Una última vez, por favor.

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Una última vez. La frase resonaba en la mente de Takemichi como un eco sombrío, una melodía desafinada que no tenía fin. ¿Qué demonios estaba haciendo con su vida?

Ahí estaba, 12 años en el futuro, un futuro tan pulido y perfecto que dolía. Hina, la razón de sus viajes en el tiempo, respiraba y sonreía; un milagro que muchos celebrarían. Pero su corazón latía con una pregunta punzante: ¿Era ella la única razón por la que seguía adelante?

¿Dónde demonios estaba Mikey?

Debería estar aquí, compartiendo esta perfección, pero su ausencia era un agujero negro que tragaba la felicidad a su alrededor. ¿Por qué todos evadían sus preguntas sobre él?

Takemichi se sentía un imbécil. Todo parecía tan perfecto, todos a su alrededor vivían sus sueños, incluso él estaba a punto de casarse con Hina. Pero en el fondo, una voz susurraba una verdad incómoda: no era suficiente.

Cada vez que veía a Hina, su mente traicionaba su presente y se escapaba hacia Mikey, hacia su sonrisa que era un refugio seguro en un mundo caótico. Ansiaba verlo, tocar su rostro, decirle que estaría allí para él, que sería su pilar, su todo.

Pero Mikey era un fantasma, una sombra que nadie quería revelar. Las excusas llovían: un restaurante en el extranjero, compromisos ineludibles. Pero Takemichi sabía que había algo más, algo que le ocultaban.

Naoto, su aliado en el tiempo, se negó a ayudar. Proclamaba que este futuro era el ideal, que no permitiría que Takemichi lo arruinara. Esa negativa fue una traición que quemaba más que cualquier herida física.

Y entonces, en la víspera de su boda, Kazutora apareció con una llave hacia Mikey. Una llave que abría más preguntas que respuestas, pero era suficiente. Takemichi tomó la decisión: no habría boda, solo la búsqueda de Mikey.

La memoria se desvanecía en un borrón, y todo lo que quedaba era el frío metal de un arma apuntando a su cabeza.

—Solo quiero hablar con Mikey-kun —la voz de Takemichi era un susurro desesperado, sus ojos buscaban al dueño de la voz que lo amenazaba. 

—¿Y por qué una basura como tú querría ver a mi rey? —Sanzu escupía las palabras con desdén

 

Por favor, Sanzu, solo necesito saber que está bien —la súplica de Takemichi era sincera, sus ojos ahora reconocían al hombre que lo amenazaba. 

La situación se torció aún más cuando Hina fue arrastrada al sucio almacén, vestida de novia y marcada por golpes que contaban una historia de violencia. La luz parpadeante apenas iluminaba su figura, y el aire estaba impregnado de un olor a humedad y desesperación. Las gotas de agua caían del techo como lágrimas, acompañando los sollozos de Hina y las risas crueles de Sanzu.

—¿Qué significa esto? ¿Por qué está Hina aquí? —Takemichi apenas podía formular las palabras, su mente luchaba por comprender la escena ante él. 

—Si quieres ver a mi rey, tienes que elegir —Sanzu habló con frialdad, como si discutiera el clima —. O te vas con ella o la dejas morir aquí y ves a Mikey. No te haré matarla, yo lo haré por ti, pero si quieres verlo, ella tiene que morir. 

La crueldad de Sanzu era incomprensible, su demanda, un golpe devastador. ¿Cómo podía pedirle que eligiera entre su novia y su mejor amigo? ¿Cómo podía ser tan despiadado con Hina, la chica que siempre lo había amado?

—No puedo… no puedo decidir eso —Takemichi balbuceo, su mirada se encontró con la de Hina, que estaba aterrorizada. 

El Último ViajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora