Capítulo Único

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En lo más profundo de la noche, las llamas ardientes fuera de la mansión Dawn Winery o Viñedo Del Amanecer iluminaban el cielo oscuro y la inmensidad de Mondstadt. En su exterior, una intensa confrontación estaba en marcha. Diluc y Kaeya, dos hermanos jurado de corazones rotos y destinos entrelazados, se enfrentaban con furia y resentimiento acumulado a lo largo de los acontecimientos pasados.

La tierra temblaba bajo la tensión mientras las palabras afiladas y los ataques elementales Pyro se desataban entre ellos. Kaeya, hábil con su espada y su visión criogénica, esquivaba los ataques de fuego lanzados por Diluc. La furia ardiente en los ojos de carmín reflejaba el dolor profundo y la amargura que había mantenido en su interior durante tanto tiempo.

En un instante de cegadora ira, Diluc logró asestar un golpe despiadado a Kaeya. El sonido de acero contra carne resonó en la sona, y el aire se llenó de un grito de dolor. Kaeya cayó al suelo, su mano cubriendo su ojo izquierdo. La sangre se filtraba entre sus dedos mientras intentaba recuperar el aliento.

Mientras la pelea se calmaba y el silencio se apoderaba del lugar, una visión Cryo cayo sobre las manos de Kaeya anunciando el final del enfrentamiento. Solo pudo observar con dolor en su mirada como Diluc lo dejaba a su suerte cerrando el paso a la mansión Dawn Winery, prohibiéndole la entrada.

Mientras se recuperaba de sus heridas, Kaeya decidió dar un paseo por las afueras de Mondstadt para despejar su mente. Mientras caminaba por los senderos del bosque, algo llamó su atención. Vio a dos niños pequeños, llenos de suciedad y con leves heridas en sus pequeños cuerpos, que parecían perdidos y asustados. Su instinto protector se activó de inmediato.

Kaeya, a pesar de su propio sufrimiento, no pudo evitar sentir una oleada de compasión hacia esos pequeños. Con cuidado, se levantó del suelo y se acercó a ellos. "Hola, pequeños", dijo Kaeya en voz baja. "¿Estás bien? ¿Dónde están tus padres?" preguntó con suavidad, mientras sus ojos azules se encontraban con los ojos asustados de los niños.

Los niños lo miraron con los ojos muy abiertos y llorosos. Con voces temblorosas apenas audibles, explicaron que habían sido separados de sus madres hace ya un tiempo. Habían estado vagando por las calles, asustados y solos, hasta que se toparon con Kaeya.

Sin pensarlo dos veces, Kaeya tomó una decisión. "Vengan conmigo. Los llevaré a un lugar seguro", dijo, su voz llena de determinación.

Con los niños a cuestas, Kaeya se dirigió a la sede de Mondstadt, donde Jean, el Gran Maestro interino, podría brindarles la atención y el refugio adecuados. El viaje fue arduo, las heridas de Kaeya obstaculizaron su progreso, pero siguió adelante, impulsado por un nuevo sentido de la responsabilidad.

Al llegar finalmente a su destino, Kaeya entró en la bulliciosa sede y se dirigió a la oficina de Jean. La vista de Jean, rodeada de montones de papeleo, no disuadió a Kaeya. Sabía que tenía que hacer lo correcto.

"Jean, encontré a estos dos niños durante mi camino de regreso", explicó Kaeya, guiando suavemente a los niños hacia adelante. "Están heridos y solos. No podía simplemente dejarlos".

Jean miró a los niños, sus ojos llenos de compasión. "Gracias por traerlos aquí, Kaeya. Nos aseguraremos de que reciban la atención que necesitan".

El corazón de Kaeya se hinchó con una mezcla de alivio y preocupación. Sabía que Jean y el resto de los Caballeros de Favonius cuidarían bien de los niños.

"Kaeya ¿Qué te sucedió?" Pregunto la mujer preocupada al ver el estado de su compañero.

Kaeya, con su mirada cansada pero llena de determinación, respondió: "Fue solo una pelea con Diluc, Jean. Nada de qué preocuparse".

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