaba Anabelle, haciéndole señas para que se acercara.

-si que eres lento- Le dijo la niña apenas llegó.

Martín sólo la miró con cara de pocos amigos.

-Va, no te enojes- dijo mientras se metía en el enorme hoyo.

Una vez dentro, asomó la cabeza una vez más.

-¿no vienes?- preguntó.

Martín no dijo nada. Simplemente se acercó y apoyó sus manos en las enormes raíces que sobresalían del árbol para poder impulsarse. Anabelle lo ayudó tomándolo del antebrazo. Era un espacio reducido, pero funcionaba perfecto como guarida. Parecía el refugio de una mofeta gigante.

-Come- le ordenó extendiéndole un racimo de uvas.

Él sólo asintió y lo tomó. Al llevarse una a la boca, pensó que su sabor sería amargo, pero estaba increíblemente dulce. Se empezó a preguntar cómo las había conseguido. De hecho, en ese momento recordó todas las preguntas que quería hacerle. Alzó la vista y la vió de nuevo, sonriendo.

-Me alegra que te gusten, Martín-

Esta niña no dejaba de sorprenderlo. ¿Cómo era que se sabía su nombre? ¿Quien era ella?, sus preguntas empezaron a alterarlo. Al estar divagando, puso su vista en un objeto que se encontraba al lado izquierdo de la niña. Era un pequeño oso de peluche marrón. Se veía que era bastante viejo. Le faltaba un ojo, e incluso se le salía el relleno por una de sus patas. Daba algo de miedo.

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