SABOTAJE
La única esperanza de los pasajeros era la-de llegar a un puerto cualquiera del
litoral americano, aunque no fuese Valparaíso.
Con objeto de obtener el término medio, Dick Sand pensaba reconocer la
dirección y velocidad de la Pilgrim, cosa que podía conseguir comprobando
todos los días en el mapa el camino recorrido, para lo cual se valdría de la
brújula y de la guindola, delicado instrumento provisto de un cuadrante de
hélice, que registra la velocidad por un tiempo determinado con toda exactitud.
Claro que las corrientes podían inducir a errores, que sólo podían compensarse
con algunos cálculos derivados de observaciones astronómicas que el joven
grumete no podía llevar todavía a la práctica. Por eso, por el cerebro de Dick
cruzó la idea de conducir nuevamente la Pilgrim a Nueva Zelanda. Sin
embargo, y a pesar de que la travesía hubiera sido más corta, el viento a la
sazón era favorable para dirigirse a América.
Tomada, pues, esta resolución, el valeroso grumete se dispuso a poner en
marcha el barco, cosa que no iba a ser demasiado fácil, porque, especialmente
para el manejo de las velas del mástil de mesana, se requiere un buen conocimiento
del oficio.
-Amigos míos -dijo el grumete a los cinco negros-, se trata de completar el
velamen, de izar el papagayo, la cacatúa, la flecha y las velas de los estayes,
pero todo irá bien si siguen ustedes mis instrucciones.
Tom y los suyos aguardaron las órdenes, que no se hicieron esperar.
Desde la rueda del timón, Dick Sand gritaba:
-¡Largue con rapidez esa maniobra! ¡Estire! ¡Tire de arriba! ¡Un buen golpe!
¡Fuerza!
Al oír aquella última palabra, el gigante Hércules descargó un formidable golpe,
capaz de -romperlo todo a un tiempo.
-¡Cuidado! ¡No tan fuerte, caramba! ¡Va usted a echar abajo la arboladura!
Hércules respondió, sonriendo:
-Pero si apenas he apretado.
El faro del mástil de mesana, cuyos brazos de babor habían sido aflojados, se
giró con lentitud. El viento hinchó las velas.
Seguidamente se aflojaron las escotas de los foques. Después Dick ordenó a
los negros que volvieran a popa.
-Ahora es preciso ocuparnos del palo mayor.
Esta maniobra fue más fácil y, una vez acabada, la cangreja recibió el viento
con más normalidad, uniendo su potente acción a la de las velas de proa.
Ya sólo faltaba tirar de la driza una vez la flecha quedó establecida por encima
de la cangreja, pero Hércules ayudado por Acteón e incluso por el pequeño
Jack, que se había unido a ellos, tiró tan fuerte que la driza se rompió y los tres
cayeron de espaldas. Por fortuna no se hicieron daño.
-No se preocupen -gritó Dick-. Unan los dos cabos y tiren con suavidad.
Todo marchaba bien y la Pilgrim navegaba con rapidez, con la proa hacia el
Este. Sólo quedaba mantenerlo en aquella dirección.
A pesar del trabajo realizado, la instalación del velamen no estaba aún
terminada, pues faltaban las velas altas, cuya acción, cuando se trata de
adquirir la máxima velocidad, es necesaria.
Esta maniobra era más difícil que la llevada a cabo, pero Dick resolvió efectuarla. Confió la rueda del timón a Tom, y se dispuso al trabajo, ayudado
por Acteón, Bat, Austin y Hércules.
Todos pusieron manos a la obra, siguiendo al pie de la letra las instrucciones
de Dick quien, trepando por los flechastes, por los escapos del envés y por los
obenques del mastelero de la gavia, demostraba un conocimiento poco común
en un muchacho de su edad, y una agilidad asombrosa.
Finalmente, y sin que en esta ocasión Hércules rompiera nada, quedó
terminada la operación, por lo que la Pilgrim quedó ostentando todas las velas
que constituían su aparejo, a falta de las bonetas de mesana a babor, que Dick
no creyó prudente utilizar porque, además de suponer una maniobra harto
difícil, no podrían retirarse con rapidez en caso de un cambio brusco en el
tiempo.
Dick Sand cogió de nuevo la rueda del timón y el barco, con una ligera
inclinación hacia estribor, se deslizó con rapidez por la superficie del mar.
-Te felicito -dijo la señora Weldon, estrechando la mano del grumete.
A bordo se siguió la vida normal, aunque el pensamiento de todos no se
apartaba de la conmovedora catástrofe. El orden más perfecto reinaba en la
goleta, y todo hacía suponer que las cosas marcharían a las mil maravillas.
Negoro incluso parecía haber reconocido la autoridad de Dick y no hizo ningún
intento para sustraerse a la misma. No se movía de su reducida cocina y, por
tanto, se le veía muy poco.
Llegada la noche, Dick Sand, debido al estado del tiempo, no creyó necesario
disminuir el velamen. Por otra parte, el estado de la atmósfera no dejaba
entrever ninguna alteración inmediata.
Durante el día, el grumete hizo funcionar cada media hora la guindola y la
brújula, que eran los dos únicos instrumentos de que podía valerse para
apreciar el camino recorrido, anotando siempre sus indicaciones.
A bordo había dos brújulas. La que estaba colocada en la bitácora, a la vista
del hombre encargado de la barra, y otra que estaba fijada a los barrotes del
camarote que había ocupado el capitán Hull. De esta forma el capitán del navío
podía comprobar siempre la ruta sin moverse de su aposento.
Dick Sand había recomendado a su gente que tratasen con el máximo cuidado
aquellos dos instrumentos que era conveniente comparar entre sí para
asegurar sin la menor duda sus indicaciones.
Sin embargo, en la noche del 12 al 13 de febrero, la brújula del camarote que
se hallaba fija por medio de una virola de cobre, se cayó sin que nadie se diese
cuenta de ello hasta el día siguiente.
Aquel hecho contrarió mucho a Dick. La brújula se había roto de tal modo que
no podía ser reparada.
Era algo inexplicable, pero en cierto modo posible, ya que la virola podía haber
estado oxidada y romperse debido al vaivén de la embarcación. Nadie era
responsable de aquella rotura, aunque aquello acarreaba en sí enojosas
consecuencias, puesto que en adelante Dick sólo podía valerse del compás de
la bitácora.
No obstante, aparte de este incidente, todo iba bien a bordo, y la señora
Weldon había puesto mucha confianza en Dick, con quien conversaba a
menudo.
-Con estos vientos -decía el joven- no tardaremos en alcanzar el litoral de la
América meridional. Quizás incluso no derivemos mucho de Valparaíso.
Los negros cumplían a la perfección cuantas tareas les eran encomendadas, y cada día se hacían más prácticos en el oficio. Tom se había convertido en el
jefe de la tripulación por unanimidad, turnándose todos en el trabajo, y en el
descanso. Sólo Dick pasaba noches enteras junto a la barra.
Nunca navegaban sin llevar colocadas las luces de posición, verde a estribor y
roja a babor, y tampoco se descuidaba, a pesar de que aquellos parajes
estaban desiertos, la vigilancia rigurosa durante la noche.
Dick Sand acusaba el cansancio y en algunas ocasiones su mano gobernaba
por puro instinto, ya que la fatiga le hacía cerrar los ojos.
La noche del 13 al 14 de febrero Tom reemplazó a Dick para que éste pudiese
tomarse unas horas de merecido descanso. El cielo aparecía cubierto y la
oscuridad reinante no permitía distinguir las velas altas.
A eso de las tres de la mañana se produjo algo extraño. Los ojos de Tom, que
se hallaban fijos en un punto luminoso de la bitácora, perdieron en un instante
el sentido de la visión, y el negro cayó en una especie de somnolencia
anestésica. Sus sentidos se embotaron y por eso no vio que una sombra, la de
Negoro, se deslizaba por el puente hasta la misma bitácora, debajo de la cual
colocó un pesado objeto que llevaba en la mano.
Observó unos momentos la esfera luminosa de la brújula y se retiró con el
mismo sigilo.
Si al día siguiente Dick se hubiese dado cuenta del objeto colocado por el
portugués debajo de la bitácora, lo hubiera separado inmediatamente. Se
trataba de un trozo de hierro de magnetita, cuya influencia, corno es sabido, altera
los campos magnéticos. En consecuencia, la aguja de la brújula sufrió una
alteración, siendo desviada del Norte magnético, señalando el Nordeste,
produciendo, por tanto, una desviación de un cuarto de cuadrante.
Cuando Tom volvió en sí de su sopor, al dirigir la vista hacia el compás creyó
que la Pilgrim había perdido la dirección, y llevado por su buena voluntad movió
la barra con el propósito de colocar la proa del navío hacia el Este. Sin
embargo, lo que hizo fue desviar el barco en un cuarto de cuadrante,
dirigiéndolo hacia el Suroeste.
La Pilgrim navegaba entonces a una velocidad de 160 millas diarias, como
término medio, velocidad máxima que podía esperarse de un navío de aquellas
características.
Así, sin ningún otro incidente, transcurrió la semana del 14 al 21 de febrero,
mientras Dick Sand acariciaba la esperanza de cruzarse con algún buque,
puesto que su opinión era que se encontraban próximos a los parajes frecuentados
por los correos que hacen la travesía de un hemisferio a otro.
Sin embargo, a pesar de la vigilancia observada, el mar continuaba desierto y
ninguna nave aparecía a la vista.