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Liam Shadow

Era ya el tercer día consecutivo que amanecía ocupando un colchón medio vacío. Los trazos de un cuerpo perfecto seguían intactos sobre las sábanas, pero ella no estaba allí. Alguna práctica monótona adquirida lejos de California le arrebataba el sueño por las noches y la instigaba a cambiarme por una caja de tabaco de madrugada, por lo que se estaba convirtiendo en costumbre despertar sin Lady Shadow en la cama y encontrarla hundida en una nube de humo en el jardín. A veces me sumaba a sus vicios y tomaba asiento a sus pies, intercambiando expectativas pero no palabras, y otras optaba por analizar sus gestos desde la habitación, creyéndola absorta.

Aquella mañana no me decidí por ninguna posibilidad, y tras arrastrarme de entre las sábanas, me enclaustré en el baño y tomé una ducha de agua fría. Era un remedio vago, cuando menos inútil, para tratar el sueño y los estragos del cansancio y el exceso de trabajo remitido, pero por lo menos servía de algo. Con frecuencia se ofrecía como única opción a una vida sustentada por la presión mediática.

Mi piel aún palpaba los últimos vestigios de humedad cuando me arrastré hasta la cocina y serví el desayuno. Aquello también se había convertido en parte de nuestros hábitos, y uno de mis preferidos. Era uno de los pocos instantes en los que Lady Shadow y yo aún interveníamos de la misma forma violenta y estúpida que cuando nos conocimos, quizá olvidando nuestras compromisos y postergando el papel que habíamos adquirido en nuestras respectivas vidas después de que ella regresase a España. No podía ser menos falso, si bien algo que me gustaba de adoptar un rol que nunca me había pertenecido era la falaz fachada implacable que se ceñía a mi piel a modo de conducta defensiva.

—Buenos días —masculló Lady Shadow al acceder de nuevo en casa y tomar asiento frente a mí en la isla. Observó el café que yo mismo le había preparado y después me dirigió una sonrisa que no le llegó a los ojos. Lo que quisiera que fuera a mencionarme a continuación no le había entusiasmado demasiado—. He... estado hablando con Shady.

—¿Y bien?

Se encogió de hombros.

—Me ha preguntado por los dos. No he querido decirle la verdad.

—¿A qué te refieres?

Una sombra cubrió un par de ojos castaños, y la decepción se reflejó en ellos al tiempo que una sonrisa trazaba la perfección de sus labios.

—Está siendo complicado adaptarse —admitió—. Y sé que... no será fácil volver a actuar con la misma complicidad después de todo con lo que hemos tenido que afrontar este año. Sé que mis problemas no pueden ceder ante los tuyos, y que conocer que Hayden había...

Ni siquiera concluyó la frase, habiéndose percatado que la mención de aquel hijo de perra me había erizado la piel y realzado el odio en mi expresión, aunque apenas sí fui víctima de la hostilidad hacia él durante un instante, porque la expresión herida de ella me robó los motivos acordarme de Hayden.

—Tu madre estuvo a punto de morir, shawty —incidí cuando las palabras le mordieron la boca, instándola a arrugarle la voz—. Tus problemas son igual de relevantes que los míos. Y no podías elegir entre ella y yo cuando yo tenía aquí a mi familia y tu madre estaba sola.

—... pero tú no pudiste contárselo a nadie.

Guardé silencio durante un instante, y la dureza de sus ojos probó la precisión de mi falta de voz. Era cierto que yo no había mencionado el asesinato de mi madre a nadie, sabiendo que aquel debía ser un secreto compartido. Hayden, Mackenzie, Shady y Harmony eran los únicos poseedores de una misma historia, si bien el suceso no reunía los motivos suficientes como para ser conocido por nadie más. Ni siquiera mis hermanos y mi padre lo sabían, aunque me vendí a un error el día que le enuncié el suceso a Lady Shadow. Desde entonces, ella había cargado con la culpa de no haber estado presente el día que Hayden dejó libres sus sombras.

Broken Chord (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora