Se despertó abruptamente, con los latidos de su corazón desbocados, un sudor frío recorriendo su nuca y espalda y sobre todo, siendo incapaz de pronunciar una palabra.
Angustiado como estaba y llevando su mano hacia su pecho, agarró con fuerza su camiseta negra corta con la que dormía y miró a través de la ventana. Era de noche, posiblemente de madrugada pero él se había despertado a causa de una gran pesadilla.
Aquel día, en el muelle del puerto que pertenecía a territorio de la familia Todoroki, su compañero y superior, falleció de un único disparo cuando recogían el cargamento. Él lo vivió muy de cerca... demasiado cerca.
Doblando la rodilla hacia él, apoyó el codo sobre ella para ocultar su rostro tras la mano. Su flequillo rubio se coló entre los dedos. ¡Culpabilidad! Es un poco lo que sentía ante esa pesadilla, ante aquel incidente y más tras descubrir que había sido el esposo de Izuku Midoriya el afectado.
Podría ser un idiota y quizá tenían un matrimonio echo pedazos, sólo por compromiso y motivado por las apariencias pero... seguían estando casados. Quizá él mismo debió darse cuenta antes de que Izuku era su esposo del que tanto hablaba, si lo hubiera hecho, posiblemente habría podido incluso ayudar a ese chico en alguna cosa.
Ahora intentaba ayudarle como podía pero su situación era bastante mala. Posiblemente su padre quisiera volver a casarle en cuanto pudiera, ya estaría mirando posibles negocios que compaginar con los suyos propios o incluso territorios que le fueran beneficiosos.
Desde sus dieciséis años, había estado enamorado de ese chico. La primera vez que entró en su tienda de tatuajes y pircings fue casi como un sueño para él.
Él, un chico sin familia, que llevaba años ya dentro de la mafia haciendo recados para sus superiores, a los dieciséis años empezó con los pircings. ¡Cuatro años! Era el tiempo que había transcurrido desde la primera vez que le vio y se enamoró de él, cuatro años donde ese chico ya estaba en ese infierno de matrimonio que desconocía.
El teléfono que reposaba en la mesilla de noche, comenzó a sonar entonces sacándole de sus pensamientos. Que sonase a esas altas horas de la madrugada sólo podía significar una cosa: algo que se había torcido, es decir... trabajo.
‒ ¿Sí? – preguntó Bakugo en cuanto descolgó el teléfono.
Con su mano todavía sobre sus ojos en un intento por despertarse, escuchó la conversación mientras los frotaba con suavidad. El sudor todavía caía por su nuca debido a la pesadilla.
‒ Dame... cinco minutos – susurró Bakugo – voy para allí.
¡Problemas! Claro que eran problemas, no podía ser otra cosa y como siempre, como mano derecha ahora mismo del jefe, él debía resolver todos esos asuntos con la mayor presteza posible.
***
¡Rodeado de gente! Ese chico siempre estaba rodeado de chicas hermosas y amigos que le hacían sentirse más importante de lo que realmente era. Todos le halagaban y por eso mismo y tras un rápido vistazo, Shoto se desvió hacia otra sala del club. No quería verle en esos momentos, sólo buscaba un momento de tranquilidad.
Enganchado al teléfono todavía tratando de arreglar la llegada del último cargamento de material para la reconstrucción del barrio, se alejó del lugar y entró finalmente en una de las habitaciones más alejadas que conducían a la terraza. Allí tendría algo de privacidad.
¿A qué se dedicaba la Yakuza? A todos los negocios ilegales, aunque, para ser sincero, hacía años que la delincuencia en el país había disminuido y muchas familias, como la suya, incluso ayudaban tras los terremotos o catástrofes naturales. Y por eso mismo, allí estaba él.
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The tattooist (Boku no hero: Baku-deku)
Fiksi PenggemarBakugo sólo quería entrar a formar parte de una de las importantes familias de la Yakuza. Izuku sólo era el hijo bastardo del jefe de la familia para la que Bakugo quería servir. En la tienda de tatuajes y piercings donde Izuku trabaja, sus caminos...