—¿Cómo te encuentras hoy, Stephan?
No contestaste, tus cejas se curvaron más. Tu mirada no me buscó. Actuabas como si no estuviera allí.
A veces eras un adulto, y eso me hacía olvidar de manera momentánea que eres realmente un niño.
Claramente te molestó mi pregunta, porque obviamente no estabas bien.
—Veo que hay algo que te molesta, ¿quieres hablar de eso?
Tu cuello giró velozmente, como si mis palabras hubieran encendido un interruptor.
—¡Eres un cínico! ¡Me delataste, confié en ti y tú me traicionaste!
Eras un niño, uno que no pudo concretar indemne su peligrosa travesura por causa mía, claro que te sentías traicionado.
Pero yo no lo había hecho. Yo no te había traicionado, ni a ti ni a tu confianza. Jamás pensé siquiera en contar algo de ti. Esta terapia no era para espiarte, era para ayudarte.
Y sabía que eso era lo que sentías desde antes de que me lo confesaras, pero escucharte provocó en mí una suerte de dolor que ni siquiera consideré experimentar.
¿Por qué me afectaban las palabras dolidas, erradas de un niño enojado?
—No hice tal cosa. No me habías comentado que querías usar nuestra sesión como tapadera, por eso se lo comenté a tu madre cuando vino a pagar tu sesión porque olvidaste la tarjeta en tu casa —. Hice una pausa —. Y de haberlo sabido, tampoco hubiera participado en tu mentira.
Me observabas de la misma manera que mi sobrina pequeña hacía con su madre cuando estaba furiosa. Y la verdad no había tanta diferencia entre ambas situaciones.
—Claro, me confundí contigo.
A mi pecho lo golpeó desde dentro un latido lo suficientemente fuerte como para causarme un leve dolor.
Intentabas lastimarme, lo podía decir. Intentabas hacerme sentir mal.
Manera masivamente utilizada para hacer sentir culpa a alguien la de decirle que comprendió mal tus buenas intenciones, sólo porque no permitir que fuera a hacer la cosa más peligrosa de su vida.
—¿Por qué no hablamos de esto? Me parece que hay un malentendido aquí.
—¿Qué malentendido hay? Le contaste todo a mis papás a mis espaldas, después de hacerme creer que estabas bien con guardar mi secreto. ¡Me tomaste por un idiota! Sé que así me ves, ¿verdad? ¿Cuánto más has estado diciendo de mí?
Tu respiración se agitaba y tu usual pálida piel se teñía poco a poco de un tono rojizo. Me mirabas con rabia, y en tus enormes ojos azules pude ver que te sentías profundamente traicionado.
Entonces sentí una mezcla de alivio y arrepentimiento.
Alivio porque estabas expresando tus sentimientos, abriéndote ante mí como siempre. Gritabas, me reclamabas agresivamente, casi al punto del llanto, amenazando con no contarme nada nunca más en la vida, como un niño cuando hace una rabieta... sí, así es, tenías la pureza de un niño enojado, dejando aflorar sus sentimientos por completo, sin tapujos, sin avergonzarse. (Sé que sólo me mostrabas esa parte a mí).
Sin embargo, arrepentimiento. Un arrepentimiento que crecía desde lo profundo de mi pecho como una enfermedad, arrepentimiento por haberle dicho a tu madre aquello sin realmente meditar.
A pesar de que mi deber profesional me obligara a hacerlo porque eras menor, a pesar de que mi conciencia me decía que hice lo correcto porque estabas en peligro, no pude evitar sentir un profundo pesar por haberte "delatado", tal y como tú asegurabas. Porque estabas tan dolido, tan enojado. Porque te sentías tan traicionado, porque tus ojos me lo decían, me decían que te sería difícil perdonarme eso, y que sería igual de complicado para mí ganarme tu confianza otra vez. Porque no me gustó nada como me miraste en ese momento, porque eso me hizo sentir molestia. No deberías mirarme de esa manera, no a mí.
—Eres la persona menos idiota que conozco, Stephan —. Tu ceño no subió ni medio milímetro y tu respiración seguía igual de agitada —. No fue mi intención hacerte creer nada, no había comprendido que me estabas pidiendo complicidad —. Volteaste los ojos y ladeaste tu rostro. Tal lenguaje corporal dejaba más que claro que no deseabas estar allí, o más bien, conmigo —. Y como te dije, tampoco te la hubiera dado. No puedo mantener estos secretos con mi paciente menor de edad. Soy un adulto, Stephan, y tú... —Supe que metí la mata cuando tus ojos se clavaron en mí con (si es que se podía) aún más furia.
—Sí, ya entendí —. Pero estaba seguro de que no habías comprendido en realidad nada —. Tú eres un adulto, y yo soy el niño al que cuidas.
Estabas seguro de lo que decías. Tus brazos y piernas cruzadas y tu rostro ladeado me decían que no podría razonar contigo, que no me dejarías. Pero era mi trabajo intentarlo.
Eras mi primer paciente que no era un adulto, por lo cual no estaba acostumbrado a lidiar con este tipo de actitudes y situaciones, a pesar de que estaba académicamente capacitado para ello.
—No veo nuestras sesiones de terapia de esa manera —. Me miraste una vez más y un segundo más tarde volviste a dedicar tu atención a cualquier otra cosa en la sala. Suspiraste pesadamente. No me creías, o más bien no querías hacerlo. O en palabras más acertadas tan sólo estabas castigándome. Sé que no pensabas de esa manera de mí, sé que sabías que no había contado nada sobre ti a tus padres, pero estabas molesto y no sabías controlar tus emociones, debías castigar a alguien y no podías hacerlo con tus padres, ellos eran los que te castigaron a ti. Tú y yo ya teníamos el suficiente nivel de confianza como para que pudieras hacerme una pequeña escena como esa sabiendo que te lo perdonaría.
—¿Por qué no hablamos? Ya que estamos aquí. ¿No quieres contarme un poco de lo que sucedió el jueves?
De nuevo, tu mirada sobre mi. Me observaste con desdén. Ya no era enojo, era algo distinto, algo que hoy puedo decir: peor.
Me observaste como nunca antes lo habías hecho, como lo hacías con tu mamá, algo de lo que tantas veces (mentalmente) me había mofado.
Una especie de descompostura nació en mi estómago.
Me mirabas como a los otros adultos de tu vida, los cuales criticabas duramente la hora que pasábamos juntos, dos veces a la semana.
"Eres estúpido si crees que voy a decirte algo" era lo que tus ojos gritaban.
—¿Para qué quieres que te lo diga, para que vayas corriendo a decirle a mis papás?
La respuesta que esperaba.
En tu voz no había enojo desenfrenado como hace un minuto, no intentabas expresarme tu enojo para que te comprendiera, simplemente estabas... apartándome.
En el resto de nuestra sesión te negaste a hablarme. La palabra que utilizaría para describir la hora no sería incómoda, sino más bien... decepcionante; y se terminó dejando un rastro de melancolía/nostalgia. No pensé, no contemplé que volveríamos al día uno de esta manera, o de alguna otra. Jamás en mi mente tuvo lugar un escenario en el que nuestra relación empeorara, y más tarde me di cuenta de que, trabajando con adolescentes, ese es un grandísimo error.
~ 📖 🖊️ ~
Bueno che esta vez no les mentí, acá está el otro capítulo. ¿Ven que también puedo decir la verdad?
Nos leemos mañana, o pasado.
— 40w 💡
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Psicólogo.
Teen FictionJoseph Harvey, un psicólogo profesional de cuarenta y dos años se obsesiona con su nuevo paciente, un adolescente rebelde de catorce años de edad. . . . . . . . . 🔵Esta es una historia dirigida a mayores de edad, si sos menor y leés igualmente, leé...