Bienvenido

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Su sonrisa se iluminó y sus ojos se encendieron. Bajé del auto y me encaminé a abrir la puerta del edificio en el que vivo, sacando las llaves y la rutina que tan bien conocía después de vivir años en ese lugar. Sabía que él se encargaría de acomodar bien su auto y venir a hacerme compañía lo antes posible. Ese instinto de superhéroes que les despierta ante la posibilidad de un polvo. Abrí la puerta del sesentero edificio céntrico y escuché los pasos apresurados de mi joven acompañante. Atravesé el umbral antes que me alcanzara previendo la posibilidad de que quisiera besarme en la puerta. Sea como sea, debía mantener mi reputación de persona quitada de bulla. Me di vuelta para sonreirle y él se hallaba dedicándome una gran y agitada sonrisa.

- ¿En qué lugar llegaste en la carrera? - Le pregunté.

- ¿Por qué dices eso?

- Por lo agitado que vienes. ¿Sed?

- Un poco.

- Subamos y saciaré tu sed.

- Que bien suena eso.

- No suena tan bien a cómo será saciarla. Sígueme.

Subimos la escalera y recordé que no tenía nada para preparar mojitos. No creía que a esa altura importara, menos a Fernando que a esa altura iba hipnotizado mirando mi cola mientras me seguía escalera arriba. Llegamos al tercer piso y avanzamos por el pasillo. Estaba vacío. Confieso que me hubiese encantado que me volviera a comer la boca ahí, pero en cualquier momento alguien podía asomarse y vernos.

- Hay un problema.

- ¿Cuál?

- Solo tengo para ofrecerte para beber unas cervezas que me quedan. Olvidé que no me queda nada para hacer mojitos.

- Qué mal preparada profesora.

- Qué exigente el alumno. ¿Le molesta?

- Para nada. Cerveza suena bien para mí.

Al llegar a la puerta del departamento dejé resbalar las llaves de mis manos, las que cayeron delante de mí. Me agaché descarada dejando mi cola pegada a su vientre para recogerlas y justo cuando Fernando posaba su mano en mi cadera me levanté con las llaves en la mano. Abrí la puerta y entré.

- Bienvenido, Fernandito. Cierra la puerta por favor.

- Cómo no profesora.- Dijo cerrando la puerta y avanzando rápido hacia mí, abrazándome por la espalda.- Preferiría que me dijera Fernando. 

- Que ansioso el alumno. Perdón, Fernando. Ahora sí debo ir al baño.- Le dejé con su entusiasmo.- Asiento si gustas, acomódate, sírvete lo que pilles por ahí y pon algo de música.

Entré al baño y cerré la puerta detrás, deteniéndome frente al espejo, sonriendo y encarándome "¿Estás consciente de lo que harás?" y continué con la tarea que me llevaba dentro del lugar. Al bajar mi ropa, yo misma me sorprendí por lo mojada de mi pantaleta. Pensé en cambiarla, pero solo la sequé como pude, lo mismo con todo lo demás. "Que se entere de cómo huele y sabe una mujer de verdad." Me lavé las manos y un poco la cara para apaciguar el calor, bebí algo de agua, me sequé y salí. Fernando aún estaba parado frente al televisor buscando en YouTube.

- No se me ocurre qué escuchar.- Me dijo.

- Pon la quinta opción que te arroje el buscador.- Contesté mientras sacaba una cerveza del refrigerador y buscaba un par de vasos.

Cuando abrí la cerveza en la cocina, escuché sonar la música. La escogida fue Lana del Rey. Los sonidos de la cachonda West coast retumbaron en nuestros cuerpos ya encendidos por el alcohol, la censurable situación y los besos que habían sellado el destino de este 14 de febrero de solteros. Me dejé llevar por su cadencia mientras terminaba de servir la cerveza, sin dejar de mirar intermitentemente a mi inusual invitado que me miraba atento desde la sala. Le ofrecí su vaso, se acercó y levanté el mío.

- Por los ex alumnos.

- Por las profesoras.- Me contestó y ambos bebimos sin quitarnos la mirada.

Nos mirábamos como quienes se saben cometiendo un delito, pero saben que el beneficio de ese delito y la adrenalina que implicaba, le hacían merecer el riesgo. Sabíamos lo que venía y por lo mismo, no hubo muchas palabras. Apuramos nuestros vasos en solo un par de tragos. Su último trago le dejó una pequeña espuma en su labio superior que no me demoré en secar. Él se dejó llevar. Nuestro aliento a alcohol, la música y lo secreto de nuestra acción se colaron en nuestras pieles. Los besos cada vez se convertían más en mascadas, lamidas y mordidas. Sus manos recorrían torpes mi espalda y más abajo. Lo guié hacia una silla, se sentó y apoyé mis piernas en las de él mientras le seguía besando, esta vez el cuello, la oreja, las mejillas, sus párpados... Quería comerlo entero. 

Mi ex alumnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora