V. En el espejo.

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—Mira. Mira dentro del espejo.
Mira dentro del espejo que refleja tus más profundos deseos, Louis.
Deja que te guíe a través del cosmos, atravesando un viaje de conocimiento infinito–.

El Aristócrata, con sus grandes brazos, guió al doctor hacia su guarida, resguardada por un pequeño espejo de tocador ya bastante oxidado.

—Los espejos son pasajes a otros planos astrales, a otras dimensiones...– Parecía que su reflejo tuviera viva propia, desobedeciendo sus movimientos. —Entra en el y obtendrás tus respuestas–.

El doctor estaba medio consciente, aturdido por el caos del pasado. Todo estaba pasando demasiado rápido, hace solo unas cuantas horas Dýo le habló por primera vez en años y ahora estaba en Dios sabrá dónde con un clon de si mismo, en medio del vacío, sin noción del tiempo-espacio... Estaba jodido, de nuevo.

—¿Serán acaso todos mis encuentros con entes como usted de este modo?– Preguntó Louis. —Si tan solo confesaron sus motivos podría ayudarlos...–

—Me temo que eso no sería posible, mi querido yo, si supieras mi objetivos ya me habrías matado desde antes de conocerme.

Cual criatura pretenciosa, Kul-Manas se rió, dejando al doctor pararse por si mismo en el gélido vacío.

—Creo que he vivido lo suficiente para entender a criaturas como usted.

—Hmm,– Sus plumas se esponjaron. —Entra entonces, verás mis motivos–.

No fue necesaria la orden, Louis entró por voluntad propia atraído por la curiosidad; y cuando Kul-Manas dijo que reconocería el lugar al llegar no mentía, pues el sonido de archiveros rechinantes por el peso de información era una melodía que jamás olvidaría.
Sin fin de aves humanoides aleteando entre estantes, algunos ignorando por completo su presencia mientras que otros canturrearon su llegada. Aún con su apariencia humana, el nido recibió al cuervo tal polluelo se tratase.

—¡Es nuestro Kul-Manas, el esta aquí!– Gritaron los canarios.

—¡Parece un pichón recién salido del cascarón!– Se burló una codorniz, chirriante al lado de pericos.

—¿¡No creen que es grosero decir tales fanfarronerías!?– Dictó el cisne, acomodando sus fotografías en la mesa. —¡Tantos años en espera, y así lo reciben, que vergüenza!–

El aviario no dejaba de cantar y reír y gritar, ni de llorar o balbucear, un escándalo tan absurdo para un puñado de académicos.
Kul-Manas chasqueó los dedos, y en un segundo la sala quedó en silencio. Avanzó por la gran entrada, el doctor dejando el espejo atrás que se encogía por cada paso tomado. Los Wandsmen parecían ser lacayos ante el Errante, cabizbajos y de manos sumisas en sus regazos; Kul-Manas se sentó en su trono tiránico, sus cuencas vacías analizando de pies a cabeza al doctor.

—Veo que te conocen bastante bien aquí, pero no pareces sorprendido, ¿Acaso no recuerdas tus raíces?

—Si le soy totalmente sincero, no retengo más que el sonido de los archiveros...– Decepcionado, Kul-Manas relajo su cuerpo. —Ni siquiera entiendo que tengo que ver yo con todo esto, si es que soy tan importante para tanto revuelo–.

—Oh, pobre, pobre cuervo... Tu nombre me es desconocido y te tengo tanta lastima.

—Es Nicéphore para usted.

—Bien, Nicéphore, lamento decirte que rebajas tu valor. Recuerda lo que eres, lo que somos; somos conquistadores de poder, coleccionistas de sabiduría, amo de los cuervos.

El doctor se sentía tan ajeno a todo lo que el Aristócrata le describía como su identidad, llena de grandeza, muy diferente a lo que el adoptaba como su persona: un noble doctor que buscaba la cura de todas las curas. Era como si cada vez que estuviera cerca de descubrirlo algo se interponía en su camino y recaía todo el peso en el para arreglarlo. Miró a Kul-Manas con algo de vergüenza, sin poder esconder su expresión debido a la falta de su máscara.

(Pausada) THANATOS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora