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El cielo nocturno se extendió sobre Mondstadt, adornado con estrellas que brillaban en la oscuridad. El bullicio disminuyó, dejando un ambiente tranquilo y sereno. Kaeya suspiró, estirando sus brazos. El cansancio del día se estaba asentando sobre sus hombros.

Una sonrisa se dibujó en el rostro del moreno tras recordar la animada fiesta que organizaron los Caballeros de Favonius por su cumpleaños. Ah, y la calidez y ternura de aquella canción que Klee compuso para él, como un regalo. Fue un gran día, pero como siempre, faltaba algo.

Las luces de la taberna El Obsequio del Ángel seguían encendidas. Y él lo sabía, que ese algo, más bien, ese alguien, se encontraba allí. Decidido, atravesó la puerta de madera, invadido por el repentino olor a vino. El lugar estaba vacío, excepto, claro, por el tan diligente dueño del Viñedo Amanecer.

Diluc, sin percatarse de su presencia, continuó su labor de dejar brillante aquel mostrador. Kaeya suspiró, preguntándose por qué tenía qué hacer el trabajo de otros. Era el jefe, ¿no podía simplemente delegarle el trabajo a sus empleados?

Kaeya se acercó sigilosamente, disfrutando de aquella expresión concentrada, antes de revelar su presencia. Observó a Diluc con admiración, fascinado por la dedicación que ponía en cada tarea, incluso las más simples. Una pequeña chispa de nostalgia se encendió en su interior mientras recordaba los días en los que solían trabajar juntos, cuando sus risas llenaban el aire y la complicidad los unía.

"¿Diluc?" llamó Kaeya, con un tono suave pero cautivador.

El pelirrojo levantó la vista y su mirada se encontró con la de Kaeya. Hubo un destello de sorpresa en sus ojos carmesí antes de que su rostro se endureciera ligeramente.

"Kaeya", respondió, su tono frío y distante. "¿Qué haces aquí? Estoy a punto de cerrar".

Kaeya se sentó en un taburete, desafiando la frialdad de Diluc con su expresión despreocupada. "Oh, solo estaba dando un paseo y pensé en pasar a saludarte", respondió, cruzando las piernas. "Además, ¿qué tipo de anfitrión serías si me echaras sin siquiera ofrecerme una copa?".

Diluc soltó un suspiro, apoyando las manos en el mostrador. "No estoy de humor para juegos, Kaeya. Si solo quieres beber, puedes hacerlo en cualquier otro lugar".

El moreno observó detenidamente aquel rostro cansado, notando las ojeras debajo de sus ojos y los rastros de fatiga que marcaban su expresión. Era evidente que no había dormido bien en mucho tiempo. Le preocupaba, pero era consciente de que no obtendría ninguna respuesta de su parte.

Kaeya, con un largo suspiro, se enderezó en el taburete y habló con voz suave pero firme. "No vine aquí solo para beber. En realidad, vine a pasar las últimas horas de mi cumpleaños con la persona más importante en mi vida".

El silencio invadió el lugar, y el pelirrojo se sorprendió al escuchar tales palabras. Estaba experimentando una mezcla de incredulidad, culpa y vergüenza, pero no tenía la capacidad de admitirlo.

"Yo… lo olvidé", admitió Diluc, desviando la mirada, frunciendo las cejas.

El corazón de Kaeya dio un vuelco al percatarse del rubor que adornaba aquellas pálidas mejillas. Era fascinante, más de lo que le gustaría admitir.

El moreno suspiró, alzando los hombros en un gesto resignado. "Está bien, es normal. Nos hemos distanciado por mucho tiempo".

Aunque Kaeya intentó aliviar la tensión, Diluc no pudo evitar sentirse mal por su olvido, y aquello se notaba en la manera en que sus cejas se fruncieron.

Un destello travieso brilló en los ojos de Kaeya mientras una sonrisa juguetona se formaba en sus labios. "Bueno, entonces, para enmendar este error, hagamos un brindis".

Destino Entrelazado | KaeLucDonde viven las historias. Descúbrelo ahora