PRÓLOGO

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Siempre he sabido que no existía una definición para la perfección. Con el paso del tiempo te das cuenta de que la perfección no existe y que las fantasías no son más que estúpidas ideologías ensalzadas que concebimos sobre lo ajeno. Sin embargo, todo eso cambia cuando tropiezas con la mirada equivocada, el contacto equivocado, el sentimiento equivocado, el acto de entrega equivocado o la persona equivocada. Y cambia, también, cuando te atreves a pronunciar las palabras equivocadas... o a marcharte cuando más te necesita.

Todo se viene abajo en el preciso instante en el que te encuentras frente a todo aquello que alguna vez anhelaste en secreto y que de pronto te es concedido. Es en ese momento, el momento en el que alguien te dedica un lo siento o un te quiero entregándote su corazón en las manos, cuando toda cordura se desata y terminas naufragando en un desordenado caos. Empieza el instante en el que saboreas el dolor y el amor de primera mano; el instante en el que luchar por salvarte a ti misma o salvarlo a él en su lugar es decisivo; el instante en el que toda decisión cuenta y toda mentira mata.

Empieza el momento de optar por vivir sufriendo o rendirse primero, opción que en esa familia siempre ha sido la única.

Y es que el fluir del tiempo en una familia que porta maldiciones nunca volverá a ser el mismo. Hace años que la vida se les escapa de las manos y no hay reflejo más desesperanzador que no lograr adivinarse la mirada después de un par de años. El único recuerdo feliz de una familia que no recuerda su origen han sido los ojos de esta extraña, esos que han roto corazones y robado más de una vida.

La monotonía se ha convertido en la verdadera rutina y el dolor ha perdido su definición. La cicatriz que delimita la belleza de unos recuerdos que no regresan mancha los ojos de un amor verdadero y abre heridas en la piel de quien se atreve a adoptar papeles secundarios en la vida de un extraño. Hace años que los buenos momentos se despidieron con el frío beso en los labios de una muerte inexplicable, aunque con mi llegada a este mundo, su mundo, la sangre de todo un linaje ha manchado la mía propia.

Con cada secreto revelado más allá de unos ojos azules y una sonrisa demacrada, he terminado besando a mis demonios interiores, y quizá también los suyos, con la misma fragilidad característica del cristal, dudando en si me romperé yo primero o si de lo contrario lo harán ellos antes. He descubierto que los labios de mis miedos son tan suaves como los de ese chico que desde hace un tiempo atormenta mi propia vulnerabilidad, aunque el sabor de su benevolencia no tiene ninguna batalla que luchar frente a la maldad de él.

A fin de cuentas, él se enamoró de las sombras.

Las ha amado desde el día que conoció el dolor, allá cuando tan solo era un niño. Desde entonces, confía más en ellas que en sí mismo, o que en mí. Son su verdadera razón de vida, por mucho que él diga que me quiere a mí. A decir verdad, yo también las amo. Con la misma locura asesina digna de un traidor, lo que siempre he sido yo.

Traidora y mentirosa.

Es una maldición que se ha prolongado durante años, y los que continuaremos con esta insólita tradición tan solo podemos ser él y yo. Nos hemos enamorado de nuestros errores y la única faceta sincera de nosotros que queda intacta es ese aura de falsa perfección que tantos problemas nos ha ocasionado y tantas veces ha mojado el colchón de nuestra cama.

Sin embargo, y con el paso de los meses, el calor que alguna vez lo manchó se ha rendido al frío de una ausencia. Aguarda un regreso, o quizá sigue llorando una despedida. La mía.

Sea como fuere, él ya no tiene motivos para susurrarle mi nombre a la luna o pedirle a sus demonios interiores que recuerden por él lo bonito que sería hacer el amor a oscuras —como solíamos hacer antes de que se nos agotase el tiempo—, porque estas líneas, las que no me atreveré a firmar con los labios, son testigo de mis lágrimas y de lo mucho que extraño poder oír su voz.

Le pido, pues, que no me olvide, porque de su dolor hallé calor en tiempos de ausencias y tengo su nombre tatuado en la piel. Es mi última esperanza para volver a enamorarlo de nuevo y pedirle que no se vaya con nadie más. Quiero que sepa que siempre lo he querido y que me he arañado la piel durante mil lunas sin atreverme a pronunciar sus apellidos. Quiero que entienda que no me alejé por miedo, sino por amor. Quiero que me crea cuando le digo que no me quedan más motivos para vivir si me falta él; y que sigo aquí, sola, rogándole a la luna que rompa sus promesas y que llore cuando me vuelva a ver para que yo comprenda que también me ha echado de menos.

Y quiero que juntos, él y yo, seamos perfectos.

Como ya sabes, lector, siempre he sabido que no existía una definición para la perfección... hasta que Liam Shadow, el puro reflejo de un corazón roto, me demostró lo contrario.

Esta es mi historia.

La historia de Lady Shadow y el regreso de Liam.

Una novela que no habla de amor, sino de recuerdos.

Broken Chord (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora