Fernando

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La oscura sombra de los árboles a esas horas de la noche en el Parque Rivera teñía nuestras sonrisas mientras nos mirábamos directo a los ojos. Estábamos frente a frente luego de una velada formidable juntos. Miraba sus labios que ya había probado y quería seguir degustando. Le quería abrazar, fundirme con él, pero eso requería ir un paso más allá, escaparnos a un lugar más privado. ¿De verdad estaba dispuesta a dar ese paso? ¿Era ese el siguiente capítulo de nuestra historia? Recordé en una fracción de segundo cómo habíamos llegado hasta acá.

Por esos días, cumplía tres años de que había empezado en mi primer trabajo como maestra secundaria, cuando aún mi cara y cuerpo no representaban los 25 años que tenía. Me veía más bien como una de mis estudiantes de último grado. Solo nos diferenciaba el uniforme. Dada mi juventud, tenía muy claro que debía ser cortante con mis estudiantes y no dejar que se pasaran de listos, pero cuando por motivos de la clase me agachaba o le daba la espalda al salón sentía muchos ojos encima mío, los que al darme vuelta hacían como que miraban cualquier otra cosa, aunque algunos más descarados se me quedaban mirando mientras sonreían.

Debo confesar que pese a sentirme incómoda con esa situación, me atraía y por qué no decirlo, incluso me excitaba, aunque nunca pasó más allá de un pensamiento. Durante el primer año, trabajé con el ímpetu de quien quiere generar real impacto en sus estudiantes y me encariñé con mi curso de jefatura. Su graduación fue maravillosa, estaba tan orgullosa de todos y en especial de Fernando, un estudiante que se había esforzado mucho y había logrado importantes avances académicos como recompensa. Sabía que le iría bien en lo que prosiguiera estudiando.

Por esos años, mi novio me apoyaba en todo lo que se me ocurría para innovar en las clases. Se reía a veces por las cosas que se me ocurrían y otras no tanto ya que me quedaba hasta tarde preparando material para las clases del otro día, olvidando que estaba él allí. Lamentablemente, me dediqué tanto a mi labor docente que un par de años después él encontró a otra que le puso más atención y como un perrito faldero se fue detrás de ella, dejándome sola. Mi duelo fue largo y doloroso. Incluso a veces mi labor docente no lograba acallar mi tristeza. Luego de unos meses en ese estado, me decidí a volver a socializar más, como antes de conocer a mi ex novio, cuando aún estudiaba en la universidad. Quería vivir libre y llevar a cabo fantasías que siempre tuve y no había realizado. Activé mi cuenta de Instagram y comencé a aceptar algunas de las solicitudes de seguidores que me llegaban, incluso algunas de ex alumnos. Una de ellas fue la de Fernando, aquel esforzado joven de mi primer año como maestra, la que acepté a diferencia de los otros.

Una madrugada llegaba a casa de una borrachera con amigas, cuando vi en mis chats sin leer un saludo de él. Días antes había revisado su perfil y visto cuanto había crecido aquel esforzado muchacho. Estaba más alto y su otrora cara de niño ya no era tal. Una barba rala crecía enmarcando su recta quijada y su bien entrenado cuerpo se dejaba ver detrás de sus camisas ajustadas. Le contesté el saludo y mientras me tiraba en la cama vi como el chat movía sus puntitos en respuesta a mi contestación. Sonreía mientras leía sus frases bien elaboradas, que intentaban presumir más de la realidad en cuanto a trabajo y estudios, además de algunos solapados piropos. El trago me había relajado y le contesté algunos de ellos en forma coqueta y hasta unos besos le envié cuando me despedí. Sabía que me quería versear y le dejé. El haber sido mi alumno aliñaba la situación de forma picante y la disfrutaba como tal.

Esa noche cuando me dormí me rondaban algunas alocadas imágenes del actual Fernando mirando mi falda mientras me agachaba en el salón de clases y otras en que mi falda yacía en el piso. Los días posteriores me reía de mi osadía de seguirle el juego a un muchacho 7 años menor que yo y más siendo mi ex alumno, pero no dejamos de hablar. Al contrario, hablábamos casi todos los días. Los temas eran variados y me di cuenta que no solo había crecido físicamente, sino que era un chico con ambiciones, planes, sueños y bastante criterio para su edad. Por esos días se acercaba de forma inexorable el día de San Valentín y mi estado de actual soltería no me animaba demasiado. Siempre había sido apegada a las fechas especiales y aún no lograba deconstruirme en relación a ello. Las conversaciones con Fernando eran una de las pocas cosas que me animaban.

Y en una de esas pláticas, me soltó el gatillo que haría explotar nuestra bomba de tiempo: propuso que nos juntáramos a celebrar un día de soltería el 14 de febrero. En un principio rechacé la idea de plano. ¿Y si alguien del colegio nos veía juntos? Debía mantener una reputación como profesora. Una cosa era hablar frecuentemente por chat y otra bien distinta era salir con él. Pero la idea también me tentaba. Volvía a mirar sus fotos en Instagram y me imaginaba posando mi cabeza sobre ese firme y ancho pecho. Esos días moría por un abrazo. Su insistencia y mi curiosidad llegaron a un acuerdo: Nos veríamos en un lugar público, pero no tan concurrido, a las siete de la tarde del día 14.

Mi ex alumnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora