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Tenía un pensamiento inquieto pues ese lugar sólo le recordaba el olor a sangre y lleno de violencia.
Se repetía constantemente que hacía de nuevo frente la entrada clandestina aún cuando se prometió a sí mismo no volver a visitarlo jamás. Trató de pasar desapercibido con una sudadera y un gorro cubriéndole la mayoría del rostro. Por lo menos deseaba olvidarse de su vida unos minutos con unos cuantos tragos, pero Miguel no aprendía la lección.
Las calles parecían fantasmas, un poco de luz y los letreros llamativos del bar las alumbraban junto con la neblina creada por los bajos grados Celsius. Miró sobre sus hombros a los alrededores y a unos cuantos kilómetros divisó una silueta con paso torpe que caminaba en su misma dirección; no le dió importancia y se adentró al bar.
De inmediato, fue hacia la esquina de la barra de coctelería donde siempre solía sentarse, alejado de todos; se negaba a llamar la atención pues aquel reconocido grupo problemático con aspecto sombrío estaba cerca. Quería ahorrarse un problema más.
Sus dedos golpeaban constantemente la barra sin parar y su boca pedía a gritos un poco de alcohol. Los baristas caminaban de un lado a otro mientras atendían a los demás clientes llevándoles más bebidas a sus mesas, hasta sorprendentes repuestas cubetas grandes. Nadie parecía haberlo visto llegar y no sabía si eso era bueno o contraproducente.
Era un bar ni muy pequeño ni muy grande. Para Miguel era acogedor hasta cierto punto omitiendo las luces de distintas tonalidades azules que le mareaban cada vez que podían.
—Ya, ya. Ya te entendí Miguel. ¿Hoy estás de humor para tequila o whiskey?
Sus suposiciones fueron borradas tras la llegada de la barista de corto cabello castaño y sus llamativos lentes de corazón.
—¡Lyla! —susurró abrumado—. Baja la voz quieres, nadie sabe que estoy aquí. —Inspeccionó con discreción la zona para asegurarse de evitar ser el centro de atención.
—Ni siquiera lo dije tan fuerte —bufó—. Y nadie puede escucharnos, todos están metidos en sus asuntos de dinero, estafas, drogas y sexo. Al menos que hablemos de algo así voltearán a vernos.
Miguel suspiró aliviado. Ni siquiera quería imaginarse que pasaría si fuera lo opuesto. ¿Tal vez otra fuerte discusión? Venga ya, Miguel se rehusaba a seguir el ritmo de aquellos malhechores, al menos ya se rindió.
—Tienes agallas para volver al bar después de lo ocurrido —Lyla habló mientras limpiaba algunos tarros de vidrio frente a Miguel—. Eres famoso aquí, tu nombre da mucho que hablar —mofó y soltó una pequeña sonrisa.
—Me importa una mierda lo que digan de mi. Yo sólo me defendí.
—Eso es obvio, pero armaste un escándalo después de alcoholizarte todo el bendito día. Debiste calmarte y no rebajarte a esos de allá. —Hizo una mueca de disgusto—. Pero en fin, lo qué pasó, pasó. Ahora prométeme que si te doy un vaso no volverás a ponerte violento. —Le apuntó demandante y frunció su ceño.
Miguel odiaba hacer promesas. Tenía la certeza que la rompería por muy terrible que suene, pero, trataba de hacer lo posible por cumplirlas en contra de su voluntad pero para el bien de los demás. Pues es un hecho que a veces se le dificultaba hacerlas por su orgullo e indiferencia.
—Lo haré. Quiero whiskey.
Lyla sonrió y estaba por servirle la bebida, pero se detuvo. Su rostro se transformó en uno burlón, típico de Lyla.
—Vamos, debes decir la palabra mágica.
Miguel la miró indiferente con sus brazos cruzados y negó moviendo su cabeza.
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Juntos En El Paraíso
Genç Kurgu"¡Hey! ¿Qué te parece si pasamos un momento juntos en el paraíso?" El duelo y la vida miserable eran una constante lucha para Miguel O'hara tras la pérdida de su hija. Su personalidad desenfrenada lo ha metido en problemas hasta el punto de sentirse...