Capítulo IV: Malentendido.

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Tus emociones tendían a salir de manera descontrolada.

No podías expresarlas tranquilamente, eso no combinaba con tu personalidad ni con tu edad. El hecho de que fueras adolescente lo hacía peor incluso.

Por eso siempre supe que era muy probable que tus enojos fueran explosivos.

Era un martes y finalizaba nuestra hora cuando te colocaste tus zapatos y te acercaste a la puerta de mi consultorio, sin embargo te quedaste allí de pie, sin abrirla. Levanté la vista de mi Ipad y la posé sobre ti, buscando respuesta a tu comportamiento inusual. No sueles mirar atrás una vez que te has levantado.

—Este... — con tu pálida mano apretaste el asa de tu mochila que se colgaba de tu hombro derecho. Eso junto con tu mirada y sonrisa en exceso amigables me hicieron saber que estabas a punto de hacerme cómplice de algo. Estabas a punto de confiarme algo importante para ti. Lo que hoy puedo reconocer como un leve, muy leve deje de emoción se hizo presente en mi estómago. Esta vez eras tú quien daba el primer paso para mejorar nuestra relación de confianza, no yo, que siempre daba el brazo a torcer —. El jueves no vendré, iré a otro lugar.

—¿Sí?

—Sí. Quiero... practicar eso que hablamos de hacer cosas que me hagan salir de mi zona de confort de a poco, para... ya sabes, mejorar mi confianza.

Parecías emocionado, eso implantó la semilla de la intriga dentro de mí, ¿qué es lo que planeabas hacer? Ansiaba escuchar tu anécdota la próxima vez que nos viéramos. Después de todo, eran lo más interesante de mi semana.

—Muy bien. Te deseo suerte, entonces.

Asentiste aún con una sonrisa, te volteaste, abriste la puerta y saliste. La soledad de mi consultorio después de tu partida no se notaba solamente por el silencio ruidoso que llenaba el lugar, ya estaba acostumbrado a él, incluso lo disfrutaba. Pero cuando cerrabas esa puerta el ambiente simplemente cambiaba, de una forma extrañamente indescriptible. Más aún cuando te retiraste de esa manera, con una juguetona sonrisa en tus labios, dejándome saber que cuando volvieras me contarías algo, dejándome saber que cuando volvieras recibiría yo algo de ti. ¿Lo hacías a propósito, para dejarme esperando, ansiando, anhelando tu regreso? ¿Para que piense en ti hasta la siguiente vez que nos viéramos? Resultaba un poco sádico de tu parte si era de esa manera... pero no me enojaba, tu egoísmo de vez en cuando pensaba en mí, podía decirlo. "Te lo contaré cuando vuelva" gritaban tus palabras. Pudiste simplemente habérmelo relatado en tu regreso, no tenías por qué advertirme de ello. Pero decidiste hacerlo por cuenta propia, dejándome saber que pensaste en mí (de alguna manera) antes de hacer algo nuevo.

Sin embargo, descubrí que ese pensamiento no fue más que un resultado de mi elevado ego, aquel del que siempre he padecido.

Dos días después, el jueves, se apareció tu madre unas horas más tarde de lo que sería nuestra recurrente hora de sesión, diciendo que pagaría ella el día, no tú, que siempre lo hacías, porque se te había olvidado la tarjeta en la casa.

"Siempre es así, ¿ve usted por qué me había opuesto a que el cargara con la responsabilidad completa? A los adolescentes siempre se les olvida algo, son descuidados, y cuando se lo dices, ¡se enojan!" chilló, meneando su cabello de manera poco grácil. "¿No lo cree así, señor Harvey?"

Sonreí tan convincentemente como fui capaz.

Hacía tiempo que eras tú quien se encargaba de llegar por su propio pie y pagar por ti mismo. Ya no eran tus padres, como las primeras semanas de sesión, en las que la única forma en la que tu persona hacía acto de presencia era porque estabas obligado.

Entrabas, hablábamos durante una hora, salías y pagabas con la tarjeta de tu madre. Ibas a casa en autobús. Ese pequeño voto de confianza que te dieron ayudó bastante a que nuestra relación mejorara. Sentirse independientes es algo sumamente importante para las personas.

—Para nada. No considero a Stephan como alguien descuidado. Probablemente no se llevó la tarjeta consigo porque hoy no tuvimos la sesión de terapia.

A tu madre se le borró la sonrisa y duró unos cuantos segundos observándome seriamente. Entonces lo entendí: yo acababa de delatarte.

No le habías dicho a tus padres a donde ibas. Y como un balde de agua helada encima de mis hombros, comprendí que si me habías avisado que no vendrías no era porque intentabas tener un vínculo más cercano conmigo, sino porque no le habías dicho a tus padres. Creíste que si decías "no vendré el jueves" sería suficiente como para que yo comprendiera la situación sin que tuvieras que decirme explícitamente todo tu plan, porque sabías que si decías "iré a un lugar del que ni mis padres ni tú tiene idea con la excusa de que estaré contigo, no le vayas a decir a nadie" yo tendría que avisarles de inmediato, porque eras menor de edad, porque sólo tenías trece.

Apresurarme por defenderte me llevó a dar información que no tuve intención de dar.

—¿Cómo? ¿Stephan no vino hoy? —No contesté, pero no hizo falta —. ¿Cuántas otras veces ha hecho esto?

Pasé saliva. No me gustaba tener que delatarte, tener que contar cosas que solo yo sabía, pero el hecho de que eras menor de edad me obligaba a decirles a tus padres alguna información confidencial si creía que estabas en peligro, y el que estuvieras allí fuera sin haberle dicho a nadie sólo podía significar que estabas con un hombre, probablemente intentando hacer cosas para encajar con los otros chicos de tu edad, forzándote a ti mismo, mintiéndote de que si querías hacerlo, y escudándote detrás de mi consejo de salir de tu zona de confort para mejorar la confianza en ti mismo.

—Ninguna. Es la primera vez. Me avisó que no vendría, pero pensé que usted sabía.

—¡Oh, no! ¡Maldito niño!

Agarró el celular y marcó un número, a tu padre imagino. Le comentó la situación con histeria, discutiendo qué hacer contigo.

"Si sabe algo de él, me avisa" me dijo.

"Lo dudo mucho" contesté.

Las únicas personas que podrían saber de tu paradero eran tus amigos. Extraña es esa confianza que se tienen entre sí los adolescentes, personas con mismo nivel de madurez, vivencias y (escasa) sabiduría. Pocas veces harán caso a alguien que pueda darles un consejo útil.

Tu madre se fue y apareciste ocasionalmente en mis pensamientos hasta el martes siguiente, cuando entraste nuevamente a mi consultorio.

Entonces mi estómago se revolvió un poco, sin ningún motivo válido, o quizás con alguno que nunca pude (o quise) realmente explicar.

Azotaste la puerta tras de ti, con fuerza arrojaste tu mochila al sillón y luego dejaste caer tu cuerpo en el mismo, como siempre, pero a la vez como ya nunca.

Cruzaste los brazos, desviaste la mirada a un costado. Tus delgadas cejas formaban un arco sobre tus grandes ojos que se negaban a dirigirme su atención por siquiera un breve momento, por cortesía. ¿Así comenzaba tu castigo para conmigo?

Suspiré sutilmente.

Volvimos al día uno. Bajé la vista y tuve una ligera sensación de alivio al comprobar que no estaba vistiendo el suéter de cuadros blancos y negros, aquel que parecía un tablero de damas.

"Te deshiciste de él" me recordé.

Un incómodo silencio surgió entre los dos.

—¿Cómo te encuentras hoy, Stephan?


                                                               ~ 📖 🖊️ ~

Holaaa, otra vez volví a tardar como un mes en actualizar aún cuando prometí que lo haría todos los días, pero bueno, ahora saben otra cosa de mí: soy mentirosa.

Ahora yo quiero saber algo de ustedes (si es que hay alguien ahí), ¿son mentirosos ustedes también, aunque sea un poquito?

¡Nos vemos la próxima! 

— 40w 💡

Psicólogo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora