Calle Riva Palacio

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El sol estaba entre sus dedos, mientras intentaba abrazarlo

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El sol estaba entre sus dedos, mientras intentaba abrazarlo. Tumbada en el pasto, extendiendo los brazos sobre su rostro. En el fondo se escuchaba el ruido de sus compañeros, la sociedad moviéndose lejos de ella. Tenía el alma tan tejida a sí misma, que podía despegarla fácil. Como una garza sobre el agua, que no hace ruido.

Cuando su espíritu salía de ella misma, todo era más fácil. Las cosas no la atormentaban, las conversaciones no la tocaban. Quizá ese era su estado natural, no estaba segura, porque tenía la convicción de que las cosas naturales se debían sentir bien y Yazbeth no recordaba un momento en el que se hubiera sentido bien.

Con el alma despegada a ella es como sobrevivía. Tenía un collar de pensamientos hilándose mientras la profesora dictaba las tareas a realizar, y luego el sol, escapando en sus recuerdos. Regresaba al rostro serio, apagaba la imaginación. Miraba por la ventana, quizá ahí encontraría lo que buscaba.

Terminando el día escolar, guardó sus cosas en la mochila. A veces sentía que la voz podía perderla para siempre. Pasaba tanto tiempo sin usarla que eso era lo más lógico. Era probable que incluso ese fuera su objetivo.

Admiró de nuevo la larga calle extendiéndose ante sí. Sabía que aquella era la ruta que necesitaba seguir. Pero algo en su interior no se lo permitía. ¿Sería aquella la ruta de escape? En teoría, volver a casa era algo definitivo en su lista de responsabilidades, pero de igual forma, la banqueta lucía más linda del otro lado.

Sí, incluso podía alcanzar a notar que reflejaba el sol como un espejo, que los árboles floreaban de una mejor manera y que las personas estaban mucho más sonrientes que de su lado.

Yazbeth sintió, por primera vez, que algo despertaba dentro de sí. Un llamado, si se le quiere decir así. Una especie de canto que vibraba en lo más profundo de su alma y que la estaba invitado a tomar la ruta que no debía.

Un pie fuera de la escuela. ¿Derecha o izquierda?

El tumulto de estudiantes la empujó a tomar su decisión con mayor rapidez. Se sintió como un pequeño pez en una corriente que no podía controlar, así que simplemente cerró los ojos y, cuando menos se dio cuenta, ya se encontraba del lado más brillante.

Como en una tormenta, empujados por el viento, todos los que estaban a su alrededor se alejaron. Ya no había ni un solo suspiro. Ella, por otra parte, estaba haciendo más ruido que nunca.

Caminar un poco más, qué tanto podría cambiar su vida aquella simple decisión.

Otro paso, otro paso más, otro centímetro cerca del bienestar. Por supuesto que se había alejado de ese camino antes, pero nunca a propósito. Todas las tardes volvía a casa de los Ortega (su familia, indudablemente), para ser recibida por un bombardeo de gritos.

Aún recordaba a sus padres peleando por todo. Esas voces causaban terremotos.

Cuando en su casa planeaban gritos, el mundos se volvía guerra. No solamente la casa de los Ortega, sino el mundo en general. No había ni una sola flor que pareciera maravillosa, no había ni una sola cosa que brillara o que portara un gramo de bondad. Cuando los gritos nacían entre los matorrales de su casa, el espíritu de Yazbeth se sentía a morir un poquito más. Solo un poco, como cuando una mariposa está lastimada.

En la infancia, contaba los días para perder la ilusión. Es una cuenta un poco pesimista, pero es que ella sentía cómo sus latidos amenazaban con ser los últimos. A veces se consolaba al pensar que había otra niña Ortega por ahí, con las lágrimas cayendo como arroyos, al tiempo que sus padres discutían una vez más.

Mientras el cielo la acompañaba, recordó lo que se sentía llorar sin fin. Las lágrimas iban creando capas en las mejillas, ardía un poco cuando pasaba el tiempo suficiente. La cara picaba, los labios se inflamaban. Estaba segura de que podía sentir cómo su corazón se hacía pequeño a cada momento y le resultaba terrible imaginar que toda la vida tendría que vivir así. Por eso contaba el tiempo que le quedaba como un ser humano con esperanza. Esa esperanza que la mantenía unida al dolor, de alguna forma.

Sacudió la cabeza, porque no quería pensar más en los recuerdos. Las palabras de la familia, puedes ser hirientes como un cuchillo recién afilado. Pero ella, ahí, sola por primera vez, contemplaba los arbustos como un canto de libertad. Estaba segura de que las promesas del mañana estaban por juntarse en una cadena frente a su rostro, pero tampoco quería permitir que aquello pasara. No tenía la fortaleza para creer en sueños de la noche a la mañana.

Por un momento se cuestionó si regresaría, porque la calle por la que venía estaba quedando cada vez más lejos. Cambiaba de nombre, cambiaba de tono, ahora estaba cerca de estar lejos y eso le encantaba.

¿Cuánto tiempo podría vivir lejos de su casa? Antes de perder la ilusión, recordaba fantasear sobre salir de ese sitio. Miraba por la ventana las pequeñas casitas de los demás. Le gustaba imaginarse dentro de ellas, viviendo sus vidas. Siendo feliz. Una vez, incluso, pensó en lo que sería no tener una casa.

Si alguien escuchara sus pensamientos, probablemente pensaría que estaba loca, que era una malagradecida, como le repetían sus padres hasta el cansancio, pero al final de cuentas ella lo único que quería era un sitio en el que pudiera tener paz.

El silencio era poco apreciado en su hogar, le hubiera encantado que aquello no fuera así, que la vida en su casa estuviera compuesta por notas divinas de armonía. Sus padres mantenían el mantra de que: "nada es justo", quizá era cierto y por ello es que tampoco podía ser feliz. Sí, seguro esa era la razón.

Con cada paso que daba, las voces eran ya inaudibles. No se encontraba a la redonda ningún otro que pudiera pertenecer a su escuela. Eso le gustaba en demasía, porque significaba que ahora era una chica normal. Cuando se está cerca de la escuela, es como si el salón de clases siguiera rodeando el espíritu de todos. Las personas que se sienten poderosas ahí, lo siguen siendo incluso en el parque de enfrente, pero cuando ya no hay otros compañeros, todos vuelven a la normalidad.

Ella también se sentía mejor, aunque estar de frente ante las calles que había recorrido tantas veces con sus padres la estaba comenzando a poner nerviosa. Nunca le permitieron andar por ahí sin un propósito. Era la familia quien la convenció de que sus mentes eran mucho más eficientes que la suya. 

Sí.

Yazbeth acomodó su suéter. ¿Qué tan cierto era eso? ¿Qué tanto ella podría encontrar la felicidad por su cuenta? Siguió adelante, el nombre cambió de nuevo cuando dio la vuelta. El espíritu, también lo intentó.

 El espíritu, también lo intentó

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¿Por qué seguimos vivos, si aprendimos a matar? ✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora