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Lady Shadow

Consecuente con las preguntas que corroborarían la aparición de una carta firmada por las letras del nombre de Eleanor Kelley, quemé aquel banal trozo de papel con la convicción de que de ese modo nadie haría evidente mi falta de voz cada vez que se refirieran a ella. La única prueba de una maldición escrita en mi piel se consumió entre cenizas y un par de lágrimas, aunque cualquiera hubiera afirmado que aquel momento pasaría a ser el último instante en el que lograría reconocerme sin vacilar. El terror haría de mí un cementerio de cicatrices y mala fama en los años siguientes.

La promoción visual de Black Treasure finalizó cuatro días más tarde, y con ello la relación profesional que Liam había compartido con capullos como Andrew Myers y Wolf Harper. Rechazar una nueva colaboración les robó motivos para volver a dirigirse la palabra, y quizá por esa razón comenzaron a soslayar las estrofas de Liam cada vez que interpretaban la canción sobre cualquier escenario. A Shadow poco le importó, si bien el señor Bryant mantuvo el contacto con las agentes de Another Way corroborando el interés económico que ejercían sobre nosotros.

—Nos aseguramos fondos —nos explicó un día en el estudio—. Será lo mejor para todos, y así evitaremos reclamaciones de su parte.

—¿Qué motivos tienen para hacerlo?

—Las principales ideas son suyas —intervino Liam, sosteniéndome la mirada—, y trabajé con sus productores. Cooperan exclusivamente con Andrew y Wolf, por lo que yo apenas sí tomé parte de la producción. Ellos sabían lo que querían, aunque alguna vez se tomaron la molestia de escucharme o requerir mi opinión. Russell tanteó los beneficios hasta asegurarme una cantidad razonable, aunque la mayor parte se la quedaron ellos. A fin de cuentas, siguen siendo dos.

—Eso es estúpido. Tú eres mejor que ellos.

—Eso ya lo sé —me sonrió—. ¿Y qué tal si lo corroboramos con un nuevo éxito? ¿Qué mejor que Wanderlust?

Liam y yo habíamos trabajado en su nueva canción durante cinco noches, cuando dábamos por finalizada la filmación de Black Treasure y podíamos centrarnos en algo más que en un proyecto a medio terminar. Fueron las cinco noches más bonitas de todas cuantas recuerdo, donde no importaba la piel sino una conexión escrita en notas musicales. Ambos revivíamos una historia forjada a base de errores y suspiros a través de un par de acordes y las teclas del piano, un sonido vítreo que se perdía de madrugada junto con el humo del tabaco y el sabor del champán en los labios.

Una noche, contemplándole interpretar a mi lado, frente al piano, me descubrí a mí misma sonriéndole como la primera vez que le ofrecí un gesto tan simple en respuesta a sus palabras. Él no se percató de mi expresión en un principio, y culpé a la penumbra de no evidenciar mi ademán incrédulo.

—¿Por qué escogiste esa combinación de acordes? —le pregunté sin atreverme a alzar la voz.

Él sació en los detalles la sed de sus ojos en un rostro ya conocido, aunque cada vez un poco menos.

—Una triada de acordes se interpreta, por lo general, de manera simultánea. Esta agrupación sugiere una distribución armónica perfecta. Y eso era exactamente lo que no quería para nosotros.

—Siempre nos has considerado perfectos.

—Porque lo somos —sonrió, y negó con la cabeza—. Pero la música no nos define de la misma manera. En un pentagrama tan solo somos un acorde roto, o lo que es mismo, broken chord.

No era culpa de nadie más que de una maldición oculta entre secretos que nuestra única forma de sobrevivir en una partitura fuera a través de un acorde roto, porque, de ese modo, los ecos de alegría y tristeza encontrarían la manera de hacerse frente, y nuestros nombres no romperían la belleza de una canción que los rezase por separado.

Broken Chord (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora