Belisario Domínguez

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El ambiente era absolutamente diferente del otro lado

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El ambiente era absolutamente diferente del otro lado. Las personas estaban avanzando a pasos tranquilos, incluso los chicos que habían salido de la escuela tras ella, se habían ido por otra calle después de cruzar, nuevamente estaba sola. Camuflajeada entre la sociedad, aunque fuera con ese uniforme verde con gris. Sujetó su mochila con fuerza, porque empezaba a percibir la ansiedad recorriéndola lentamente.

Aquella le avisaba del peligro, estaba activa porque en su casa siempre había peligro, en la escuela siempre había peligro. Ojalá tuviera un momento de escape, una burbuja en la que no tuviera que preocuparse de nada porque sabría que su supervivencia estaba asegurada. Se detuvo en seco.... ese era el momento... esa era la burbuja.

Yazbeth pocas veces hacía eso, pero al final, levantó la mirada al cielo. La vista de las hermosas iglesias y el parque que se pintaba del lado derecho le dio una soplo de vida. El metrobús pasó muy cerca, invitándola a subirse. Sabía que si lo hacía llegaría a donde sea, pero no era su intención de momento Lo que quería era avanzar a pie, porque comprendía poco a poco que la escapada era un regalo para ir relajando sus emociones.

Así es, ese regalo era suyo. Decidió bajar el ritmo de la respiración, siempre lo tenía acelerado, porque uno nunca sabe en qué momento podía detenerse, y ese era un hecho que no podía dejar de lado. También bajó sus cejas porque sabía que no tendría que enfocar algo pronto, ni una situación, ni un sentimiento. Tan solo estaba ahí ella misma, la chica que no se exigiría nada.

¿Cómo hubiera sido la vida si ella se hubiera tenido solamente a sí misma? Probablemente muy tranquila, infinitamente tranquila. Se detuvo en una ventana que tenía un relieve que usó como banca y recargó la barbilla en su mochila para admirara a la gente pasando. Había familias con niños pequeños y se recordó a ella misma. Si tan solo pudiera volver el tiempo, ella no se gritaría, ella esperaría a que los errores se aprendieran con miel. No se gritaría si es que estaba descansando, no se exigiría tanto, sino que se daría muchos abrazos. Sí, cómo le faltaba un abrazo.

Si ella pudiera encontrarse, en definitiva se daría un oso de peluche. También una buena caja de dulces. Nunca le habían gustado demasiado, pero adoraba la sensación de los días en los que se daban dulces. Jamás lo dijo, pero hubieron diversas cosas que le hicieron falta en su infancia. Una buena dosis de alegría infantil no le hubiera caído mal, porque todos la trataban con la seriedad de quien tiene una edad avanzada.

Observó los juegos del parque. Cuando ella era pequeña nunca le gustó estar en esos juegos. No tanto porque significaran aburrimiento, sino porque representaban discusiones, muchas reglas y regaños. Muchas personas se burlaban de ella. Se burlaban de que no le permitieran andar por ahí libremente. Que no le dejaran salir ni por unos chicles o unas papas, porque aquellos eran gastos innecesarios que pagaría caro.

Las campanas de una iglesia sonaron. La panza le dio un vuelco de emoción, porque significaba que todo aquello era real. No entendía entonces por qué las personas se quejaban de estar solas, si es que aquella era la sensación más hermosa que pudo haber tenido en toda su existencia. Quizá si hubiera salido de esa forma más a menudo no se hubiera sentido así, porque todo lo que pasa fuera de la casa hace que esta parezca muy, pero muy pequeña, y lo que sucede dentro tiene el efecto contrario.

¿Por qué seguimos vivos, si aprendimos a matar? ✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora