Capitulo 9

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SE ACERCA UNA TORMENTA

Dick Sand había cruzado varias veces aquella parte del Pacífico por donde
creía navegar, y aquella soledad no dejaba de extrañarle. Según sus cálculos,
debían de haberse cruzado ya con algún navío, ya fuese subiendo en dirección
del Cabo de Hornos al Ecuador, ya descendiendo hacia el extremo de América
del Sur.
A pesar de su inquietud, Dick Sand estaba convencido de alcanzar la costa
americana y a este respecto tranquilizaba continuamente a la señora Weldon,
que no podía ocultar cierto desánimo.
- ¡Pronto llegaremos! -repetía el grumete.
Las firmes palabras del joven alentaban las esperanzas de la señora Weldon
que sabía que si Dick no estaba lo bastante adelantado en sus estudios
hidrográficos, poseía al menos un verdadero olfato de marino.
Eso era cierto: las indicaciones barométricas por una parte y el aspecto del
cielo por otra, le permitían ponerse en guardia. Dick Sand conocía todas las
indicaciones del barómetro.
Por eso, el 20 de febrero el joven grumete empezó a preocuparse al comprobar
las oscilaciones de la columna barométrica. Comenzó a bajar de una manera
lenta y progresiva, lo cual presagiaba lluvia.
El joven, para no comprometer la arboladura y el velamen del barco, hizo
plegar la cacatúa, la flecha y el petifoque y determinó hacer lo propio, después
de haber recogido dos rizos, con la gavia y el papagayo.
Los negros trabajaron con gran entusiasmo en aquellas maniobras que
colocaron al barco en las condiciones idóneas de navegación que exigía el
estado de la atmósfera.
En los tres días siguientes se modificaron sensiblemente la fuerza y la dirección
del viento. No obstante, el mercurio continuaba bajando en el tubo barométrico.
El aspecto del cielo era amenazador. Densas brumas lo cubrían de un modo
constante y su espesor era tal que hacía muy difícil distinguir el lugar por donde
salía y se ponía el Sol.
El 23 de febrero pareció que la brisa cedía, pero por la tarde el viento arreció y
el mar empezó a agitarse.
Dick Sand pensaba que de no complicarse más las cosas, aquel estado
atmosférico resultaría favorable, acercando el barco a la costa americana con
mayor rapidez. ¿Pero cómo maniobraría si no encontraba un práctico de la
costa, en un litoral que desconocía?
Pasaron trece días hasta el 9 de marzo sin que el estado de la atmósfera se
modificase, hasta que por fin una lluvia torrencial cayó sobre el mar, lo que
inquietó a Dick. La nave caminaba a la ventura debido a una espesa niebla.
La Pilgrim bailoteaba mucho, mas por fortuna ninguno de los viajeros era
sensible al mareo. Incluso el primo Benedicto no se daba cuenta de nada,
pasando el tiempo contemplando sus cucarachas, con la misma tranquilidad
con que lo hubiese hecho en su despacho de San Francisco.
Dick Sand estaba convencido de que la costa no debía de estar muy lejos, por
lo que se vigilaba con la máxima atención.
Pero ningún litoral aparecía en el horizonte y eso tenía muy extrañado al
grumete.
Aquel día la señora Weldon se dirigió a Dick, que se encontraba en la proa observando el mar.
- ¿No ves nada todavía? -le preguntó.
-Nada, señora Weldon, y sin embargo el horizonte no tardará en despejarse. La
costa no puede estar muy lejos.
Hace veinticinco días que perdimos a nuestro querido capitán y entonces
estábamos a unas 4.500 millas de la costa.
- ¿Cuál ha sido la velocidad del barco? -inquirió la madre de Jack.
-Unas 160 millas diarias -contestó el grumete-, por eso es muy extraño que no
hayamos visto tierra ni se haya cruzado con nosotros uno de los muchos
barcos que frecuentan estos parajes.
- ¿Estás seguro -insistió la señora Weldon- de no haberte equivocado?
-Seguro, señora. Cada media hora ha funcionado la guindola y he obtenido sus
indicaciones con toda precisión. Ahora mismo voy a hacerla funcionar de
nuevo.
A una orden de Dick, Tom empezó a maniobrar la guindola, pero apenas se
habían desenrollado veinticinco brazas de la sondaleza, ésta cedió en las
manos del negro.
- ¿Qué sucede, Tom? -inquirió el grumete.
-¡Oh, señor Dick! La sondaleza se ha roto y la guindola se ha estropeado.
En efecto, la sondaleza se había roto a pesar de estar hecha con jarcia de la
mejor calidad.
Dick Sand, que empezaba a desconfiar, observó los cordones que
aparentemente parecían muy usados en el punto de la rotura.
Lo malo era que la guindola estaba inutilizada y que Dick no disponía ya de
ningún medio para averiguar la velocidad del barco. Sólo le quedaba una
brújula, aunque ignoraba que sus indicaciones no eran correctas.
El barómetro descendió más al día siguiente, lo que anunciaba viento
huracanado.
Ante aquel peligro, Dick hizo arriar el mastelero de juanete y el de la flecha,
plegando las velas bajas, con el fin de navegar sólo con el petifoque y la gavia
rizada.
Al amanecer del día 12 el tiempo empeoró. El grumete pudo comprobar, con
espanto, que el barómetro había descendido notablemente.
Se avecinaba una tremenda tempestad y la Pilgrim no podía seguir con las
pocas lonas que le quedaban.
Dick dio orden de plegar la gavia, pero una violenta ráfaga de viento se anticipó
a la maniobra y arrancó la vela.
El grumete temía que de un momento a otro la nave sería lanzada contra los
escollos del litoral, que no podía estar lejos.
En aquel momento Negoro subió al puente desde donde dirigió su mirada a un
punto del horizonte, como si tratase de descubrir tierra a través de la bruma. No
pronunció ni una palabra, pero sus labios esbozaron una malévola sonrisa.
A los pocos minutos regresó a la cocina.

Un capitán de 15 años Donde viven las historias. Descúbrelo ahora