Había una vez, una chica llamada Desprecio. Nadie la quería, ni ella se amaba. La odiaban por el simple hecho de hablar, respirar, de vestir y existir.
Con el paso del tiempo se construyó una torre de hierro imposible de escalar, para que así nadie la viese.
Con los años un príncipe, hermoso de corazón, se acercó a la torre a ver quién era la famosa encerrada.─¡Hola! ¡¿Ahy alguien ahí arriba?! ─preguntó para después esperar varios minutos
─Hola─respondio asustada y sorprendida por ver alguien hablandole─¿qué hace aquí?
─He escuchado mucho de usted, haci que quise saber cómo se encuentra
─estoy bien, ya puede irse
─segura, yo la escucho desanimada
─lo estoy
─¿entoces porque dices que está bien? ─interroga el muchacho
─no es de su incumbencia, ya puede irse─desvio la mirada esperando que lo hiciera
─de hecho, pensaba dormir aquí está noche, si no le molesta
─yo le aconsejaría que se valla
─Yo creo que me quedaré a lado de todas formas
Preparó su carpa y se quedó por incontables semanas, a pesar de las peticiones de Desprecio. Con el tiempo se fue acostumbrando a su presencia, empezaron de tener pláticas simples que durante unos minutos a platicas que duraban un día entero. Al fin había encontrado a alguien que la comprendía y la quería tal como es y hacía querer todo lo supuestamente malo que tenía, encontrando así un nuevo sentimiento...
─Lamentablemente me tendré que marcha
─¡Eh! ─dijo sorprendida ─¿Por qué?
─Tengo un reino esperandome ─respondió con pesar ─¿por qué no vienés conmigo?
─No lo sé...¿Qué pasa si no me quieren?
─Lo dudó mucho, si ahí son como yo te queran y si no a quien le importa su opinión, lo que importante es ¿si tu quieres acompañarme? Si dices que no te entenderé
Ella lo pensó mucho, porque no quería salir de la torre, pero ¿Y si hay más personas tan buenas como él?
─Sí, iré
Ambos se fueron de ése pueblo que tanto odio le tenía y al fin empezó a ser feliz.