The Sharpest Lives ›‏‎‎ Osamu Dazai.

Capítulo 1

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Paraíso Negro

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Súbitamente se despertó manteniéndose inmóvil en su posición. Respiró agitadamente unos segundos mientras intentaba calmarse y su corazón latía rápidamente. Más que un simple mal sueño, parecían aberraciones que su cerebro inventaba.

Las pesadillas se habían vuelto frecuentes el último año, no era cosa de todas las noches, pero recientemente las tenía hasta cuatro veces a la semana cuando normalmente solían ser cuatro o cinco en todo el mes. Asumió que era por la carga emocional y el estrés que estaba atravesando, ya que una de las consecuencias era tener mal sueños. Supuso que su forma de dormir o estilo de vida tampoco era el adecuado.

Miró la hora en su reloj digital despertador, que señalaba que eran las cinco de la mañana. Como era de esperar después de semejante susto, ya no podía seguir durmiendo. Caminó a la cocina de su pequeño departamento y a oscuras se sirvió una taza de té para luego sentarse en una única silla en el estrecho balcón con que contaba el departamento.

—A cuppa solves everything.

«Una taza de té lo resuelve todo», como la sangre llama. Abrió una caja de cigarrillos y encendió uno de ellos mientras tomaba un sorbo de su té. Después de saborear el té, le dio una calada al cigarrillo y expulsó el humo por su boca.

Había probado los cigarrillos hace casi un año, poco después de cumplir los dieciocho, como forma de distracción de su intenso trabajo. Ango también fumaba y, aunque haya estado en contra de que ella tomase el mismo vicio que él, admitió que había probado el tabaco cuando tenía aproximadamente su edad. Su motivo para empezar a fumar fue exactamente el mismo. Por supuesto, él se encargó de encaminarla para hacerlo correctamente. A fin de cuentas, ella sentía que no tenía nada que perder. Si en un futuro su salud se volvía precaria, sería porque tuvo mucha suerte en su trabajo. Todos allí tienen el mismo riesgo y las mismas posibilidades de morir, unos más que otros claro está. Pero no todos los mafiosos tienen vidas largas y prósperas, las probabilidades eran bajas. Es una carrera por millas sin final en donde no se puede esconder, superando el karma que le persigue  todos los días. Se había vuelto lo que llaman «una forajida moderna».

Una hora después, a las seis de la mañana, comenzó a prepararse para salir. Le tomaba alrededor de treinta minutos estar completamente lista, pues no había mucho qué hacer para sí misma. Iba formalmente vestida como siempre, cualquiera podría imaginar que tan solo era una prodigio en alguna facción gubernamental. El pronóstico anticipaba la salida del sol para casi las siete, así que a las seis el cielo estaba tan negro como una pila de carbón sin incinerar. A exactamente las seis y cuarenta minutos le esperaba un coche negro con vidrios ahumados al otro lado de la calle. Siempre esperaba abajo cinco minutos antes. El auto seguía la misma ruta todos los días y, al final del recorrido la dejaba en el estacionamiento subterráneo de uno de los cinco imponentes edificios establecidos en el centro de Yokohama. Miró por la ventanilla el cielo aclararse lentamente mientras una triste sinfonía de violonchelo se reproducía en la radio del vehículo, la cual involuntariamente amaba en silencio. Cuando llegó a su destino, agradeció al conductor y se bajó del auto, al instante caminó hasta ingresar por dentro al edificio que formaba parte de su «hogar».

El número de edificios que eran más altos que ella se redujo gradualmente a cero mientras miraba a través de las paredes de vidrio del ascensor hacia la ciudad, y no era su piso destino. Probablemente Ango ya la esté esperando en su oficina, que estaba en el penúltimo piso. Las otras cuatro edificaciones también seguían la misma infraestructura a excepción del edificio central, que era todavía más alto que los otros. El sol subía a la par del ascensor desde su perspectiva, una escena preciosa de ver para cualquiera menos para ella, pues dejó de impresionarle al convertirse en su rutina de todos los días.