Capítulo 3: Secuaz

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Mucha gente pensaba en el silencio como algo aterrador, para Izuku, era un alivio. Tirado en el futón se sentía muy contradictorio. Acababan de decirle que su esposo había fallecido y ni siquiera sabía cómo sentirse. Por una parte, sentía tristeza de que alguien muriera y por otra, sentía una calma y tranquilidad que hacía tantos años que no experimentaba, que le gustaba. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre y sabía que no lo estaría por mucho tiempo pero... apreciaba ese momento.

Tirado sobre el futón teniendo toda la casa en un silencio absoluto, simplemente se relajaba. Hoy era sábado, no trabajaba, su esposo no aparecería borracho ni nada semejante, era un buen día.

Cerró los ojos y trató de relajarse. Era complicado hacerlo, simplemente por la rutina, por pensar que su esposo podría aparecer en cualquier momento y aunque intentaba mentalizarse de que ya no entraría por esa puerta, su cuerpo seguía temblando y se acurrucaba como si de un niño pequeño se tratase.

Cuando el timbre de la puerta sonó, su intranquilidad aumentó de golpe. El pensamiento de que algo malo podía estar al otro lado fue lo primero que llegó a su mente. Incorporado en la cama miró hacia la puerta abierta de la habitación pero desde allí, jamás sabría quién tocaba el timbre de la puerta principal. Podía fingir no estar en casa, pero cuando sonó de nuevo al poco tiempo, se alarmó.

Con pesadez en el cuerpo, Izuku se levantó del futón, agarró la primera sudadera que encontró elevando el cuello de ésta todo lo que pudo para esconder las marcas de su cuello y caminó por el pasillo descalzo para ir a abrir la puerta.

Su mano derecha tomó el pomo de la puerta y, por un instante, se paralizó al ver la gran cicatriz de ella. Estaba convencido de que posiblemente sería un repartidor para entregar algún paquete, pero, aunque podía evitar que vieran su mano si no soltaba el pomo de la puerta, Izuku desvió la mirada hacia la estantería cercana para comprobar que los guantes estaban allí.

Abrió la puerta tras comprobar que sí los tenía al alcance de su mano si los necesitase y entonces, se paralizó al ver a Bakugo Katsuki frente a su puerta. Él nunca le dijo a ese chico dónde vivía, tan sólo tenían una relación profesional porque era su cliente en la tienda de piercings y tatuajes.

— ¿Bakugo? – preguntó Izuku sorprendido por verle allí –. ¿Hay algún problema con tu piercing o algo? ¿Cómo sabes dónde vivo?

— Los Yamaguchi... – susurró como si ese apellido tuviera que darle toda la información necesaria a Izuku. Éste resopló.

¡Claro, trabajaba para la familia de su padre! La información relevante sobre él la tendrían los miembros de la familia, podía haberla conseguido con facilidad.

— Ya veo – se giró Izuku hacia el mueble para agarrar los guantes y ponérselos con sutileza en un intento por evitar que él viera sus manos – si no es una emergencia, no es un buen momento para...

— Quería darte el pésame. Todos los Yamaguchi saben ya sobre...

¡Paralizado! Así se había quedado Bakugo como si no se atreviera a decir las siguientes palabras.

— ¿Mi esposo? – preguntó Izuku.

— Sí. Yo... quería disculparme, no sabía que era tu esposo y, ese día, el que falleció, yo estaba allí en el puerto. Si hubiera sabido que era tu esposo...

— Olvídalo – dijo Izuku – todos sabemos la clase de vida que es esa. Son cosas que asumimos que pueden pasar. Gracias por el pésame, si no necesitas nada más...

— ¿Un café? – preguntó Bakugo.

— ¿Es la excusa para no decirme que mi padre te ha mandado a vigilarme? – preguntó Izuku.

The tattooist (Boku no hero: Baku-deku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora