La primera vez que te vi fue ingresando a mi consultorio, sobre-esforzándote por no fruncir el ceño, quizás en un intento por no demostrar que estabas de mal humor, pero me quedó muy claro que no estabas de buenas por tu postura encorvada y lo reacio que te mostrabas a mirarme durante más de un segundo. Probablemente tus padres te habían regañado por no querer venir a la consulta, y te sentiste tan impotente por no poder rebelarte contra ellos que simplemente callaste, y desde que entraste al edificio te dijiste a ti mismo que no te mostrarías enojado, probablemente para demostrar que no eres inmaduro a pesar de tener trece años.
Te dejaste caer al sillón con desgano y arrojaste tu mochila a un lado de ti.
Suspiraste muy suavemente y con los labios tensos pusiste tus dos grandes ojos azules sobre mí.
Sin esperar más comencé a escribir en mi IPad sobre ti y lo que había podido descubrir a cerca de tu comportamiento desde que entraste por la puerta hacía unos veinte o treinta segundos atrás.
De reojo pude ver como frunciste el ceño al verme escribiendo algo — estoy seguro de que estabas seguro que escribía sobre ti — sin antes haberte dirigido al menos una palabra.
Claramente te sentiste observado, como un conejillo de indias que está siendo analizado. Confirmé en ese momento que nuestras primeras sesiones serían algo complicadas, ya que estabas a la defensiva.
En ese instante lamenté por unos breves segundos no haber sido más cordial contigo, ya que eras un adolescente y tendías a ofenderte con facilidad, como es propio a tu edad.
Generalmente trabajaba con adultos que decidían acudir a mí, era la primera vez que tenía un paciente menor de edad y que viniera obligado, así que para la próxima recordaría no repetir el mismo error. A los adolescentes les gusta recibir atención sin tener que pedirla y yo no te la había dado.
No consideré pertinente disculparme y decirte que aquello era lo que hacía con todos mis pacientes, de cualquier manera seguro te enojarías si te llamara "paciente", debido a que claramente estabas allí contra tu voluntad, y si te bautizaba con tal apodo a asumirías que jamás podré entenderte ni ponerme en tu lugar porque no considero que tus problemas de crío sean importantes para mí, un adulto profesional que ha lidiado con verdaderos problemas psicológicos; considerando que en parte estabas molesto porque te avergonzaba estar allí, ya que eras tú — no yo — quien creía que sus problemas no eran lo suficientemente importantes como para llevarte a un profesional.
—Buenos días, Stephan —. Bloqueé mi IPad y lo dejé en la mesita que tenía alado, para que entendieras que me importaba lo que estabas por contarme, y que en adelante pondría toda mi atención en ti.
—Buenos días —. Cruzaste los brazos y te tomaste unos segundos para responder. Me analizabas con la mirada y en segundos comprendí que pensabas que yo era el gilipollas que tú te habías imaginado que sería. Me pusiste una cruz encima que estaba decidido a quitarme de encima para más o menos la cuarta sesión.
—Me presento, soy Joseph —. Pensé que presentarme con un tono de voz mucho más amigable del que uso cuando trato con mis pacientes usuales rompería un poco la tensión que habías arrastrado contigo al interior de la habitación, pero verte levantar las cejas y mirarme con nulo interés y los párpados caídos me hizo entender que estuve equivocado.
—Hola —saludaste y miraste hacia otro lado, cualquier otro lado que no fuera yo.
—¿Por qué estás aquí, Stephan?
—Para jugar a las damas —murmuraste aún sin verme.
Tu respuesta me dejó callado, por un momento perdí el hilo de la conversación que apenas estaba iniciando, ¿a qué te referías con eso? ¿era acaso una jerga adolescente de la que no estaba al tanto?
—¿Cómo dices?
—Que tienes el suéter más horrible que haya visto —. Levantaste esta vez un poco más tu voz y frunciste levemente el ceño, la expresión facial de un niño retobado.
Bajé la vista y entonces logré comprenderte: mi abrigo de lana era blanco con cuadros negros, y dentro de estos cuadros negros, se hallaban planos círculos blancos. Más que enojarme, tu insulto me pareció creativo.
—Un tablero de damas... tienes mucha imaginación, nunca lo había visto de esa forma.
—Ni mi abuelo usaría eso.
—Pareces enojado, Stephan, ¿puedo saber el motivo?
Tomé mi Ipad y el Apple Pencil y tus cejas se acercaron más a tus enormes ojos, ¿es que acaso te molestó mi pregunta u odiabas ya a mis más fieles compañeros de trabajo? Tenías un rechazo casi instintivo por los dos aparatos sin vida que me acompañaban en todas las sesiones y eso me generaba una leve curiosidad. Quizás detestabas sentirte observado, analizado.
—Sí, me molesta ver ese papel tapiz de los años ochenta —. Las paredes estaban cubiertas de un celeste antiguo, elegido por mí un par de años atrás. No me lo tomé personal, sabía que tu enojo no era con mi suéter ni con el papel tapiz de mi consultorio, ni siquiera conmigo, sino con la situación en la que te encontrabas. Contra tu voluntad, obligado, haciendo algo que no querías, vencido por tus padres.
—Deberías saber que es lo que se conoce como vintage.
—Y tú deberías contratar una decoradora de interiores —contestaste tan rápido como terminé de hablar, sin siquiera pensar un momento tu respuesta filosa, sin siquiera dudar un segundo de decirla porque quizás fuera grosera y pudiera hacerme sentir mal.
En medio de una conversación que me hubiese sacado de mis casillas en cualquier otra situación, con cualquier otra persona, con cualquier otro paciente, sentí una pequeña sonrisa asomarse por mis labios.
Tus ojos azules, (ahora que los miraba bien) los más intensos que hubiera alguna vez visto, se voltearon finalmente hacía mí y me observaban obstinados, enojados, dispuestos a atacarme en cada ocasión que se te presentara. Me pregunté cuánto tiempo me tomaría que me miraran con confianza, y (aunque no me di cuenta en ese momento) muy dentro de mí me encontraba deseándolo.
Buenas, otra vez yo, con una segunda historia cuando ni siquiera publiqué el segundo capítulo de la primera(?)
En fin, esta historia la escribí a medias hace unos cuantos años y hace un rato decidí que quería publicarla. Mi estilo de escritura cambió (quiero creer que al menos un poco) desde ese entonces, así que si ven pocas similitudes con mi más reciente "novela"(?) "La mascota del amo Green" que no les parezca extraño.
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Psicólogo.
Teen FictionJoseph Harvey, un psicólogo profesional de cuarenta y dos años se obsesiona con su nuevo paciente, un adolescente rebelde de catorce años de edad. . . . . . . . . 🔵Esta es una historia dirigida a mayores de edad, si sos menor y leés igualmente, leé...