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Cierro los ojos y deseo que nada de todo esto haya pasado. Hago un esfuerzo, aprieto los dientes, arrugo la nariz y frunzo el ceño como si de algo sirviera.
Pasan 5 minutos y me doy por vencida. Saco un cigarro y mientras lo aguanto con la comisura busco torpemente el mechero entre hojas olvidadas del escritorio. Y me topo con ella. La carta que millones de veces empece, intente empezar para luego enviarte. Me siento en la silla, casí me caigo. Con el alma en los pies me atrevo a cogerla. Empiezo a leer.

No sé cómo empezar ni por dónde, supongo que por el principio pero si lo hago, esto no tendría sentido, los dos sabemos dónde, cómo, porqué, comenzó todo, ¿no crees?

Tragó saliva, me muerdo el labio inferior para contener las lágrimas que amenazan con nacer.

Te quiero, te quiero, te quiero, con todas las letras, con todos sus significados, te quiero. Tanto.

Suelto el labio y noto como un sabor a hierro de la sangre invade mi boca, y rompo a llorar, suelto gritos ahogados, desgarradores, dolorosos, arde mi garganta, las lágrimas queman, escuecen los parpados, me clavo las uñas en la cabeza llevándome las manos al cielo y grito hasta que las cuerdas vocales amenazan con romperse. Cojo aire, a la vez que un boligrafo del cajón de mi derecha.

Eres un cabrón. Sé que te deje ir, que te dije que todo me daba igual que tú sabrías lo que estabas haciendo, me deje escapar, y ahora cada día que pasa te noto a un kilómetro más lejos de mí. Hoy es el kilómetro noventa y cinco. Cada día que sumo una cifra noto como mi corazón mengua, se encoge, se apaga, se quiebra, se desquebraja.

Miro al techo, miro a la puerta y le imagino entrando por ella.

Por qué coño dejaste todo, así a mitad, sin motivos, sin sentido y encima con la peor escusa entre los labios. Por qué me engañaste de tal manera.
No quiero escribir, sé que cuando lo hago estoy en lo peor, cuando no tengo ninguna posibilidad de qué hacer, de arreglarlo.
¿Crees qué es posible que pueda morir de amor como los escritores del romanticismo? Ojalá, volverme loca, tan loca hasta enfermar y luego morirme poco a poco sin dejar de pensarte. Suena precioso. Llama la atención. Que mi última palabra sea tu nombre y después del largo pitido un médico lo escriba en la casilla de la causa de la muerte.

Dibujo una gran cruz tachando esto último, quién dijo que se me fuera a ir tanto de las manos, ya no estoy cuerda, me paso los ochenta y séis mil segundos del día maldiciéndome, maldiciéndote por no haber sabido hacerlo bien. Por no haber sabido arreglarlo al instante, aún queriendonos.

¿Qué lógica tiene esto? ¿A dónde nos lleva? ¿Sirve de algo? ¿Estamos mejor así? ¿De verdad? ¿Realmente lo crees?
De verdad que quiero olvidarte, poder vivir pudiendo estar más de dos horas sin pensar en ti.
No sé si alguna vez lo habrás pensado pero todo es tiempo. Tristemente creo que personas que no hayan perdido nunca la noción del tiempo por alguien o algo si ahora mismo desapareciera el tiempo se volverían locas, imaginatelo, un instante, sería catastrófico. Contigo ni un mes, ni ocho, ni años, ni vidas que me prometiste me hubieran sido suficientes. Tu eras mi vida, y sin ti, con qué sentido sigo aquí.

Cartas a nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora