Decisiones Dolorosas

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El contacto de Kai era un gélido recordatorio de su realidad, cada beso y cada caricia dejaban una huella de desdén en el alma de Takemichi. Se había despojado de la capacidad de llorar, de sentir; ya no era aquel niño en busca de afecto. Se había transformado en un mero instrumento en el ajedrez de la supervivencia, dispuesto a ser utilizado si eso significaba alcanzar sus oscuros objetivos.

Era repugnante, la forma en que su cuerpo se había convertido en una moneda de cambio, pero Takemichi estaba decidido a dejar de ser el inútil que todos creían que era. Tenía un plan, una visión que requería de la alianza con Kisaki, obtener a Koko y la complicidad de Kai. El dinero era el medio para un fin, y si Kai estaba dispuesto a proporcionárselo, Takemichi jugaría el juego.

El salón, con su aire cargado de expectativas tácitas, se desvanecía en el fondo mientras Kai guiaba a Takemichi por el pasillo. Cada paso era un eco en el corredor opulento, las luces tenues proyectaban sombras que danzaban como espectros sobre las paredes adornadas con arte costoso. Takemichi sentía la mano de Kai en su hombro, firme y posesiva, una presión que no necesitaba palabras para comunicar su dominio.

Al cruzar el umbral de la habitación, un santuario de indulgencia, Takemichi fue asaltado por el contraste entre la opulencia y su propia sensación de vacío. La cama, un lecho de promesas y traiciones, estaba cubierta con sábanas de seda que reflejaban la luz mortecina como si fueran lágrimas derramadas por los ángeles caídos. Un santuario de lujo y excesos, se sentía como una cárcel dorada. El aire estaba impregnado de un aroma a perfume caro y alcohol, un olor que se mezclaba con el hedor del sexo y la corrupción.

Relájate, gatito —susurró Kai, su aliento caliente contra el oído de Takemichi, una promesa velada de placer y dolor.



La habitación se sumía en un silencio opresivo, roto solo por el sonido de la respiración entrecortada de Takemichi. Cada beso y caricia de Kai era una invasión a su ser, una profanación que lo llenaba de repulsión. La piel de Takemichi se erizaba bajo el tacto no deseado, cada roce un recordatorio de su realidad: era un medio para un fin, un objeto en el juego de poder de Kai.

—¿Te gusta eso, Takemichi? —la voz de Kai era suave, pero cada palabra destilaba crueldad.

Takemichi no respondió, su mente se desconectaba, buscando refugio en algún lugar lejano de su conciencia. No quería estar presente, no quería ser parte de esa realidad asquerosa.

Cuando Kai finalmente se apartó, dejando a Takemichi adolorido y expuesto, la realidad golpeó con la fuerza de un puñetazo. Necesitaba el dinero, sí, pero el costo era su dignidad, su integridad. Se levantó con rapidez, evitando el reflejo de su figura derrotada en los espejos de la habitación.

—Espera, Kai —la voz de Takemichi temblaba, pero había un atisbo de algo nuevo en ella, una chispa de audacia que no había mostrado antes. El aire frío de la habitación parecía burlarse de su vulnerabilidad, cada respiración un recordatorio de la frialdad de su situación. “¿Qué estoy haciendo? ¿Esto es realmente lo que quiero?” pensaba, mientras una parte de él gritaba por escapar y la otra se aferraba a la necesidad de cambiar el futuro.

—¿Qué pasa ahora, Takemichi? ¿Quieres algo más de mí? —Kai se giró, una sonrisa arrogante en su rostro. Se acercó a Takemichi, su presencia imponente y su mirada penetrante. Él disfruta esto, el control que tiene sobre él, se dio cuenta Takemichi, sintiendo cómo la repulsión y la necesidad se entrelazaban en su pecho.

Sí, necesito... un favor —Takemichi evitó su mirada, sintiendo cómo la vergüenza lo inundaba, pero su voz llevaba un tono de firmeza que no esperaba. Sus ojos se encontraron con los de Kai por un momento, revelando una mezcla de miedo y resolución. “Tengo que hacer esto, por Mikey, por su futuro,” se recordó, intentando apagar el fuego de la humillación que ardía dentro de él.

El Último ViajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora