Las maneras de mis pacientes para demostrarme que se sienten cómodos conmigo eran bastante variadas, pero la tuya definitivamente quedará guardada en mi memoria, si no para siempre, durante mucho tiempo.
Era un martes, lo recuerdo porque aún guardo la sensación agradable que provocaste en mi pecho luego de pasar por esa puerta, esa que te produce hacer algo que ansiabas desde hace mucho, o encontrarte con una persona a la que extrañabas. Habían pasado cuatro días desde que nos vimos el jueves.
Pero desde luego no era porque te extrañaba, yo no tenía ningún tipo de apego por ninguno de mis pacientes, porque era un profesional.
Entraste para variar de buen humor. Te tiraste en el sillón como ya se te había hecho costumbre, y me llamó la atención la manera en la que un mismo gesto podría significar cosas completamente diferentes: en nuestro primer día, cuando llegaste te arrojaste de mala gana. El enojo te brotaba de los poros, y de cualquier forma, tu ceño fruncido y mirada fiera no dejaban lugar a duda de cómo te sentías.
En ese momento, sin embargo, la situación era totalmente distinta. No tenías que cuidar tus formas conmigo, y comenzabas a entenderlo. Simplemente tenías que mostrarme qué había en tu interior.
Pero me percaté de inmediato que había algo extraño: no cruzaste las piernas. ¿Por qué? ¿Por qué ese cambio repentino en tu agraciada costumbre? ¿Acaso alguien te habría criticado por no ser más masculino? ¿Qué había sucedido? Iba a saberlo.
Obtuve mi respuesta más temprano que tarde. Tus ojos de bambi se clavaron en mi rostro con una intención que no supe descifrar. Tus labios sonrosados se curvaron en una sonrisa en la que leí picardía. Pasaba algo de lo que no me estaba enterando, algo que estaba justo allí, conmigo y contigo, ¿pero dónde? ¿por qué no lo veía?
Bajé mi vista a tus pies, que por el rabillo del ojo me percaté de que hicieron un movimiento extraño: Con la punta del derecho pisaste la parte trasera de tu zapato y te lo quitaste. Luego hiciste lo mismo con el otro.
Levanté la mirada hacia tu rostro mientras los dedos de tus pequeños pies, ahora liberados de tu calzado, se movían de atrás hacia adelante.
— Lo siento, es que me aprietan. Son nuevos y mamá los compró en una talla más pequeña por accidente. Como eran de oferta, no los puede cambiar.
Ahora sí, cruzaste tus delgadas piernas, abrazadas por tu pantalón escolar.
Me mantuve serio. En mi cabeza, estaba procesando lo que acababa de pasar y cómo me sentía con ello.
Siempre he sido un obsesivo de la higiene, no me genera conflicto admitirlo. Por eso me sorprendió que tu gesto descortés no me molestara en absoluto. Incluso estuve a punto de reír por el hecho de que no pidieras mi permiso antes de hacerlo, o que ni siquiera preguntaras mi me molestaba. Pero así eras, Stephan, un niño tan descortés. La diferencia de tu apariencia y gestos delicados con tu actitud malcriada y tu boca siempre sucia generaban una paradoja interesantísima.
Incluso cuando dijiste "lo siento" fue simple costumbre de tu parte. En verdad no lo sentías, claro que no.
— Está bien, siéntente cómodo.
Más tarde, después de unos cuántos minutos levantaste tus pies y los apoyaste encima de la gamuza azul del sofá mientras me contabas lo mucho que te molestaba que tu madre quisiera saber todo de ti. Un gran error por parte de los padres con sus adolescentes, presionarlos para que les cuenten cosas que deberían decirles por gusto propio y confianza. Pero desde luego tu madre nunca tendría la capacidad de hacer que tú le contaras algo importante para ti, a diferencia de mí, que me confiabas cosas que a nadie más.
La conocí muy brevemente, cuando sacó la primera cita conmigo. Una mujer lo suficientemente desagradable como para que no me provoque ningún tipo de pensamiento positivo, pero tan poco importante como para que lo único interesante acerca de su persona fueras tú, el único motivo por el cual viene a mi mente. Me habló de ti desde luego, advirtiéndome de con lo que me encontraría.
"Es un niño retobado que no escucha a nadie y pareciera que vive en depresión y enojado".
En ese punto de la terapia no me hacía falta más para saber que, después de tantos años contigo, ella no te conocía tanto como yo. ¿Cómo se atrevería alguien a describirte de esa manera, sino? Es incluso parte de su culpa tu enojo adolescente.
Una hora pasó así, y en toda la sesión me resultó un poco complicado prestarte la debida atención. La forma de tus pies moviéndose ocultos bajo tus calcetines me distraía. Nunca tuve el fetiche de la podofilia, no me interesan los pies de la gente, pero me gustaba ver los tuyos.
Tan sólo te sacaste los zapatos, ¿pero acaso te percataste de que te desnudaste ante mí ese día?
Más tarde te levantaste, y sin importante ensuciar tus medias caminaste así al baño. "No quiero ponérmelos hasta que mamá venga, son incómodos" te excusaste.
Tus gestos poco educados seguían aflorando, pero como de costumbre, no me fastidiaban, no viniendo de ti. Encajan bien contigo, de todas maneras. Te quedaba bien, eso te hacía especial. No a mucha gente le queda bien ser tan malcriada.
Saliste de mi consultorio y cerraste la puerta detrás de ti.
Antes de que regresaras tomé tu calzado y miré la talla: 2.
Entonce tú eras 3.
Qué pequeño.
~ 📖 🖊️ ~
Hola otra vez, ¿vieron que no volví a tardar medio año?. Voy a estar intentando publicar capítulos casi todos los días.
Nos leemos en la siguiente madrugada.
— 40w 💡
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Psicólogo.
Fiksi RemajaJoseph Harvey, un psicólogo profesional de cuarenta y dos años se obsesiona con su nuevo paciente, un adolescente rebelde de catorce años de edad. . . . . . . . . 🔵Esta es una historia dirigida a mayores de edad, si sos menor y leés igualmente, leé...