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¡Papá!
Despertó y su ritmo cardiaco aumentó junto al vaivén de sus pulmones. Intentaba tomar aire al sentarse en el borde de la cama y tratar de tranquilizarse. La pesadilla volvió a repetirse después de haber transcurrido seis meses desde la pérdida de Gabriela O'Hara. Su mente estaba tan dañada que su control era inofensivo ante el poder de su cerebro y lo odiaba. Las imágenes se reproducían sin cesar, Miguel estaba harto de eso.
Tuvo una rabieta; descargó su furia estrellando un cojín a los arreglos de vidrio dentro de su habitación haciendo que estos impactaran contra el suelo. Miguel vio el desastre y golpeó su frente con una mano.
—Que estupidez —se susurró a si mismo.
Se levantó y fue a la cocina para servirse una taza de café, luego limpiaría el desastre.
Calentó agua, y en una taza colocó dos cucharadas de café instantáneo, vertió agua mientras lo revolvía hasta que se disolviera por completo. Estando listo, degustó del sabor amargo y delicioso de la bebida, esta vez no se trataba de alcohol y vaya que disfrutaba algo más casero.
Se sentó en las sillas de su comedor y siguió bebiendo su taza de café, entreteniéndose con su propia compañía. Su celular vibró dándose cuenta de unos mensajes enviados por parte de su compañero de trabajo; no obstante la hora en la pantalla lo alertó y su impresión hizo que derramara el líquido en su pijama.
—¡Mierda! —gritó eufórico. Con paso veloz llegó a su habitación abriendo la puerta de un portazo.
El reloj marcaba las 15:00 horas lo cual significaba que llegaría tarde a su trabajo y tenía que alcanzar el transporte público de las 15:15, si no, daba por muerto su empleo.
Se alistó lo más rápido posible, ni siquiera desayunó, solamente se alistó con el uniforme anaranjado de cuerpo completo y una gorra del mismo color. Maldecía en sus adentros haber bebido hasta la madrugada y ser irresponsable con el único empleo que lo mantenía vivo. Su noción del tiempo fue alterada pues creía que aún era lo suficientemente temprano como para preocuparse de su empleo. En realidad, no era la primera vez que le sucedía y su jefa le advirtió que si se repetía no viviría para contarlo.
Estaba descalzo, y cuando quiso tomar sus zapatos un vidrio roto se enterró en la planta de su pie.
—¡Doble mierda! —quejó y por la misma desesperación sacó el vidrio sin importarle estar sangrando. Limpió el exceso de líquido con papel y se colocó sus zapatos.
Salió disparado de su hogar. Miguel lo llamaba así aunque fuera un simple departamento de alquiler. Maldecía por milésima ocasión en el día al bajar las escaleras con prisa chocando con varias personas. Llegando a la salida corrió hasta la parada de autobús.
«¡Carajo!» —quejó en sus adentros. Las calles estaban inundadas de niños y jóvenes, la razón fue porque su turno académico del día había culminado. Miguel cruzó por la otra acera para ganar tiempo; sin embargo, una chica de cabello rubio y un chico de cabello afro obscuro lo vieron pasar.
—¡Miguel! Hace tiempo que no te... —dijo el chico con voz animada pero fue interrumpido por el mayor.
—¡Ahora no! —respondió apresurado para desaparecer del campo de visión de los adolescentes.
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Juntos En El Paraíso
Roman pour Adolescents"¡Hey! ¿Qué te parece si pasamos un momento juntos en el paraíso?" El duelo y la vida miserable eran una constante lucha para Miguel O'hara tras la pérdida de su hija. Su personalidad desenfrenada lo ha metido en problemas hasta el punto de sentirse...