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El primer septiembre de la universidad fue una explosión: de expectativas cumplidas y de otras fracasadas, de estudiar mucho más que lo que se veía en las series, de llorar mucho más al verse incapaz de poder con todo, de sentir una alegría inmensa al ver que era la única de su clase que obtenía matrículas de honor, pero también de un bajón casi inmediato cuando le decían que en ella era "normal" sacar buenas notas.

Claro que todo el mundo esperaba que sus notas fueran las mejores de la promoción. Y por supuesto que lo fueron. Otra cosa de la que poca gente habló fue del trastorno alimenticio que le provocó la ansiedad por ser la mejor, o la tristeza casi crónica de no ver nunca una palabra de orgullo a su alrededor, solo del deber cumplido.

Marta, eso sí, estaba profundamente apasionada con su carrera. Historia del Arte era para ella la posibilidad de viajar en el tiempo, en las formas, en los gustos, en las estéticas...comprender desde toda la geografía y toda la línea del tiempo cómo, al final, la humanidad había buscado cauces de expresión. Porque al final, todo el mundo necesita expresarse: ya produciendo arte, ya encargándolo, ya creándolo por casualidad, o con una intencionalidad diferente; los libros, los apuntes y las imágenes le devolvían a Marta la mirada del pasado y la forma de ver de los otros, entre la que buscaba su propia forma de ver y de expresarse.

Desde el primer día no solo quedó abrumada por la cantidad de gente que, de golpe, entraba a la asignatura de Arte Barroco (asignatura maldita y que quedaba arrastrada y suspendida durante mil convocatorias, congregando a un heterogéneo grupo de novatos asustados y veteranos suspendedores más bien amargados); también se vio abrumada por el vuelco al estómago cuando vio entrar a Silvia: una rasta larga asomaba por entre su melena rubia (era 2012, y el 15-M estaba aún muy reciente), y sus ojos azules sonrieron con la calidez de un sol de primavera a otra chica, sentada en primera fila, junto a la que dejó todas sus cosas y se sentó a su vez. Victoria, desde la tercera fila de un aula magna inclinada, veía su perfil cada vez que se giraba para hablar con la chica que Silvia tenía al lado. Recto, casi griego, como el de la Afrodita Cnidia, aunque con una nariz más recta, perfectamente curvado en cada sonrisa, en cada palabra y expresión. Alzaba las cejas cuando su acompañante le hablaba, y tan solo quitaba la mirada cuando otra persona entraba y la saludaba. Ella se levantaba entonces y  abrazaba a quien la saludara, y sus manos gesticulaban después con gracia y soltura, largos los dedos, llenos de anillos plateados. Estaba morena, después de todo un verano de festivales y playa, y las pecas de su nariz se arrugaban cada vez que se reían.

Marta, viendo su don de gentes, pensó que Silvia sería una veterana repetidora de Arte Barroco, pero ese era también el primer año de Silvia. Sería también el primer gran amor de Marta.

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⏰ Última actualización: Aug 07 ⏰

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