Capítulo 2: fuera de la rutina

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A la mañana siguiente, Martín se levantó con una extraña sonrisa. Vió a su alrededor y sintió algo de miedo, ya que todo estaba muy oscuro. Se puso sus lentes negros y se levantó para ir al baño. Cuando se vio al espejo, se sorprendió de si mismo. Su cara tenía expresión. No era una expresión rara, probablemente todas las personas se despertaban de esa manera. Pero para el, era muy extraño.

De pronto, escuchó la puerta de la habitación abriéndose. Gretta entró con cautela a la habitación, intentando hacer el menor ruido posible. Era hora de despertarlo, como todos los días. Aunque no lo demostraba, Gretta de verdad quería al niño como a uno de sus hijos. Lo había visto crecer y convertirse en lo que era en ese momento. Cuando se acercó a la cama, se inquietó un poco. Las sábanas estaban revueltas y la luz del baño estaba prendida. La puerta estaba semiabierta.

-¿Joven Martín?- preguntó asomándose.

Gretta también se sorprendió. Hace tiempo que el niño no mostraba indicios de algún tipo de emoción en su cara. No era demasiado, pero era un avance. Sin embargo, al escucharla, Martín giró su cabeza y volvió a la misma neutralidad de siempre. Gretta se quedó mirándolo, con algo de nostalgia.

-La ropa está encima de su cama. Por favor, baje cuando esté listo.- dijo Gretta y salió de la habitación.

El niño salió del baño un tanto perturbado. Si Gretta lo había notado, tenía que ser algo importante. Sin embargo, debía seguir manteniendo la misma actitud de siempre. No quería que nadie notara cambios en él. Tampoco era su objetivo llamar la atención. No debía ser la gran cosa un cambio en la rutina. Luego de salir de su casa y asegurándose de tener las llaves de la boutique consigo, Martín se dirigió con prontitud hacia el centro comercial. Tenía que llegar más temprano de lo normal, de esa manera podría llevarse el maniquí sin levantar sospechas.

6:30 am, 4 de marzo de 2015. La vieja puerta de madera se abría lentamente mientras el niño la halaba cuidadosamente, dejando ver al fondo lo que le interesaba. Ella era blanca como marfil y sus ojos eran de un melodioso color miel. Sus labios color rosa y su cabello negro contrastaban con la palidez de su cuerpo de una manera muy delicada. Aún estando inmóvil, el podía sentir la cálida esencia que emanaba de esta. Aquel maniquí era la cosa que mas le gustaba en el mundo. Esa era su realidad.

Volviendo en sí, Martín se acercó al inerte cuerpo y lo tocó cuidadosamente, para luego intentar cargarlo. Lo tomó de ambos brazos y lo colocó sobre su hombro, pero tan pronto como lo retiró de la mesa que lo sostenía, el peso de este superó las fuerzas del muchacho y lo hizo caer, causando un gran estruendo. En ese momento, escuchó que alguien entraba. No podía moverse, ya que el maniquí estaba sobre él. Por primera vez en su vida, sintió miedo. Escuchó los pasos de alguien que se acercaba. Luego, pudo sentir a alguien justo detrás de el. Tenía miedo de voltear la cabeza y ver de quién se trataba. Sentía como si se fuera a desmayar en cualquier momento. Le temblaba todo el cuerpo y respiraba con dificultad. Probablemente así se debería sentir un ladrón al ser descubierto.

-¿Necesitas ayuda?- preguntó la persona detrás de Martín.

Con miedo y temblando aún, giró su cabeza para ver de quién se trataba. Por alguna extraña razón, era una niña. Su cabello era largo y castaño, Sus ojos eran de color café oscuro. Llevaba un camisón blanco, ancho y de manga larga. Su cabello estaba suelto y desordenado. Sus pies no se alcanzaban a ver, ya que el camisón los cubría.

-Vamos, te ayudaré- dijo ella mientras se agachaba.

La niña cogió el maniquí y lo levantó sin mayor esfuerzo. Lo dejó sosteniéndose contra una de las paredes del estrecho cuarto. Martín seguía en el piso, tratando de no mostrarse muy perturbado. La niña lo vió y le sonrió mientras le ofrecía la mano para ayudarlo a levantarse. El miró a la niña con mucha intriga, viendo su mano al mismo tiempo. Luego de unos segundos, se decidió a tomarla y se incorporó de una sola vez.

-Ahora tenemos que sacarlo de aquí, hay que cargarlo. Tú de los pies y yo de la cabeza, ¿Vale?- le ordenó sin quitar la sonrisa de su cara.

En silencio y sin saber por qué, Martín obedeció y le tomó los pies al maniquí. Ella hizo lo mismo con la cabeza. Se dió cuenta de que la niña tenía una gran capacidad, pues no tuvo que hacer nada de fuerza al levantarlo. Al llegar a la salida, había un viejo carrito de mercado esperándolos. La niña le hizo un gesto a Martín para que dejara el maniquí dentro de este. Sin siquiera preguntar, esta haló al niño del brazo y lo subió al carrito con el maniquí. Luego sacó de uno de los bolsillos de su camisón unas llaves que utilizó para cerrar la puerta con seguro.

-Aquí vamos- dijo tranquilamente.

Lo que pasó a continuación era bastante obvio. La niña se subió al carrito y empezó a impulsarlo con uno de sus pies, como si fuese un monopatín. La señora con el puddle que pasaba todos los días vió pasar el carrito a toda velocidad, mientras el puddle ladraba y casi se estrellan con el tipo de la sudadera azul. Allí tomaron un desvío a la casa de Martín. Afortunadamente, aún no habían demasiados transeúntes en las calles. Al llegar, el niño se dió cuenta de algo.

-Abre, ¡rapido!- le dijo la niña con mucho entusiasmo.

Luego de entrar, los dos niños cayeron exhaustos. Ya todo había pasado. El preciado maniquí de Martín estaba a salvo.

-t-tu- dijo Martín tartamudeando.

-¡genial! por fin hablaste, ¿Qué pasa?- dijo la niña.

-E-Eres la niña del bosque- dijo Martín temerosamente.

-Supongo que esa soy yo. Anabelle, mucho gusto- le dijo estirando la mano.

Martín le tomó la mano con algo de desconfianza. Ella era la niña a la que todos en el Belgrano le temían. Pero no era un fantasma. Algo extraña tal vez, pero era completamente mortal. Pensando en eso, recordó que tenía que ir al instituto. Vió su reloj, eran las 7:30. Anabelle se incorporó y estiró los brazos.

-Creo que ya me voy. Nos vemos- dijo y salió cerrando de un portazo.

No le dió tiempo de nada. No pudo agradecerle o presentarse adecuadamente. Eso le fastidiaba, simplemente no recordaba como debía hablar con otras personas. Había cosas que quería saber. No entendía mucho lo que le estaba pasando, pero estaba totalmente seguro de que la causa de todo había sido ella. Empezó a sentir mucha curiosidad. Estaba molesto, o al menos eso parecía.

Finalmente, Martín se incorporó y fue al baño a asearse un poco. Suspiró profundamente y se dispuso a ir al instituto. Se fué caminando lentamente, observando todo a su alrededor como solía hacerlo. Hasta la ruta era diferente. No estaba el tipo del deportivo rojo ni la señorita con el celular. Habían muchas más personas, hacia más calor y no era tan fácil caminar. Su maleta se sentía más pesada y grande.

Al llegar, sintió alivio. Fué hasta su salón y se puso a dibujar mientras llegaba el profesor, como siempre lo hacía. Escuchó atentamente al profesor de literatura y tomó apuntes, mientras que sus compañeros empezaron a molestar luego de los primeros quince minutos. No obstante, todos salieron rápidamente al escuchar el timbre para el receso. Como de costumbre, Martín salió tranquilamente, pero recordó a anabelle. Entonces se apresuró para llegar al bosque, esperando poder encontrarse con ella y despejar todas sus dudas.















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