𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓬𝓾𝓪𝓻𝓽𝓸

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Aire fresco entrando por mi nariz hasta llegar a los pulmones, sol acariciando mi rostro con su calor y Jean caminando a mi lado otra vez era lo que necesitaba para un momento de felicidad.

No fueron tantos los días que pasé en la ciudad subterránea antes de volver a Sina, pero la ausencia del sol se notaba al llevar rato sintiéndome encandilada por él y por lo que veo, Jean también, pues arruga sus ojos cerrando el paso al sol. Sin embargo, ninguno busca una sombra donde refugiarse mientras caminamos hacia la casa del comerciante, que según nos enteramos, se había retirado y empeñó su vida a vivir tranquilo en su hogar.

—Aún me sigo preguntando qué le dijiste a Honto para que nos dejara venir a ambos —comenta Jean a pocos metros de la casa.

—¿Seguro que quieres saber? Si te lo digo serás cómplice de mis mentiras —fastidio al querer que siga insistiendo.

—Como si nunca desde que nos conocimos fuera tu cómplice. Lo he sido hasta en cosas peores ¿O es que desde que me mandaron a la ciudad subterránea ya olvidaste todo?

—La verdad es que sí, ni siquiera recordaba quién eras tú cuando te vi —bromeo.

—Sí claro, y no fuiste tú la que me rogó que te hablara —dice colocándose frente a mí, obstruyendo el paso.

—Tampoco lo recuerdo —sonrío y lo esquivo.

—Oh vamos, Saray, dime cómo convenciste a Honto, ya lo hiciste, no te puedo detener o ser el que mejor piensa de los dos.

Río con fuerza mientras lo señalo.

—Ya dime, Saray.

—Bueno pero porque te viste muy tierno con eso último. Ni tú te lo creíste, idiota —sigo riendo pero trato de tranquilizarme para seguir hablando—. Le dije que durante nuestros inútiles interrogatorios descubrimos que su dolor en el culo no estaba en la ciudad subterránea, sino escondiéndose aquí en Sina. Y para que no quisiera pedir ayuda o alguna mierda así lo convencí que era mejor solo venir nosotros por él, porque podía escapar antes que lo atrapáramos, algo así como una misión secreta en la que no más lo capturaríamos y regresaríamos rápido. Claro que insistí en que tenías que venir conmigo porque eres mi compañero y me hice idiota diciendo que no podría sin tu ayuda, así que agradeceme por hacerte ver bien. Bueno tal vez no usé las mismas palabras pero algo así le dije al pelón.

—No le mencionaste nada del comerciante —afirma—. Vaya escusa tonta, Saray ¿Qué le diremos cuando lleguemos sin el prófugo?

—Ya pensé en eso Jean, carajo que poca fe me tienes —trato de fingir enojo, pero la verdad es que por dentro sigo riendo—. Es tan fácil como decirle que huyó de su escondite antes que llegáramos, probablemente sólo se enoje y se le arrugue más la cara.

—Ya me hiciste dudar de todas las cosas que me has dicho hasta hoy, ahora cómo voy a saber que no me estás mintiendo —dice preocupado.

—Nunca lo sabrás —la casa del comerciante cada vez está más cerca—. Anda ya vamos a llegar, tenemos poco tiempo antes de regresar y debemos aprovecharlo.

—Espero que este interrogatorio no sea tan tedioso como el pasado —bufa.

—Jean, siempre espera lo peor.

—¿Sabes, Saray? Eso no me motiva para nada.

Llegamos a la casa, la cual como la mayoría de casas del muro Sina estaba protegida por grandes bardas y un portón de metal. No le veo función a los canceles más que retrasarte en momentos de suma urgencia, además de hacerte sentir más encerrado. Muro, tras muro, tras muro, pero si es la vida que quieren vivir, en ese caso no hablaré de más.

Crimen Bajo La Piel | Jean KirschteinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora