Los días pasaron desde aquel fatídico día de despedida. Por fin tenía todo preparado y estaba lista para irme.
—¡Mamá, ya me voy! —dije con la voz más firme que pude, intentando no sonar demasiado emotiva.
—Vale, cariño. Te he dejado comida en la nevera —respondió desde la otra habitación.
Mi madre era enfermera en un hospital y nuestra relación era peculiar. A veces tenía tiempo para estar conmigo, otras trabajaba de noche y apenas nos veíamos. Pero siempre me dejaba una nota antes de irse, como un recordatorio silencioso de que pensaba en mí.
Cerré la puerta de casa y me dirigí al autobús, que me llevaría a un pueblo cercano con más habitantes. Durante el trayecto, observé a los demás pasajeros. Algunos chicos y chicas charlaban animadamente, otros miraban distraídos por la ventana, pero hubo uno que captó mi atención. Iba escribiendo sin levantar la vista del papel, como si estuviera inmerso en su propio mundo.
“Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.”Ese poema quedó grabado en mi memoria. Más tarde descubriría que, al llegar al instituto, Pablo había dejado un fragmento de poesía en cada taquilla. El mío era ese.
Cuando entré, vi a varias chicas leyendo sus notas con emoción, mientras algunos chicos menos sensibles las usaban para hacer cerbatanas. Suspiré y seguí mi camino, perdida en mis pensamientos, hasta que choqué con alguien.
—¡Mierda! Lo siento mucho —me disculpé rápidamente y entonces lo reconocí—. ¡Eres tú! ¡El del asiento del autobús! —dije emocionada.
—Vaya, ni que fuera famoso —respondió con una sonrisa divertida—. Soy Pablo Neruda.
—¿Neruda, como el escritor? —pregunté con curiosidad.
—Ojalá, pero no. Ese no es mi nombre real, aunque mis padres me pusieron Pablo. Escribo poemas por las mañanas y los dejo en las taquillas del instituto —explicó, recorriendo el pasillo con la mirada hasta detenerse en un número—. 269... así que esta es tu taquilla. Ahora que sé que te gustan mis poemas, te escribiré más a menudo.
—Pablo, disculpa la intromisión —intenté sonar culta y educada, queriendo estar a la altura de alguien que escribía poesía—. ¿Tienes poemas propios?
Pablo no era el tipo de chico que llamaba la atención a simple vista. Moreno, con un toque desenfadado en su cabello, chaqueta de cuero con el logo de Guns N' Roses en la espalda... Pero había algo en su actitud, en su seguridad, que lo hacía parecer alguien que sabía exactamente quién era y cómo moverse en ese mundo.
—Parece que eres nueva. Escribo para la revista del instituto, ahí puedes leer mis poemas —dijo con un aire despreocupado, antes de girarse para marcharse con paso ligero y seguro.
—Wow… Eres toda una caja de sorpresas. Y sí, soy nueva —admití, sintiéndome de repente algo insignificante.
Él se detuvo y me miró con una sonrisa burlona.
—¿En qué clase estás? —preguntó.
Le mostré mi horario y él asintió.
—Oh, qué suerte. Es mi clase —dijo con un tono sarcástico.
—¿En serio? —pregunté con un alivio evidente.
Pablo rió.
—No, claro que no. ¿Qué te creías? —se burló, y luego, tras ver mi expresión de fastidio, añadió—. Tranquila, sí es mi clase. Ven, te llevo.
Lo seguí en silencio, sin saber si sentirme aliviada o molesta. Al llegar, él se giró hacia mí con una media sonrisa.
—Espero que hagas amigos pronto, no quiero tener que rescatarte otra vez —comentó antes de perderse entre la multitud.
—¡Paula! —grité de repente, sintiendo la necesidad de que al menos supiera mi nombre—. Me llamo Paula.
Pablo se giró levemente y sonrió.
—Encantado, Paula —dijo, antes de tomar asiento junto a mí y extender su mano. La estreché sin dudarlo.
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El escritor demodé
Novela Juvenil"Demodé" es un término que a mí parecer es culto, indicado para describir a algo o alguien pasado de moda y propio de pablo, el chico que se sentaba a mi lado y en la revista del instituto escribía poesía a mano. De pablo no hay tanto que decir, per...