En una lujosa mansión, Jimin se ve obligado a convivir con su medio-hermanastro Jungkook, quien lo trata con desprecio y hostilidad, quien utiliza cada oportunidad para atormentarlo. Sin embargo, a medida que comparten secretos y momentos íntimos, s...
El largo viaje por fin llegaba a su fin cuando divisamos a lo lejos la imponente residencia de los Jeon. En ese lugar, conocería al hombre que ahora ocupaba el corazón de mi madre y a su hijo, quien, de repente, se convertiría en mi hermanastro.
Al detenerse el auto frente a la majestuosa entrada, varios hombres pulcramente vestidos, con una cortesía que denotaba su rol de empleados, se apresuraron a descargar nuestro equipaje. Sus uniformes impecables y su diligencia confirmaban lo que mamá me había contado sobre la prosperidad de su nuevo esposo. Un hombre exitoso y millonario, sí, pero ella insistía en que no me dejara impresionar solo por eso, asegurándome que su generosidad, amabilidad y nobleza de corazón eran sus verdaderas riquezas.
Mientras el último bolso era retirado del maletero, una figura masculina apareció en lo alto de la escalinata de la enorme mansión. Cada detalle de la construcción gritaba lujo, desde sus imponentes columnas hasta los ventanales relucientes. Este era el hogar de los Jeon, y ahora, también, el nuestro.
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Mientras descendía los últimos escalones, el señor Jeon saludó a mi madre con un tierno beso en los labios. Luego, ambos caminaron hacia donde yo me encontraba, sus rostros iluminados por una sonrisa que intentaba disipar mi evidente nerviosismo. Era extraño, admito, ver a mi madre con alguien más después de tantos años de soledad. La figura de mi padre, marcada por la miseria y el abandono, aún proyectaba una sombra incómoda en mi mente.
—Jimin, cariño —dijo mi madre con dulzura—, él es Jeon Chanyeol... mi esposo.
—Amor, él es mi hijo, Jimin —añadió Chanyeol, dedicándome una sonrisa abierta y extendiéndome una mano cordial.
No aparentaba ser mayor que mi madre; de hecho, irradiaba una presencia juvenil y elegante, con una disciplina y educación que se percibían en cada gesto. Era alto, de piel bronceada, con cabello castaño oscuro y ojos penetrantes del mismo color, enmarcados por cejas pobladas. Unas pocas arrugas alrededor de sus ojos apenas eran visibles, añadiendo carácter a su rostro. Calculé que rondaba el metro ochenta y cinco y no debía superar los cuarenta años.
—Estoy encantado de conocerte, Jimin —dijo con una calidez genuina—. Tu madre me ha hablado mucho de ti todo este tiempo. Ansiaba que por fin llegara el día en que pudiera conocerte personalmente y compartir tiempo contigo. Espero que podamos llevarnos muy bien.