El principio

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Siempre septiembre tenía una vibración en el aire que le atravesaba el cuerpo. Como si sus costillas se contrajeran y expandieran a la vez en un vibratto constante. Desde pequeña, el 31 de agosto era una noche larguísima en la que a penas dormía, porque sabía que después de las 12 llegaba septiembre. Sentía en esas 10 letras, en ese "septiembre", una promesa de nuevo empezar, de nueva oportunidad, de nuevo momento preciso en el que lograr aquello que antes no había podido.

Con 6 años era aprender a hacer la voltereta lateral, porque su amiga Isabel ya la sabía hacer en junio, así que en septiembre le enseñaría. Con 8 años era leer su primer libro "de mayores" sin a penas dibujos. Con 9 años fue intentar que alguien fuera a su fiesta de cumpleaños (no como en su fiesta de los 8 años, que ni siquiera fue Isabel). A los 11 años, empezar el instituto fue un septiembre mucho más septiembre, porque con tanta gente nueva seguro que era fácil tener un grupo de amigos, como en el videoclip de Avril Lavigne en el que hacían una fiesta en un centro comercial. A los 14 años, septiembre fue solo septiembre, un septiembre nuevo en el que seguir sacando muy buenas notas, buenísimas, y seguir jugando al tenis y ganar partidos, muchísimos.

Con 16 años, el inicio de Bachillerato fue un nuevo septiembre, como el de los 8 años, y también el primer septiembre que se enamoró. Pero nadie supo que se enamoró. Sacó buenas notas, las mejores. El junio de los 18 años le dieron una matrícula de honor y el primer año de universidad gratis gracias a eso. La primera persona de la Marta se enamoró se llamaba Cristina, y cuando en la fiesta de graduación de 2 de Bachillerato, con su primera copa en el cuerpo, se atrevió a decirle que la quería; Cristina fue también la primera persona que la miró con asco, y se marchó.

Cuando la fiesta terminó, era tradición que los recién graduados fueran hasta la puerta del instituto, entre borrachos y resacosos, las chicas con los tacones en la mano, los chicos con las corbatas en las cabezas, para jalear a todos los demás, alumnos y profesores, que aún tenían que ir a clase. Ya luego llegaría la temida Selectividad.

Marta se perdió en esa peregrinación y marchó a su casa directamente. Nadie se había dado cuenta. Cristiana había lanzado alguna mirada hacia ella mientras atravesaban el barrio, comprobando que se mantenía a distancia. Marta llegó a su casa y frente a un vaso de ColaCao que se preparó con leche fría, lloró por amor por primera vez. Y quiso, más que nunca, que fuera septiembre.

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