Capítulo II. 12 horas

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Abrió los ojos cuando una sensación extraña erizó su piel. Despacio, tomándose su tiempo. Frotándose los párpados con cuidado antes de abrirlos por completo.

Su ceño se frunció y una mueca de confusión se formuló en su rostro cuando miró a su alrededor. Estaba acostado sobre una cama, en una habitación fría y solitaria.

Pudo fijarse en el color rojo escarlata que revestía con elegancia aquellas cuatro paredes, y en la escasez de iluminación. A penas veía sombras, objetos colgados, y un sillón de cuero negro que yacía vacío frente a él.

Su garganta se secó en el mismo momento en que una puerta se abrió a su derecha, viéndolo entrar con tranquilidad. Luciendo una malévola y pícara sonrisa, mirándolo con un peligro que casi lo hizo temblar.

—¿Por qué crees que estás aquí, bebé? —preguntó con la voz ronca, dando pequeños y calmados pasos hasta sentarse en aquel sillón. Intimidándolo con ese par de ojos verdes, ahora oscurecidos. Louis tragó saliva.

—N-no lo sé.

—¿Ah, no? —asintió irónico—. Te dije que me despertaras. E incluso te di la libertad de elegir cómo.

—Me dormí, papi. Lo siento mucho. Yo...

—Basta —lo interrumpió—. Me has desobedecido. Has desobedecido a tu señor. ¿Eso es lo que quieres a papi, bebé?

—No, no. Quiero a mi papi, lo juro. Mucho.

—Papi también te quiere a ti. Y por eso mismo, comprenderás que debo castigarte. Te has portado mal, y todo acto tiene su consecuencia.

—P-por favor —rogó piedad.

Hipócrita. Sabía mejor que nadie que moría de ganas por retorcerse bajo aquellas ásperas y anilladas manos. Gritar hasta no poder más, ser destrozado de una y mil maneras. Por él. Por su señor.

—Ven aquí. Gateando.

Louis sonrió de lado. Travieso, pícaro. Rozando aquel punto en el que sabía que su señor acabaría volviéndose loco de tanto provocarlo. Tentando a su suerte sin miedo alguno.

Bajó de la cama arrastrándose entre las sábanas, y lo miró directamente a los ojos cuando comenzó a gatear hacia él. Contorneando sus caderas, moviéndose con sensualidad a cada paso que ofrecía. Sin dejar de mirarlo ni un solo segundo.

Harry gruñó en sus adentros. Corrompido. Buscando cordura donde sabía bien que no encontraría. Atando su control, retando sus límites. Muriéndose por él.

Frenó en seco cuando llegó hasta él, y una sonrisa pudo vislumbrarse en aquellos carnosos labios que tanto ansiaba probar. Y, sin embargo, no lo hizo. Muy a su pesar.

—Túmbate boca abajo —ordenó serio, dando pequeñas y continuas palmadas en sus muslos.

Louis casi se desmayó en el mismo momento en que se encontró tumbado, con el trasero algo alzado para facilitarle el trabajo. Su cabeza colgaba del sillón al no tener soporte, y sus piernas se cruzaron en un intento inútil por retener toda la excitación que crecía en su interior a pasos agigantados.

Se contuvo para no gemir cuando el roce de su gélida mano lo estremeció al deslizarse por su nalga derecha. Trazando un recorrido imaginario, tocando su piel hasta sentirla como la suya propia. Buscando la pérdida de su control, intentando encontrar todos y cada uno de sus límites para sobrepasarlos todos.

Louis cerró los ojos, y gritó cuando una primera palmada recayó sobre su nalga provocándole una gran sensación de ardor.

—¿Hasta dónde quieres llegar, bebé? ¿Hasta qué punto es capaz de soportar la fragilidad de tu cuerpo y la pureza de tu alma?

24 HorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora