Capítulo 3.

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—Joaquín, no soy tonta, por favor.

—Ana, ¿por qué no me crees? Esto no es una broma para mí, te das cuenta que cuando acabe esta discusión sólo tenemos dos opciones: hacernos a un lado o luchar por lo nuestro. Y yo no quiero perderte, pero esta desconfianza me hiere.

—¿Tú has pensado en mí? ¿En cómo me siento con todo esto? He puesto las menos al. fuego. por ti, pude perder a mi familia por ti, por amarte, piensas que no me he esforzado tanto como tú para que nosotros seamos felices, para querernos como lo hacemos. Esto tampoco es fácil para mí. No sabes cuantas veces he pensado en que no mereces que Horacio o mi mamá te hagan la vida imposible, qué mis hijos te odien, sólo por un capricho mío, por querer sentir algo que no sabía que podía sentir.

Eres la persona correcta y desde que nos conocimos lo he sentido, pero no es nuestro momento, siento que todo se rompe a pedazos, qué dependemos de un hilo demasiado fino como para aguantar una suave brisa. Por mucho que te ame yo no sé si pueda aguantar más.

Joaquín sólo mira a Ana, mientras ella sigue balbuceando razones y motivos por los cuales deberían dejar su relación caer al abismo.

—Si esta va a ser nuestra última vez —Joaquín se acerca a Ana lentamente y levanta su barbilla con su mano derecha, —estoy seguro de que no queremos que sea peleando y hablando de todas las cosas malas que han arruinado nuestra felicidad.

—No quiero arruinarte la vida.

Joaquín besa su frente para luego acercarse a sus labios y besarla, suave y dulce, probando una vez más el sabor de su boca, sintiendo sus labios encajar perfectamente y recorre su cintura con sus manos pegándola más a él. Ana no duda en responder el beso y tarda poco en intensificarlo, saborea sus labios y lo toma de la cara para tener más estabilidad, pronto sus lenguas buscan abrirse camino en la boca del otro y cuando se sienten cortos de aire, se dan un pico suave y juntan sus frentes.

Joaquín abre los ojos y mira las lágrimas en las mejillas de Ana. No tarda en cambiar su postura y con la yema de sus pulgares apartar las lágrimas; besa cada mejilla, con suavidad y calidez y deja un pequeño beso en la comisura de sus labios.

—No quiero perderte —susurra Ana con los ojos cerrados.

—No me voy a ir. Y sí me voy, me voy contigo.

De un momento a otro Ana sintió las manos de Joaquín delinear su figura y se detuvo en su trasero para apretarlos.

Ana extasiada y sorprendida, corta el beso y lo mira con una sonrisa pícara la cual Joaquín no se tarda en responder y profundiza el atrape de su trasero acercándola.

Ella aleja su pecho para mover sus manos hasta la correa de Joaquín y desabrocharla mirándolo fijamente a los ojos y lo tienta con las manos jugueteando con la hebilla, pero luego da un tirón fuerte sacando la correa por completo. Joaquín quiere acercarse pero ella lo aparta.

—Puedes ser inocente de lo que quieras, pero ahora necesito castigarte. No tocar, ni besar y prohibido abrir los ojos. No sabe con quién se metió, Señor Cortés.

Joaquín se mordió el labio escuchándola hablar, el bulto en su pantalón se había hecho notorio hace ya varios minutos y empezaba a incomodarse. Quizo refutar pero lo mejor era obedecer.

–Como usted diga, Señora Ana. —sonrió plácidamente.

Ana quiso dejar el preámbulo aparte al ver la mirada pasional de Joaquín pero tenía que ser fuerte y disfrutar de la tortura por un rato.

—Apóyate en la mesa, tus brazos atrás y espérame. —Ana no esperó a que Joaquín se mueva y fue a su habitación a buscar una tela lo suficientemente larga y oscura para que cubriera su mirada. Al minuto llegó con un pañuelo azul oscuro. —Volteate, voy a ponerte esto en los ojos.

Cuando Ana terminó de atar el nudo en la nuca de Joaquín, tomo su cintura indicándole qué se volteara.

—Señora Ana...

—Dígame.

—¿O sea, sí puedo hablar?

—Sí... por ahora.

Ana abrió el cierre de su pantalón y lo dejó caer a los tobillos de él, y luego sacó la camisa que traía dejando expuesta su piel. Ana detalló su pecho, su abdomen perfecto, su espalda ancha al igual que sus brazos, fuertes y demasiado sexys a su parecer.

Empezó a besarlo por detrás de la oreja y fue haciendo un recorrido lento y húmedo a su cuello en donde se detuvo un tiempo para lamerlo.

La boca de Joaquín se abría del éxtasis de sentir los besos húmedos de Ana y suspiró varias veces cuando aquellos se intensificaban, tenía claro que no podía tocarla por lo que sus manos presionaban el borde de la mesa con extremada fuerza tratando de controlar sus ganas.

—Me vuelves loco, me encantas.

—Shhh — Ana puso un dedo en su boca y luego lo besó —, no digas nada. Estoy concentrada.

Ana continuó con el recorrido y ahora estaba en su abdomen, primero lo tocó y luego lo beso de la misma manera en la que había besado el resto de su cuerpo.

—A la que vuelves loca es a mí. —Sus manos se apegaron al borde de los bóxers negros que traía puestos y los bajó lentamente dejando libre y expuesta la erección de su novio. —Tu cuerpo, me produce... —con una mano empezó a acariciar su miembro — dejarte con las ganas de lo malditamente guapo que eres.

—¿Me va a dejar a medias, Señora Ana? —Habló él entre suspiros con la voz más ronca de lo normal, lo que debilitó a Ana, pero siguió con el movimiento ascendente y descendente en su miembro ahora más rápido y apretando la punta

—Por mucho que quisiera no podría... estoy muy... iniciada como para quedarme con las ganas.

—No puedo más. —Gimió ronco.

—Aguanta, porque recién estoy empezando.

—Voy a decirte lo que quiero hacerte para ver si me gano el derecho de que me dejes tocarte.

—Adelante. —Ana hizo más lento el movimiento con sus manos y luego se apartó para cambiar de lugar. —Separa tus piernas. —Ana se puso en medio y cuando notó la reacción de Joaquín al sentir su cuerpo tan cerca prosiguió.

—Quiero... agarrarte de la cintura y subirte encima de la mesa, quitarte ese vestido, que te queda divino pero te prefiero sin nada puesto, y primero tocar tus senos, besar uno y luego el otro. Y así como tú, bajar lentamente con mis besos hasta dentro de tus piernas y lamer-

Ana con agilidad en cuestión de segundos tiró del pañuelo y Joaquín apretó más los ojos al ver nuevamente luz. Ana no dejó que él pudiera acostumbrarse a la luz y empezó a hablar.

—Hazlo, que no se quede en tu mente. —dió dos pasos atrás lentamente asegurándose qué él la estuviera viendo y bajó las tiras de su vestido y este cayó al piso. Volvió a acercarse y ahora Joaquín hizo todo lo que dijo, pero antes de empezar el recorrido de por sus senos, puso los brazos de Ana detrás de su cuello, subió su pierna a su cadera y pegó su frente a la de ella.

—Te amo, Ana.

—Yo también te amo Joaquín.

En el fondo, haya mentido sobre el cheque o no, nada borraba sus sentimientos, nada podía hacerla olvidar de todo lo vivido y su amor seguía intacto.

𝐄𝐥 𝐏𝐞𝐫𝐝𝐨𝐧 | 𝐅𝐢𝐜 𝐂𝐨𝐧𝐞𝐣𝐨𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora