3. Familiaridad

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Al llegar a la escuela me vi rodeada por la cotidianidad típica de todos los días, vi a varios niños corriendo de un lado a otro con sus compañeros y a otros alumnos del colegio compartiendo entre sí. Caminé al puesto de bicicletas y me di cuenta de que ahí seguía la mía, con un suspiro volví a ver la entrada del colegio para proceder a entrar. En ese instante, en el que estaba sumida en los gritos y chismorreo de las personas, alguien me golpeó los hombros haciendo que yo me sobresaltara y gritara. Me volteo creyendo que era Oliver, preparada para golpearlo, pero me llevé una sorpresa, la sensación de hormigueó que sentí en la fiesta volvió.

—Uy, perdón —dijo el chico de ojos miel—. Creí que eras otra persona —yo no pude hablar, tenía una de mis manos puesta en el centro de mi pecho.
—Descuida —fue lo que alcancé a decir.

En la escena apareció una chica y le tocó el hombro al chico, ambos se fueron, dejándome en el puesto de bicicletas con el corazón acelerado. Ya un poco más calmada caminé dentro del colegio, no paraba de pensar acerca de lo sucedido. Ese chico me produjo una chispa de familiaridad, la misma que el chico de la fiesta; aunque al de la fiesta no pude verle los ojos, lo que me hacía dudar más si era la misma persona.

Al entrar al colegio me encuentro con el pasillo que está frente a la entrada, había una fila extensa de casilleros pegados a la pared de ambos costados y al fondo estaba Mari. Habíamos escogido los casilleros 527 y 528, ella por su cumpleaños, mayo 27, y yo para estar a su lado. Ambas agarramos nuestras cosas para el día escolar y caminamos a nuestros salones. Dejé a Mari en su salón y fui al mío, ahí, en su lugar, estaban los labios que besé con tanta pasión. Pasé sin siquiera observar a la directora, pude sentir su enojo en mi nuca, y llegué al puesto.

—Oliver —le miré las puntas de su cabello y me acordé de cuando pasé mis dedos por él mientras lo besaba.
—Besas rico —dijo a lo bajo, pero igual me alarmé y ruboricé.
—Chis —puse mi índice en mis labios.
—Pero si es la verdad.
—Pero no lo digas en voz alta que te escuchan —le susurré.
—Me gusta molestarte —me dijo con una sonrisa, sus dientes brillaban con la luz.
—Como de costumbre —hice una mueca. En ese momento sentí una pesadez, me di cuenta de que todos nos miraban y el silencio que adueñó al salón era penetrante. Oliver estaba tranquilo, como si nada sucediera.
—La pareja de atrás —¿pareja?—. Gracias por hacer silencio —comentó sarcásticamente la directora de grupo.
—Perdón, señora Ruthmill —le comuniqué apenada.
—¿Señora? —dijo arrugando las cejas—. Profesora —dijo detenidamente la palabra levantando el dedo.

No le dije nada más, no quería problemas con la profesora Ruthmill, se veía imponente y se parece a «Agatha Tronchatoro», el personaje de la película Matilda. Luego de la humillada que me dio la profesora y las tres horas, sonó el timbre que anunciaba el descanso, Oliver y yo salimos juntos después de que todas las otras personas se fueron y nos encontramos con Mari en su salón.

—Mari, te vuelvo a presentar a Oliver —le dije cuando la vi. Oliver le ofreció la mano y ella se la apretó.
—¿Vuelvo? —me miró extrañada.
—Sí, en la fiesta te lo presenté, pero se te olvidó —le mentí porque me gusta molestarla con eso.
—Ok —dijo como si fuese la cosa más normal.
—¿Cómo estás? —le preguntó Oliver a Mariana, pero sentí una familiaridad en su voz.
—Bien, ¿tú? ¿Cómo vas cuidando a mi chica? —empujé suave a Mari y sonreí tímida.
—Bien, se ha comportado como un ángel, aunque no tanto en la fiesta, parecía todo menos un ángel —dijo Oliver con una sonrisa, Mari le entendió al igual que yo. Torcí los ojos.
—Uy, Lucy, deberías de sentirte orgullosa —yo le sonreí nerviosa.
—Lo estoy —Oliver me sonrió y me abrazó por los hombros.
—¿Son algo? —dijo Mari y yo ya con la pena por todos los rincones de mi cuerpo, acabé con sus dudas llevando a ambos al comedor.

Manchas de curiosidad [Égida de las sombras #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora