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Quedarme atrapado en los barrotes de tus pestañas, caer en el eco de tu boca.
Recuerdo como se te erizaba la piel con tan solo una caricia en el sitio correcto, pasar mis dedos por tu brazo y hacerlo, creyéndome mago de tu blanca piel.
Las figuras invisibles que eras capaz de crear con los labios al pronunciar una o, o una a, pero sobre todo el estallido de una carcajada.
Tus hombros, como el tirante de la camiseta era capaz de deslizarse por ellos de tal manera.
Tus finos dedos recorriendo mi piel, dibujando con tinta invisible a saber qué.
Escondiéndote entre tus propios brazos imitando un enfado y luego asomándote por encima de ellos para sacarme la lengua.
Haciéndote la rebelde entre las sabanas blancas o corriendo por la habitación con mi camiseta, que por cierto te quedaba extremadamente bien.
Bebiéndote un café y muriéndome de ganas por ser la servilleta con la que después rozarías tus comisuras.
Mis dedos recorriendo cada una de tus vértebras, analizándolas, contándolas, rodeándolas, repasándolas, y tu mirada mientras lo hacía bajo esa tenue luz.
Tus piernas rodeandeándome entre los rayos de sol que se aventuraban a entrar por la persiana.
La piel tensa de tu cuello, y como encajaban mis besos en él.
Como me mirabas de reojo al hacerlo, y como gritabas lentamente mi nombre el que jamás sonará tan bien como entre tus labios.
Tus mechones de pelo haciéndome cosquillas sin querer.
Esos miles de besos que eras capaz de darme en un solo segundo de lo feliz que estabas, y me atrevo a decir de lo cuanto que me querías.
Tus mejillas sonrojadas cuando te obligaba a decirme que te encantaba, y como sonaba al salir por esa boca que tanto me hacía y hace enloquecer.
El como encajaba mi mano en tu nuca.
Tus caderas paseando, bailando, provocándome por el salón.
Recuerdo como abrazabas a mi perro en el sofá, y me decías que lo querías más que a mí, y como acababas pegándome cuando te mentía mirando la pantalla del móvil, "Yo también quiero más a está rubia."
Como deseaba que tuvieras frío para darte mi abrigo.
Como deseaba tenerte entre mis brazos y sentirme el hombre más afortunado del mundo por ello.
Como arrugabas la nariz cuando hacías como si no me entendieras, y repetías cien veces, "Qué, no te escucho" y acababamos en la cama abrazados para volver a querer erizarte la piel.
Ahora estoy atrapado en los barrotes de los recuerdos, caigo lentamente para tocar fondo y después no poder impulsarme para salir de ellos, de los recuerdos.
Se me eriza la piel, de miedo, al imaginarte entrelazando las manos en otras que no son la mías.
Solo recuerdo tu voz, como hacías que sonará la peor palabra de la mejor forma.
Recuerdo el tirante deslizándose creyéndome él.
Paso mi mano por mi cuerpo cerrando los ojos y juro que un instante te puedo volver a sentir.
Abrazo aquellas sábanas, únicas testigos, siempre lo diré.
Me sabes en el último trago amargo del café de las tres.
Ahora apago la luz, bajo las persianas haciendo un intento de recrear nuestras tardes y creo escucharte riendo entre rayos de luz.
Inspiro y recuerdo el olor de tu fino cabello.
Tengo apartada la camiseta que siempre te dejaba cuando venías a mi casa, como si se tratase de una pieza de museo.
Observo mi mano, y la muevo y creo con ella las formas de como se moldearía al estar en tu nuca, rodeando tus preciosas caderas, tu barbilla...
Veo en la expresión de Bob que él también te echa de menos, y creo oirle preguntar cuando ladra qué cuando volverás.
Admito ser un triste enamorado de una preciosa cicatriz, que ojalá algún día llegue a sanar.

Cartas a nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora